La agresividad de Israel
Los verdaderos amigos del pueblo judío en Occidente -dice Menéndez del Valle- deben reaccionar, si es que aún hay tiempo, para impedir que el frenesí de anexión sionista sobre los territorios árabes ocupados pueda llevarle a medio plazo a la catástrofe final. Lo que Israel está practicando no son actos de legítima defensa -según invoca-, sino puras maniobras de agresión.La condena por la comunidad internacional de la anexión del Golán sirio efectuada por Israel ha sido prácticamente unánime.
A pesar de la otra anexión interna de la soberanía popular realizada simultáneamente por el régimen polaco, desde la CEE ("acción contraria al derecho internacional y, por tanto, nula") y las Naciones Unidas (mismo argumento) hasta el presidente argelino ("acto de bandidaje internacional") y Weinberger, ministro de Defensa de EE UU (la decisión israelí, contraria a los propios acuerdos de Camp David, es "provocadora, desestabilizadora, y hostil para la paz mundial"), todos, abrumadoramente, rechazan el último gesto belicoso y prepotente del sistema israelí.
Desde hace años no son ya únicamente radicales pro palestinos ni terroristas de oscuros designios quienes se oponen a la, al parecer irremediable, ceguera del Estado de Israel, quien cada día ,sitúa a su pueblo más cerca del borde del abismo. Su absurda intransigencia va incluso a obligar a reflexionar al Gobierno socialista francés, cuyo ministro de Exteriores acaba de ser ingenuo huésped de las autoridades judías.
Ni la ONU ni la CEE ni los países occidentales individualmente considerados pueden consentir que la antigua debellatio sea uso habitual de las autoridades israelíes. El derecho de conquista, con la incorporación fisica del territorio y de los súbditos derrotados en la guerra al territorío del Estado- conquistador, es algo que el progreso humano eliminó hace siglos. Ni ello ni el reventamiento a punta de bayonetas israelíes de una huelga general pacífica en la Palestina ocupada puede ser tolerado por la sensibilidad occidental.
Cumplir las resoluciones de la ONU
No se trata, desde luego, de destruir el Estado hebreo. A pesar de los errores e injusticias del pasado, es un hecho que Israel es hoy día miembro de la ONU. Se trata, precisamente, de que, en calidad de tal, cumpla las resoluciones de dicho organismo y las prescripciones del derecho internacional. Israel, sin embargo, viola sistemáticarnente unas y otras.
Por mencionar solamente algunos casos de los últimos años, Israel ha actuado fiagrantemente contra las normas internacionales y contra la paz y seguridad del mundo en el rescate-matanza llevado a cabo en Entebe (Uganda) en 1976 (lo que constituyó, en palabras de Kurt Waldheim, cuando menos, una grave violación del derecho internacional).
En los sistemáticos, crueles y dirigidos contra la población civil, bombardeos del sur de Líbano. En la anexión de Jerusalén y en el ataque a la central nuclear iraquí de Tamuz.
Junto con la usurpación del Golán, constituye la agresión contra territorio de Irak (país con el que Israel no está en guerra) clara muestra de prepotencia, al tiempo que un ejemplo argumental y justificativo de este tipo de actos: en ambos -casos Israel dice haber actuado en "legítima defensa".
Tras el bombardeo, en junio pasado, de la central nuclear de Tamuz, el Gobierno israelí declaró que sus aviones destruyeron instalaciones situadas a cuarenta metros bajo tierra, donde supuestamente se desarrollaban actividades nucleares secretas. Tanto el director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (Viena), a la que pertenece Bagdad desde 1972, como los técnicos franceses que trabajan en Tamuz negaron que existieran tales instalaciones. Además, Irak firmó en 1969 el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, lo que, por cierto, no ha hecho Israel.
Destruyendo Tamuz, Israel se convertía en pirata activo contra toda norma de civilizada convivencia y en árbitro ilegitimo de los paises que, en su opinión, pueden o no desarrollar la energía nuclear con fines pacíficos. Al hacerlo, Israel argüía -como lo va a hacer en estos días a propósito del Golán- que la operación había sido un acto de "suprema, legítima defensa... para garantizar la seguridad de nuestro pueblo" (palabras de Beguin en junio de 1981 ), si bien hubo de reconocer que "estábamos en peligro mortal, no inmediato, sino eventual".
La comunidad internacional -y menos la occidental- no puede consentir que ningún Estado se erija en vengador injusto. El espíritu y la letra del artículo 2' de la Carta de las Naciones Unidas ("En sus relaciones internacionales los Estados deben abstenerse de usar la fuerza contra la integridad terr;torial o la independencia política de cualquier Estado"; "los Estados resolverán sus diferencias por medios pacíficos que no pongan en peligro ni lajusticia ni la paz ni la seguridad internacionales") debe ser fomentado por Occidente si desea que los valores occidentales perduren en nuestro mundo.
Naturalmente, ello no excluye el derecho, inherente a todo Estado, de adoptar medidas individuales o colectivas de legítima defensa en caso de sufrir un ataque armado por otro Estado (artículo 51 Carta ONU). Porque se entiende que el requisito éticamente exigible de servir los intereses de la comunidad internacional en su conjunto ha de tener, en la sociedad de Estados y de grandes potencias que vivimos, necesariamente un límite: la propia supervivencia del Estado.
Pero, como dice el jurista norteamericano Thomas M. Frank, "el concepto de legítima defensa se ha convertido en adecuado pretexto para una conducta agresiva". Y, obviamente, Israel no ha sido agredido po r Siria ni por Irak desde la última guerra israelo-árabe de 1973.
Los esfuerzos europeos
Por ello, el mundo occidental, en especial Europa, tiene que multiplicar sus esfuerzos en favor de una justa paz en el Próximo Oriente que contemple a todas las partes legítimas, pero al mismo tiempo debe adoptar una actitud de firmeza ante la barbarie, esto es, ante lo contrario a derecho. El concepto occidental y civilizado del derecho de gentes debe ser exactamente el opuesto al de Clausewitz, quien lo consideraba, un tanto despectivamente, como "ciertas autoimpuestas, imperceptibles limitaciones, que apenas merece la pena mencionar, conocidas por el nombre de derecho y costumbre internacionales". Occidente, que está orgulloso del sisiema jurídico internacional, vertebrado por el imperio de la ley y el respeto a los derechos humanos -en su mayor parte elaborado y puesto en práctica por internacionalistas y estadistas occidentales-, debe reaccionar con enérgica congruencia ante sucesos como el del Golán, que, en opinión de la inmensa mayoría, son contrarios a derecho.
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