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Resistencia al golpe militar en Polonia

Los detenidos polacos se encuentran en condiciones penosas

En Varsovia se repiten estos días imágenes demasiado conocidas: mujeres cuyo marido o sus hijos han sido detenidos van de comisaría en comisaría para implorar información o llevar ropas y medicamentos. En las iglesias, en la sede episcopal, en el club de intelectuales (organización que aún no ha sido prohibida), en las universidades y en los centros de trabajo ponen al día las listas de "internados". Ya el martes pasado comenzaron a circular rumores sobre las condiciones de detención en la cárcel de Bialoleka, en la región de Varsovia. Se habla de que los presos se amontonan en pocos metros cuadrados, de celdas sin ventanas o, por el contrario, sin protección frente a la crudeza invernal.

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La Iglesia ha exigido a las autoridades, sin resultado hasta ahora, información sobre el número de detenidos. Los datos menos pesimistas hablan de 10.000 internados, mientras que ciertos intelectuales conocidos por su ponderación cifran el número de arrestados en varias decenas de millares.Un ejemplo de esta situación o proporciona el hecho de que en una sola mañana, la del martes, fueron interrogados por la policía cincuenta miembros de la Academia de Ciencias por haber intentado organizar una reunión para a sus colegas encarcelados.

Numerosos directores de fábricas han sido detenidos también. Muchos miembros de la Comisión de Planificación han sido, al parecer, despedidos y sometidos a vigilancia.

Redadas masivas

Las autoridades golpean un poco por todas partes, como para dar la sensación de que su blanco no es únicamente Solidaridad, sino todo aquel que pueda representar algún peligro para la nueva situación polaca.

En realidad, es imposible barajar una cifra verificable de detenidos. Las líneas telefónicas internacionales, interurbanas y urbanas siguen cortadas, por lo que es difícil ponerse en contacto con la gente. Se sabe, sin embargo, que las redadas han sido masivas y no han ahorrado ni a obreros ni a intelectuales.

Los desplazamientos, incluso dentro de Varsovia, son muy difíciles, y la prohibición de la venta de gasolina ha reducido la circulación prácticamente a cero. Y en el caso de que se disponga de coche y gasolina, el hacer un recorrido de algunos kilómetros cuesta más de media hora, debido a increíbles desviaciones de tráfico impuestas por barreras del ejército y la policía, que cada vez son más numerosas y con unos guardianes cada vez más nerviosos.

Los intérpretes y los colaboradores de los periodistas extranjeros empiezan a tener miedo, mientras se intensifica la presencia de la policía en torno a las agencias de Prensa internacionales, cuyos teletipos están desconectados. La única manera de transmitir información a Europa Occidental es a través de redes paralelas.

Solidaridad, desmantelada

El aparato de Solidaridad, sin ninguna experiencia para operar en la clandestinidad, se ha desmoronado. Sólo quedan en libertad cuatro o cinco de sus dirigentes. El presidente del sindicato independiente, Lech Walesa, sigue sometido a un régimen de arresto domiciliario, no lejos de la capital polaca, y está siendo bien tratado, según el portavoz del Gobierno. El secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Dabrowski, fue autorizado a visitarle el domingo y pudo llevarle ropas limpias el lunes.

Las autoridades militares no han querida convertir a Walesa en un mártir. Esperan, en vano por el momento, que haga un llamamiento a la sumisión, o, por lo menos, que diga al país lo que ya manifestó el cardenal primado en su mensaje del domingo por la noche: que "lo más importante es evitar el derramamiento de sangre".

En cinco días de estado de guerra se ha extendido por todo el país una espantosa desolación, y se teme que esta militarización se vea acompañada pronto de situaciones más siniestras aún.

Una nueva dictadura

Tras la intervención militar contra los huelguistas de la fábrica de tractores Ursus, la situación fue normalizada hasta el punto de que puede verse ante una factoría a un oficial del ejército explicando a un grupo de obreros la necesidad de disciplina.

No todo está decidido. El orden no reina aún en Polonia, pero el cerco se está estrechando. Si los militares no encuentran resistencia obrera organizada, el nuevo poder se instalará sólidamente, con la misma rapidez con que ha actuado.

Polonia ha cambiado la dictadura del proletariado por la del ejército. Los comunicados militares hacen algunas referencias al Partido Obrero Unificado Polaco (POUP), pero dedican mucho más espacio a hablar de la amistad con la Unión Soviética. Este ejército, como el de otros países arruinados, está decidido a restablecer el orden y a reconstruir la economía nacional sin conceder cuartel a nadie, destruyendo todo decorado democrático, hacia el cual son tan respetuosos los países socialistas.

Cabe preguntarse si la acción del general Wojcieh Jaruzelsi ha sido forzada desde dentro o desde fuera de Polonia. El plan ha sido ejecutado con tal minuciosidad que puede hacer pensar en la segunda hipótesis. Sin embargo, los militares han dispuesto de largos meses para preparar su operación. Puede pensarse incluso que las negociaciones para un acuerdo nacional con los sindicalistas fueron un maniobra para ganar tiempo. Se pueden acumular indicios, señalar la presencia en la capital polaca, en vísperas del golpe, del mariscal Kulikov, comandante en jefe de las fuerzas del Pacto de Varsovia; se puede afirmar todo y, por el mismo motivo, negarlo todo, sin saber otra cosa que lo que quieran sugerir hábiles confidencias oficiales. Sólo hay una cosa cierta: una dictadura es una dictadura.

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