El aborto en el extranjero
Cuando el hombre/mujer de la calle empieza a perder la perspectiva de si realmente existe una discusión prioritaria, entre las que trágicamente se debate el país, parece de locos pensar que el aborto pueda interesar a nadie. Se nos ocurre pensar si no será porque somos las mujeres las únicas que lo padecen.Cabe también achacar este silencio a que a través de nuestras fronteras salen las mujeres para abortar y escapan con ellas las angustias colectivas de una sociedad que no sabe resolver sus problemas. Nos preguntamos quiénes son los beneficiarios de este silencio, y es fácil imaginar que son todos aquellos que, ignorando la realidad, consideran que ésta no existe. Pero la realidad es que decenas de miles de mujeres españolas salen para abortar en el extranjero.
Y nosotras, que hoy estamos con ánimo de divagar, seguimos interrogándonos sobre qué pasaría en nuestra sociedad si las mujeres que abortan en Inglaterra (más de 60.000 en diez años) optaran por tener esos hijos o recurrieran al aborto clandestino. ¿Cuántas madres solteras? ¿Cuántos matrimonios/divorcios precipitados? ¿Qué índices de mortalidad/ morbilidad femenina? ¿Cuántas tensiones sociales se producirían?
El problema del aborto en nuestro país ha quedado reducido a un viaje de fin de semana, y es a través de estos viajes como se fugan todas las tensiones, las malas conciencias, y se esconden los trapos sucios que de otra manera el aborto provoca y acumula, creándose así un problema acuciante susceptible de debatir y resolver. Situaciones de tensión corno éstas han permitido en otros países la discusión pública y parlamentaria sobre el aborto y su posterior legalización.
Hoy, que la mayoría de los países europeos tienen resuelto el problema del aborto clandestino, podemos hacer una valoración de lo que esta legalidad implica.
Los índices de mortalidad y morbilidad femenina que el aborto clandestino conlleva disminuyen de forma espectacular en los países donde el aborto es legal. No creemos decir nada nuevo con esta afirmación; así, por ejemplo, en Inglaterra se pasó de 581 muertes en trece años como consecuencia del aborto clandestino a la desaparición de la mortalidad por la misma causa, a raíz de su legalización. En ese mismo espacio de tiempo el ingreso en hospitales por graves complicaciones producidas por aborto fue de 24.690 mujeres. Posiblemente haya quien piense que la muerte de 581 mujeres en trece años es irrelevante, sobre todo teniendo en cuenta que en España nos estamos acostumbrando a que cotidianamente muera un mayor número de personas, ya sea por ir en autobús o por comer.
En España, una vez más, no hay datos fiables que nos escandalicen. Sin embargo, sabemos que los riesgos del aborto clandestino están disminuyendo, pero no por las mismas razones que en Europa (como consecuencia de su legalización y, por tanto, de su menor número y garantías técnicas), sino simplemente porque la inmensa mayoría de nuestras mujeres lo hace fuera de nuestras fronteras.
Legalidad y seguridad
Las españolas disfrutamos de la legalidad del aborto en otros países y, por tanto, de las condiciones sanitarias y de seguridad en que se realiza, y, como consecuencia, nos libramos de los riesgos del aborto clandestino, pero no de la clandestinidad del aborto.
Así, mientras el poder y la oposición se permiten el lujo de ignorar que las mujeres seguimos abortando (con permiso o sin él, con debate o sin él), los movimientos pro legalización del aborto nos estamos quedando sin uno de los argumentos que con más fuerza han sido utilizados en todos los debates europeos. Naturalmente nunca nos vamos a quejar de esta mejora; preferimos que las mujeres no mueran como consecuencia de decisiones prohibidas por unos pocos y padecidas por la mayoría de nosotras, pero infinitamente mejor sería no tener que abortar.
Y como los viajes al extranjero son fuente de gran sabiduría, las mujeres nos estamos enterando (de tanto viajar) que sólo en los países donde el aborto es legal disminuye la necesidad de recurrir a él. La moraleja es fácil; sólo hay que pasear por cualquiera de las clínicas de Londres y comprobar el número de viajeras españolas que han decidido ampliar estudios.
¿Qué nos queda por hacer? ¿Qué necesidades pueden movernos a las mujeres ahora que la planificación de nuestros embarazos está casi cubierta por la medicina privada y la situación de emergencia del aborto se soluciona con la utilización de un pasaporte?
¿Qué presiones vamos a poder ejercer y qué argumentos utilizar sin las grandes convulsiones que aglutinaron a los movimientos feministas (hoy claramente disgregados) y a los grupos de izquierda, inmersos e interesados en los temas trascendentes que baten a nuestra sociedad?
Parece evidente que las formas de lucha que tradicionalmente las mujeres hemos empleado no van a ser las más adecuadas en este momento. Lo único que cabe pensar es que sólo la lucidez y el mayor conocimiento que sobre el aborto tenemos las mujeres nos permita denunciar los silencios/ cómplices y las negociaciones arbitrarias. Porque, si bien es verdad que el Gobierno no se ocupa en este momento del problema, la policía, la jurisprudencia y la Iglesia sí lo hacen, y para confirmarlo ahí está el juicio, eternamente pendiente, de las once mujeres de Bilbao.
Las mujeres nos negaremos siempre a entrar en una polémica entre la derecha y la izquierda (aborto, sí; aborto, no), entre otras razones, porque pensamos que el problema del aborto es múltiple y caleidoscópico y, desde luego, no acaparable por tan esquemáticos principios, máxime teniendo en cuenta que derechas e izquierdas, católicos y laicos con respecto al aborto los hay en todos los partidos.
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