Polonia y el asunto interno
LOS ESPIRITUS libres del mundo desean que la decisión tomada por el general Jaruzelski y el mando militar no sea el final del decidido cambio de sociedad que se venía produciendo desde hace poco más de un año. No es solamente una esperanza: es la seguridad de que una mayoría inmensa de la población está decidida a no regresar al régimen comunista que repudia. No es difícil suponer que detrás de Jaruzelski está el poder soviético; algunos piensan que el presidente, más que obedecerlo, ha toma do una decisión en el último extremo para evitar la invasión y la respuesta colectiva, que podrían llegar a la destrucción del país. Vano consuelo: si es la libertad la que muere, a veces no es más digno el suicidio que ser víctima de un asesinato. En las palabras de la alocución de Jaruzelski que han llegado al extranjero no hay ninguna alusión al comunismo -aun siendo él mismo el jefe del partido-, y la detención de los antiguos dirigentes co munistas puede interpretarse de diversas maneras. Parece querer insinuarse que el nuevo poder trata de no hurtar las responsabilidades que, dentro del partido, han llevado a Polonia a esa anarquía que, según su declaración, reina en el país.¿Por qué la implantación de una dictadura militar en este momento? Moscú puede tener razones de política internacional que le lleven a sujetar por la fuerza a un aliado -sometido, más bien- a punto de liberarse. Puede haber también razones de política interior de la URSS y dentro del bloque del Pacto de Varsovia: una prueba de fuerza antes de que sea demasiado tarde y cunda el ejemplo en otros países del socialismo real.
Pero hay también motivos locales para Jaruzelski. El movimiento sindical se le había escapado de las manos: no sólo a él, sino a esa especie de consejo de Gobierno que había formado con la participación de Lech Walesa y de la representación de la Iglesia católica polaca. Las recomendaciones de prudencia de Walesa y de los obispos no han podido contener un crecimiento de actividades que había anunciado ya una huelga para el día 17: para rechazar las limitaciones preparadas contra las libertades, pero que, en realidad, significaba condena del régimen comunista. Era toda una revolución pacífica contra un sistema incapaz de dar respuesta a los problemas del país.
La situación, por otra parte, no puede convertirse en eterna, aunque exista la desgraciada experiencia de otras dictaduras militares que se perpetúan durante años y años. Si Jaruzelski no quiere convertirse en un tirano permanente, quizá llegue a unas posibilidades de negociación y de acuerdo con la rama moderada de Solidaridad. Pero el paso dado por el Ejército polaco es demasiado grave y la dinámica de los hechos parece en muchos aspectos irreversible. La evitación de la guerra civil será a costa de la aniquilación de las conquistas sociales y políticas de los sindicatos libres.
Estados Unidos y los gobiernos occidentales se han atrincherado en la letra de la doctrina de no intervención en los asuntos internos de un Estado, y sus condenas son literarias y no prácticas. Esta actitud de manos fuera se mantiene en tanto que el asunto sea de polacos frente a polacos, aceptando la ficción de que la URSS no ha intervenido y el oportunísimo informe de la CIA de que no se han advertido movimientos de tropas soviéticas en dirección a la frontera polaca.
Cabe aún la sospecha de que, si de alguna manera más directa hubiese una intervención-soviética, el tema se resolvería en tormentas de sanciones y de peticiones de bloqueo, pero que tal vez en el fondo dominasen las leyes de Yalta: el reparto del mundo que hizo que Polonia quedase, contra su voluntad, incluida dentro de un bloque y regida por un régimen que no deseaba y que todavía forma parte del equilibrio del mundo de hoy. El asunto interior estaba ya contenido en ese reparto del mundo.
La solidaridad civil puede, sin embargo -ya que no la de los Gobiernos-, prestar una gran ayuda a los demócratas polacos. Ya hay manifestaciones en varias capitales europeas, y en algunas de ellas las demostraciones se formaron espontáneamente, integradas por representantes de todos los partidos, apenas se conocieron las noticias. Es sólo una manera de hacer llegar a los polacos la sensación de que no están solos en el mundo y que los locutores uniformados que han aparecido ahora en su televisión no representan el esfuerzo del mundo de los demócratas libres que les apoyan. Para los defensores de la democracia, este no es un asunto interno, como no lo es la ominosa dictadura turca, como no lo era la intentona criminal de Tejero en España, pese a las detestables declaraciones del general Haig. Cada vez que unas libertades son borradas, unas dignidades ofendidas, un pueblo sojuzgado, es algo que concierne a todos. La opinión pública occidental -que define con sus votos la dirección política de sus respectivos países- ha de presionar a sus gobiernos para que el general Jaruzelski entienda que ese régimen que él mismo ha creado una noche de fusiles no puede tener representatividad en ninguna organización internacional donde se hable en términos de paz y de libertad. La ficción del asunto interno no es políticamente sostenible ni moralmente lícita.
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