La paz de todos los días
Una nueva magia ha irrumpido en el mercado de las palabras: se trata de la magia nuclear. De repente, nos desayunamos con armas nucleares estratégicas que tienen nombre inglés. Me pierdo entre los misiles balísticos, las ojivas de múltiples cabezas. Los Pershing, los Blackfire o los Buccaneer. Sólo sé que se pide a los soviéticos que congelen el número actual de SS-20 y a los yanquies que no instalen los Cruise y los Pershing-2. Los soviéticos dicen que tienen menos armas que los norteamericanos, y éstos que aquéllos les engañan. Intento comer mi tostada y planificar el día. Sorbo el café con leche mientras leo que dicen que ahora unos y otros van a negociar, pero no se sabe con qué y a base de qué. Pues unos dicen que es el otro el más fuerte y que eso de armarse es sólo para conseguir un equilibrio. Pero yo tengo que encontrar un momento para ir a pagar el gas.Dicen que Breznev puede decir al vaquero Reagan: "Mira, voy a retirar mis SS-4 y, SS-5 si tú retiras tus F-4, A-6, A-...". ¿Estarán jugando al ajedrez? No hay quien les entienda. Admiro al señor que me arregla los hilillos sueltos de la lavadora automática, pero lo de los misiles y las ojivas nucleares es demasiado. Los nuevos sacerdotes de la ciencia nos echan migajas de su saber para hacernos creer que sabemos, nos envuelven con las palabras, y nos seducen con la idea de que estamos participan do en un diálogo que no oímos. Sólo hay algo seguro: la gente sabe que todas estas armas de nombres mágicos y sagrados sirven para hacernos desaparecer, para que no podamos pensar cómo vamos a pagar la factura del gas, para que no se nos pase ni un momento por la cabeza que el futuro todavía es nuestro.
Pero la paz de todos los días sigue su rumbo. Y en eso hay que estar. Tanta información no sirve de nada si no se acompaña de la seguridad de que todavía somos protagonistas del fluir de nuestros días. Podrán decirme que la vida es un asco, de acuerdo, pero no tenemos otra. Se acabó el pasotismo. Los jóvenes alemanes ya tienen un lema: haz algo. Hacer. Hacer contra la información de estas armas que llevan nombres de letras y de números, hacer contra los Pershing y los SS más lo que sea. Hacer, porque de lo contrario sólo queda la angustia y la heroína. Y los fabricantes de armas y los traficantes de drogas se parecen demasiado.
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Seguimos viviendo, aunque el futuro ya no es lo que era. Eso de saber que nuestras vidas penden de los SS más lo que sea, de los Cruise, de los Pershing, no nos puede privar de seguir deseando, de seguir imaginando, de seguir en la cuerda floja que oscila entre la realidad y el deseo. Tras este hacer de los jóvenes alemanes hay algo bien sencillo: aspirar a una muerte quieta, en la cama, con un velatorio antiguo y, si no es molestia, a que te entierren bajo tierra. Ya es demasiado abuso regalarle nuestra náusea interior a un pésimo actor de cine llamado Ronald Reagan, cuya ansia de poder no hubiera inspirado ni la peor obra de William Shakespeare.
Dicen que en Cuba se están preparando para la defensa, pues tienen a este vaquero que no sabe ni envejecer dignamente a noventa millas y, a pesar de ello, la gente va al cine o al cabaret. Se preparan para una posible agresión y viven al mismo tiempo. Proyectan el futuro, fracasan y renacen. Se equivocan, se decepcionan, aman y odian. En fin, viven. Los cubanos no son dioses; quizá la única diferencia es que todavía sueñan en futuro.
Aquí, el fantasma de la bomba de neutrones puede ser una buena excusa para ser insolidario con tu vecino. Pero la apología de la decadencia, lo de "todo nuestro mundo se acaba, Mary", queda muy bien en las novelas de saga familiar. No se compagina con la vida, por muy sórdida que ésta sea. Al fin y al cabo, eso de vivir sigue siendo un proceso misterioso y lleno de enigmas, algo que se reinventa. Aunque un filósofo tan lúcido como Bertrand Russell exclamara, en un arrebato de impotencia: "No te preocupes. Lo que sucede en el mundo es algo que no depende de ti. Depende del señor Krushev, del señor Mao-Tse-Tung, del señor Fuster Dulles. Si ellos dicen morid, moriremos. Si dicen vivid, viviremos". El señor Russell, a pesar de ser un buen conocedor de la realidad, no dijo nada nuevo. Al fin y al cabo, el destino de los humanos siempre ha dependido de los sueños más o menos grandes, más o menos mediocres, de los Césares o Napoleones de turno. Los jefes de hoy no son más sabios ni más listos. Sólo tienen estas maquinillas cuyos nombres no consigo recordar. Y la posibilidad de meternos más miedo en el cuerpo. Pero si no nos convencemos que el señor Haig todavía no ha metido su nariz en nuestros deseos particulares, no habrá manera de combatir lo que hay detrás de esta jerga euromisílica.
No es que proponga, ante tanta iniormación, la ilusoria esperanza de que nada va, a pasar. No sé qué va a pasar. Pero tampoco lo saben los que juegan con las esperanzas individuales a base de inyectarles catastrofismo y terror sin nada a cambio. Puedo desaparecer mañana atomizada. Ustedes también. Y los señores de los Pershing y los SS más lo que sea. Pero, mientras tanto, hay que pensar en cómo vamos a pagar la factura del gas. Vivir esa paz de todos los días.
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