La vida serena de un liberal
La Casona de Mazcuerras (villa rebautizada con la denominación de Luzmela por ser escenario de la novela de Concha Espina La niña de Luzmela) era lugar bellísimo y acogedor para cuantos, cada año, íbamos a Santander. En ella se respiraba un aire de radical señorío, condición definitoria de la persona de Regino. Sería preciso limpiar de toda adherencia -noble o circunstancial- este término de señorío, tantas veces usado en ocasiones necrológicas, para aplicárselo intacto, recién estrenado, a Sainz de la Maza, gran virtuoso de guitarra y no menos grande de comportamiento ético.Uno de los rasgos principales del señorío, de la hidalguía, es sin duda la serenidad. Esto fue la existencia de Regino: una vida serena, a pesar de que su temperamento fuera apasionado, como eran firmes, sus creencias, devociones y lealtades.
Formado en San Sebastián con Pagola y Cendoya, en Madrid con Daniel Fortea, en Barcelona con Morera y Pahissa, Regino definió los perfiles de su personalidad individual, y como intelectual de la generación del 27. Amigo de García Lorca, que quería la guitarra de Sainz de la Maza antes que ninguna otra, el poeta del Romancero le dedicó algunos de sus mejores versos. Y como él, Alberti, Gerardo Diego -el más fiel y largo compañero en la vida de Regino-, José María de Cossío y García Gómez.
A partir de 1919, el arte de Regino se impone en España y fuera de ella. Los compositores de la época, hoy identificados en la historia con la generación literaria del 27, escribieron casi todos para Regino: Bautista, los Halfter, Pittaluga, Remacha, García Ascot, Antonio José y Moreno Gans. Hasta que el recientemente homenajeado Joaquín Rodrigo, a la vuelta de París, tras el final de la guerra civil, termina aquí su celebérrimo Concierto de Aranjuez, pensado para Regino y estrenado por Regino. El compositor, en la nota autocrítica, hablaba con razón de dificultades que Sainz de la Maza había tenido «no ya que vencer, sino que domeñar».
Junto a la tónica intelectual, la guitarra de Regino -primera que entró en la Real Academia de Bellas Artes, en 1956- se caracterizó por unos conceptos sobrios, una búsqueda de la autenticidad, una universalización de lo tradicional y popular y una expresión elegante. Era la guitarra de un hombre culto, de un investigador, de un artista y de un maestro. De las aulas de Regino salieron -desde que ocupó la cátedra en el conservatorio madrileño- varias generaciones de guitarristas, desde Narciso Yepes a Iznaola.
Como en la vida, fue Regino en el magisterio un hombre liberal: no imponía nada a sus discípulos, trataba de ayudarles a descubrir su propia personalidad y su particular manera. Estuvo cerca de Manuel de Falla, de Turina, de Oscar Esplá y de Adolfo-Salazar, que escribió para él algunas de sus obras.
Protagonista de una época
En suma, Regino -en el concierto, en la crítica, en la enseñanza, en la vida intelectual, en la amistad- fue protagonista no de una época española, sino de varias. Sus memorias -a las que tantos le animamos- habrían sido testimonio valioso. Creo que no las escribió por humildad, por respeto a su intimidad y la de los demás, por resistencia a situarse en el primer plano que supone toda confesión personal.
Las composiciones de Regino revelan buen saber, adhesión al pasado de la guitarra y fidelidad a la herencia tradicional, culta y popular: Soleá, Alegría, Preludios, Estudios, canciones y danzas de Castilla, Cantilena, Boceto andaluz, figurarán en el repertorio al lado de sus excelentes transcripciones. Deja Regino cuatro hijos, justamente orgullosos de su padre: la actriz Carmen, la escritora Paloma, Jaime y Gonzalo. En ellos, como en todos, la vida de Sainz de la Maza tendrá perdurabilidad como recuerdo y como ejemplo.
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