La guerra del desarme
DURANTE LOS diez primeros meses de su presidencia, Ronald Reagan ha llevado adelante una espectacular política de rearme; en el undécimo mes nos propone un no menos espectacular programa de desarme. No hay ninguna contradicción. El rearme de Reagan -presión acrecentada para las instalaciones de misiles en territorio europeo, fabricación de la bomba de neutrones, gigantesco presupuesto de defensa- ha estado basado siempre en la considerable superioridad de armamentos de la URSS. Con esta tesis coinciden insistentemente el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, la OTAN y los medios informativos afines. La presión de Reagan sobre el rearme se ha explicado como la necesidad de equilibrar, por lo menos, esta superioridad soviética.La propuesta de desarme se basa estrictamente en la misma idea: Estados Unidos renunciaría al esfuerzo a condición de que la URSS retrajese sus arsenales actuales y la disposición de sus armas.
El punto de vista soviético, y no sólo por los primeros comentarios oficiosos de Moscú al discurso de Reagan, sino por sus posiciones también reiteradas, es que no existe tal superioridad de armamentos y que sus últimos movimientos suponían un esfuerzo para equilibrar la capacidad ofensiva de Estados Unidos y la OTAN; es decir, que el desequilibrio comenzó a producirse con la cuestión de los euromisiles -que es anterior a Reagan- y a acentuarse con los nuevos armamentos y la ampliación de la OTAN. Moscú ve, por tanto, las propuestas de Reagan como una simple exigencia de que la URSS realice unos movimientos unilaterales de desarme, mientras la OTAN mantiene su armamento en el nivel actual.
De esta forma, las diferencias antiguas siguen estando en pie. Reagan no ha cambiado esencialmente sus puntos de vista; la URSS, tampoco. Esta guerra del desarme se viene produciendo ya desde hace tiempo, ha obstaculizado la conferencia de Madrid y probablemente va a seguir produciéndose en las conversaciones de Ginebra que deben comenzar el día 30, de las que es un preludio el discurso de Reagan.
La guerra del desarme se plantea también en el frente de batalla de la opinión pública europea. Se trata de ponerse al paso de las grandes manifestaciones pacifistas y de las presiones electorales en el mismo sentido. Hay que considerar de manera optimista que esta voz popular haya trascendido hasta el punto de forzar a declaraciones apaciguadoras y de desarme. Lo que interesa a Europa fundamentalmente -y no sólo a la atlántica, sino también, y quizá más aún, a la Europa del Este, a la del Pacto de Varsovia- es evitar una determinada posibilidad de acuerdo entre las grandes naciones que llegara a dejar el continente como campo de batalla limitado, como lo que se llama "el teatro estratégico europeo"; y le interesa no sólo desde el punto de vista militar, sino también desde el político. El pacifismo europeo no ha entendido nunca que el precio de la paz sea un acuerdo entre dos imperios y la sumisión de los demás a cada uno de ellos.
Dentro de esta situación general, la próxima entrevista Breznev-Schmidt, en Bonn, tiene una importancia de primer orden. Las relaciones entre Alemania Occidental y la URSS desde que terminó la segunda guerra mundial resultan decisivas. Alemania Occidental no ha dejado nunca de estar alineada con Estados Unidos, pero poco a poco ha construido su política nacional y su economía genuina partiendo de los tiempos en que estaba ocupada; la voluntad y la decisión del pueblo alemán no han dejado de estar presentes en todo el proceso histórico, y de esa voluntad nació el poder de la socialdemocracia que hoy gobierna y la de permanecer dentro del sistema de valores que hoy representa Occidente. Su interdependencia con Estados Unidos no ha ahogado una voluntad nacional y europea. En las conversaciones entre Breznev y Schmidt van a estar muy presentes las propuestas de Reagan -sobre las que Schmidt ha hecho declaraciones muy favorables-, pero sin abandonar los intereses europeos. Se va a hablar de los temas de la seguridad europea; no sólo de los misiles mutuos, sino probablemente tambiénde la ampliación de la OTAN con la incorporación de España. Existe la posibilidad de que esta ampliación sea una de las monedas de cambio para la estabilidad de Europa y del mundo, y que se produjera en este terreno una situación muy poco airosa para el Gobierno de Calvo Sotelo. Pero es de suponer que éste habra ten¡do las suficientes garantías de Estados Unidos de que escoltará su esfuerzo hasta el ingreso definitivo en la Alianza Atlántica.
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