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Tribuna:CINE
Tribuna
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La última imagen de William Holden

En los buenos y ya lejanos tiempos de Hollywood, cuenta King Vidor, me parece, que los directores, a la hora de preparar sus películas, imaginaban antes que nada las escenas primeras, aquellas que debían fijar la atención del público en la aventura y en los carteles de la publicidad. A veces sugerían nada menos que un volcán en erupción, flanqueado por los nombres de los protagonistas. Así, a la destrucción total solía añadirse el consiguiente duelo de pasiones dentro de lo que la censura permitía entonces en cuestión de simbolismos o alusiones.Cuando los productores solicitaban detalles acerca de la historia, la respuesta siempre. se repetía: «De eso se encargarán los guionistas». Así era el cine entonces, y así lo fue durante cierto tiempo para William Holden. Tan poco había cambiado en ciertos órdenes que uno de sus últimos filmes sucedía justamente en un islote del Pacífico que, a la postre, saltaba en pedazos por culpa de los elementos y las pasiones de los hombres. En él se disputaban a Jacqueline Bisset, Holden y Paul Newman, y es de esperar que sus tres nombres lucieran también sobre las cenizas de un nuevo Krakatoa, alzado por los técnicos de efectos especiales.

La película se titulaba El fin del mundo, que sólo para Holden de momento ha llegado, no sabemos si previsto o no, pero definitivo y verdadero. En las fotos de rodaje le vemos con la misma sonrisa de siempre, con esa presencia maciza que en nada traiciona males oscuros o mayores y esa mesura inconfundible de su último filme en cartel en España, propia de quien en su trabajo está ya por encima de bienes y males.

Lo que más ha impresionado siempre de esta clase de actores eternamente vecinos del oscar para alcanzarlo de improviso un día es su saber estar presentes hasta el último instante como en un mutuo pacto con la muerte, aceptando su suerte, tan sólo rebelándose contra la soledad. Este morir con botas puestas de quienes tantas veces las calzaron sólo en guerras mentidas es lo que da la medida de cierto cine de América. Desde la galería del recuerdo de la Swanson, los Peter Lorre o Von Stroheim, este muchacho grande, mantenido en una corte fantasmal, oficial en Malasia o rival de Newman en las playas de Hawai, ha dicho adiós de pronto a un público al que poco podía pedir o dar; sólo aquello que conservaba todavía: su fama un tanto lejana y su sentido de la profesionalidad.

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