Una manifestación con dos lecturas
ESE MADRID que tan mal se ajusta a los burdos estereotipos que le identifican con el centralismo vampiresco, la burocracia perezosa o la bota involucionista fue escenario, durante la mañana del pasado domingo, de una impresionante manifestación popular por la paz, el desarme y la libertad. El número de asistentes no alcanzó, des de luego, la seguramente irrepetible cota del 27 de febrero. Pero es evidente que las circunstancias del acto, el más reducido espectro de los convocantes y los objetivos de la concentración tenían que limitar forzosamente el eco del llamamiento.Las gentes que acudieron a la Ciudad Universitaria, sin embargo, no lo hicieron sólo para rechazar la política de los dos bloques militares y el rearme, sino también, en una presumible actitud mayoritaria, para manifestar, a la vez, su apoyo al ordenamiento constitucional, a las libertades democráticas y a la paz interior. El desarrollo del acto mantuvo, por lo demás, la voluntaria ambigüedad que las negociaciones entre los organizadores había dado a la convocatoria. Los grupos extraparlamentarios, más combativos y mejor organizados, pese a su orfandad electoral, acentuaron estentóreamente el latente contenido anti-OTAN y anti-Reagan de la concentración, que implicaba el abusivo riesgo de exonerar a uno de los bloques -la URS S y el Pacto de Varsovia- de la protesta.
En un sistema democrático esa opción sesgada y parcial es, de hecho y de derecho, tan expresable como la mantenida por el Gobierno, que libra de culpas al rearme norteamericano y a la bomba de neutrones y proyecta exclusivamente sobre el otro bloque la responsabilidad d e la carrera armamentista y los peligros para la paz mundial. Ahora bien, es seguro que una movilización popular convocada para protestar solo contra el bloque militar hegemonizado por Estados Unidos no hubiera logrado reunir a las decenas de miles de hombres y mujeres que se dieron cita en la Ciudad Universitaria. el pasado domingo. En cualquier caso, el tono general de la concentración expresó una actitud política, una conciencia cívica y una sensibilidad moral muy alejadas de la mentalidad grupuscular y de los planteamientos sectarios. El lugar de la cita poseía el doble significado de recordar uno de los escenarios de la guerra civil -la Ciudad Universitaria fue zona de combate desde noviembre de 1936 a marzo de 1939- y simbolizar el encuentro entre el mundo del pensamiento y los sectores populares para protestar juntos contra los enemigos, interiores y exteriores de la paz.
Dado, sin embargo, que el Gobierno y UCD se hallan comprometidos a fondo con la entrada en la OTAN, resultaba inevitable que algunos interpretaran la convocatoria a la sola luz del controvertido ingreso de España en la Alianza Atlántica. Ese comprensible recelo no justifica, sin embargo, los desatinos que han hecho o escrito algunos centristas sobre el presunto carácter anticonstitucional de la concentración. No sólo la Constitución reconoce y garantiza a todos los españoles el derecho de manifestación pacífica y sin armas, sino que además la participación ciudadana, si bien encuentra su cauce fundamental en las instituciones de democracia representativa, necesita, para sacar del marasmo y el derrotismo a nuestra vida pública, vías complementarias para expresar las ideas y los sentimientos constitucionalistas frente a la torva sombra del golpismo. Aun respetando el derecho del Gobierno a mantener sus opciones proatlánticas, y sin perjuicio de levantar acta de la mayoría parlamentaria a su favor, también es censurable que algunos medios oficiales u oficiosos se dedicaran a sembrar, en las vísperas del acto, bulos alarmistas, destinados a amedrentar y disuadir a los más precavidos simpatizantes con la convocatoria. Y todavía menos aceptable es la cifra, inverosímilmente baja, de asístentes a la concentración dada por el Gobierno Civil de Madrid.
Porque el Gobierno no parece haberse dado cuenta de que el acto del domingo no tenía una, sino dos lecturas. Aunque la movilización popular apuntara contra la política exterior de Leopoldo Calvo Sotelo, también significaba una manifestación de apoyo a las instituciones democráticas y al sistema costitucional, del que la mayoría parlamentaria y el poder ejecutivo son sólo una parte, de añadidura susceptible de cambiar de signo político en las próximas elecciones. En este sentido, el discurso de Felipe González, parcialmente condicionado por el caldeado ambiente de un sector de su auditorio, se esforzó por enmarcar la exigencia del PSOE de un referéndum sobre la entrada en la OTAN en un cuadro internacional mucho más amplio, que incluyó la condena política de, rearme de ambos bloques militares, y en el marco de los problemas que para la democracia española sigue representando la amenaza del golpismo. La intervención -imprevista- de Joaquín Ruiz-Giménez fue acogida con la simpatía de quienes recuerdan sus valiosas contribuciones a la lucha por las libertades en España y lamentan el injusto relegamiento del que ha sido víctima a partir de junio de 1977. Tal vez la manifestación madrileña del pasado domingo, memorable por tantas cosas, pueda ostentar entre sus méritos el regreso de Joaquín Ruiz-Giménez a la vida pública activa, tan escasa de hombres con espina dorsal en cuestiones de principio y tan sobrada de logreros.
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