El sacrificio de los emigrantes
Generación sacrificada es el nombre que dan los sociólogos y médicos que se interesan por los problemas de la emigración a la generación integrada por los hijos del aluvión de trabajadores que, procedente sobre todo de España e Italia, llegó en los años sesenta a los países industrializados del Occidente europeo, fundamentalmente a Alemania, Francia y Suiza.Tal vez se puede cuantificar el beneficio económico que representó para España la salida masiva de esa mano de obra en forma de disminución de tensiones sociales y de remesas de cuantiosas sumas en divisas, pero el sufrimiento físico y psíquico que ha supuesto esa emigración prácticamente forzosa para los propios protagonistas y sus hijos es difícil de determinar.
Conocen bien los españoles que han quedado en el país la imagen dorada del emigrante que vuelve apasar las vacaciones con magníficos aparatos fotográficos o tomavistas o con un rutilante automóvil de último modelo, pero ignoran con lamentable frecuencia lo que hay detrás de esa exhibición de esplendor consumista.
Numerosos estudios efectuados en el medio de la emigración muestran que ésta ha afectado de muy distinta manera a los que fueron sus protagonistas y a sus hijos. Mientras que los primeros adoptaron la decisión de salir de España, muy forzada por las circunstancias económicas, los segundos se encontraron sumidos en una aventura absolutamente imprevista e imprevisible.
Pérdida de identidad
Una reciente y valiosa encuesta de la Juventud Obrera Cristiana Emigrante, publicada por el Instituto de Ciencias Políticas de Lausana, y relativa a la segunda generación de inmigrados españoles en Suiza, muestra que el rasgo más significativo de este grupo es la pérdida de identidad, de tal modo que su reacción en los reencuentros regulares con el país (el 86% pasa las vacaciones en España) es muy parecida a la de un turista cualquiera; indican así que les gusta, ante todo, el ambiente alegre, las fiestas, el clima y el paisaje, mientras que les desagrada, en particular, la falta de organización, el desorden, el ruido y la suciedad.
Esta ambivalencia se manifiesta también al preguntar a los jóvenes si desean regresar a España para vivir; el 71,7 % responde en sentido afirmativo (la mayoría porque «es su patria»), pero al interrogarles sobre las posibilidades de realización de sus deseos profesionales, el 41,8% del total responde que estas son mejores en Suiza, y el 39%, que son superiores en España. Aparece, pues, el mismo impulso que llevó a los padres a emigrar, esto es, el deseo de mejorar una situación económica que era enormemente precaria en muchos casos.
Una de las causas fundamentales de la citada pérdida de identidad del hijo de emigrados es el desuso en que cae la lengua materna; el francés o el alemán son las lenguas de la escuela y de los juegos, y aunque al principio el niño los habla con dificultad, pronto van robándole terreno al castellano, hasta el momento en que, en ciertos casos, se establece el corte definitivo, cuando los adolescentes o los jóvenes hablan a sus padres en la lengua del país de adopción y éstos les contestan en castellano o, lo que es todavía peor, en un francés que hablan, por razones obvias, mucho peor que sus hijos. Este dramático fenómeno, como muestra la encuesta antes citada, se da casi exclusivamente cuando. la familia vive en una región francófona, mientras que es casi inexistente en los países en que se habla el alemán.
Distintos estudios, congresos y coloquios, en particular el que patrocinó la Organización Internacional del Trabajo en Dubrovnik (Yugoslavia), en 1977, han probado que la población emigrante, ya debilitada por el trasplante a un medio que es en general muy distinto al suyo propio, está especialmente expuesta a determinadas enfermedades a causa de las condiciones de vida, de vivienda y de alimentación. Como ha señalado con acierto Carlos Lozares, presidente de la Asociación de Trabajadores Emigrantes Españoles en Suiza, el ahorro es la meta que tratan de lograr los emigrantes.
Al ahorro, destinado en general a la compra de una vivienda en España, sacrifican a menudo la posibilidad de nutrirse mejor o de habitar una vivienda más confortable. Así, no es sorprendente que el raquitismo, la tuberculosis y las afecciones rinofaríngenas y respiratorias sean más frecuentes en los hijos de emigrantes que en el resto de la población, diferencia que resulta especialmente notable en las grandes ciudades (París, por ejemplo), donde los emigrados suelen habitar en suburbios de condiciones higiénicas que están en el límite de lo aceptable. En ciertos establecimientos antituberculosos, en Courbevoie (Francia), por ejemplo, se ha observado que la tuberculosis es cuatro veces más frecuente en los emigrantes que en la población autóctona.
Los problemas nutricionales suelen comenzar ya en la primera infancia de los hijos de emigrados; es frecuente que, por razones laborables o por creer que es más moderno, las madres abandonen, o no inicien siquiera, el amamantamiento. Al no poseer los conocimientos necesarios para practicar una lactancia artificial correcta, el niño sufre las consecuencias, que suelen traducirse por una baja de sus defensas (le faltan las inmunoglobulinas que la madre le transmite con la leche natural) y por una elevada frecuencia de las infecciones de las vías respiratorias, superiores.
Son difíciles de evaluar los ya citados efectos de la inadaptación al entorno, pero no cabe duda de que, con el paso de los años, se dejarán sentir en forma de trastornos psíquicos o psicosomáticos. Entonces podrá valorarse con precisión el precio que los emigrantes y sus hijos han tenido que pagar para que tuvieran éxito los planes de estabilización o desarrollo. Puede asegurarse ya que el precio será, sin duda, muy alto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.