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Reportaje:

Expuestas en Madrid las obras más representativas de la escultura moderna

Hoy se inaugura la muestra en la Fundación Juan March

Ciento veinte piezas representativas de los grandes hitos plásticos de la escultura de vanguardia se exponen en la muestra Medio siglo de escultura: 1900-1945, que se inaugura esta tarde en la sede madrileña de la Fundación March. Están representados desde Rodin a Calder o Bill, además de Picasso, Miró, Brancussi o Gargallo. Es como un gigantesco manual de arte que estuviera dispuesto en las galerías de un museo. La historia se inicia con Rodin y termina en los maestros más cercanos a estos tiempos, entre los cuales hay un porcentaje alto de españoles. Esta muestra es una selección sustancial de la que el pasado verano presentó la Fundación Maeght en su sede de Saint-Paul de Vence (Francia).

¿Cómo ha sido posible esta exposición excepcional? No hay nada más que una respuesta posible: porque la Fundación Juan March ha sabido ganarse la confianza de los grandes museos e instituciones internacionales que promueven este tipo de muestras. En este sentido, Medio siglo de escultura: 1900-1945, título que ha dado la Fundación a la exposición que acaba de inaugurar en Madrid, no es sino la parte sustancial de otra gran selección que el pasado verano presentó la Fundación Maeght en su sede de Saint-Paul de Vence.Por otra parte, antes de comentar algunas obras en concreto, quiero también resaltar el hecho de que esta exposición sea de escultura, una de las artes que ha sufrido una transformación más compleja en nuestro siglo y de la que apenas poseemos ejemplos significativos en nuestros museos, a pesar de haber sido España la cuna de creadores tan importantes como Picasso, Julio González o Pablo Gargallo, por referirme tan sólo a algunos de nuestros representantes de la vanguardia histórica. Con esta exposición no sólo se nos permite contemplar en general un conjunto de obras maestras, sino que además forman un muestrario didáctico de la evolución de un arte especialmente complejo y, desde luego, imposible de seguir desde aquí con el material que disponemos.

Ciertamente es esta una exposición que parece concebida por un profesor de historia del arte que una vez soñara con disponer a mano de los ejemplos más significativos ordenados cronológicamente. De esta manera, el recorrido comienza por los fundamentos mismos de la «plástica contemporánea, que tuvo sus mejores ideas a partir de la aportación de un escultor archifamoso como Rodin, pero también curiosamente de varios pintores, como Degas, Renoir, Matisse y Picasso.

De Rodin se muestra, además, lo que a mi juicio tiene de más perdurable, que no es esa línea expresionista de monumentalidad hueca o la del énfasis literario de los gestos falsamente naturales, sino las figurillas menudas de los danzantes, que alcanzan su apoteosis de energía en la célebre del estudio de Nijinsky (1913), o ese soberbio estudio último para la estatua de Balzac, que constituye quizá el ejemplo más feliz de apropiación creadora de la estética extremo oriental.

Aquí tenemos un par de obras de su discípulo Bourdelle, una de ellas -Beethoven con dos manos (1902)- más en la visión convencional del tremendismo, pero la otra, una Cabeza de Apolo interesantísima, que conjuga la hondura penetrante de los retratos de Despiau con un estudio de planos que parece el de un antecedente cubista. Aquí podemos ver asimismo la bellísima Mujer sentada secándose, de Degas, que puede explicar por sí misma el papel fundamental que ha desempeñado el célebre pintor impresionista en los orígenes de la escultura contemporánea. Pero, sobre todo, aquí está el Ecce puer, de Medardo Rosso, pieza verdaderamente magistral y conmovedora, que nos reafirma en el convencimiento de que hay que situar al escultor italiano entre los principales padres fundadores de la plástica de nuestro siglo.

Matisse y Picasso están -¡cómo no!- representados: el primero, con tres obras, cuya contemplación sirve muy bien de complemento de la serie célebre de los desnudos monumentales de espaldas que ya pudimos admirar en la exposición dedicada al maestro francés el año pasado por la propia Fundación March; el segundo, por su parte, con nueve obras, escogidas entre todas sus épocas y tendencias, que muestran muy a las claras la versatilidad e inventiva de su autor, capaz de resolver con talento la dimensión plana, el volumen o la gracia expresiva.

Pero el comentario puede resultar inacabable, porque, a decir verdad -insisto-, nos encontramos con casi todo. Hay un par de bronces de Maillol, pero, sobre todo, predomina la revisión ordenada de tendencias: las grandes personalidades cubistas, futuristas y constructivistas, los expresionistas alemanes e italianos, los surrealistas, etcétera. Están, por supuesto, esos dos gigantes fuera de toda clarificación que fueron Brancussi y Giacometti; los españoles Julio González, Gargallo y Miró; el dadaista Marcel Duchamp, su hermano Duchamp-Villon, Calder, Marini, Vantorgeloo... Pero no acaba uno de reponerse y todavía le queda una nueva amplia sala en el piso de abajo -la del vestíbulo de la sala de conferencias-, excepcionalmente habilitada para la ocasión, como el jardín de acceso: en ella están montadas, ni más ni menos, que el Monumento a la III Internacional, de Tatlin; la Columna, de Gabo, y el Aparato para un escenario eléctrico, de Moholy-Nagy.

En todo caso, una mención, para terminar, al montaje de la exposición, muy cuidado, como casi todos los que ha realizado hasta ahora la Fundación Juan March bajo la experta dirección de Gustavo Torner.

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