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La equívoca verdad del video irrumpe en la fiesta

El video ha irrumpido en la fiesta para el análisis, pretendidamente incontestable, de las actuaciones de los toreros. Algunos aficionados lo tienen ya como supremo juez y buscan en la equívoca verdad de sus imágenes la confrontación de sus opiniones.El video ya se lo han echado a la última faena de Antoñete en Las Ventas, a la de Curro Romero en la feria de San Isidro, a la de Manolo Vázquez el 27 de septiembre en la Maestranza, a algunas otras de especial relieve y, por supuesto, a cuantas son polémicas.

En el video aprecia el aficionado cómo aquel torero que el público aplaudió tanto desmedraba la zapatilla en el cuarto pase de la segunda serie con la derecha, y cómo la flámula recibía en anchones de perceptible violencia en el quinto de la tercera y en el tercero de la quinta.

Por lo que se refiere a la faena de Antoñete, le confortó comprobar que su estremecimiento de emoción cuando vio los ayudados en vivo era razonable y no tiene porqué avergonzarse de ello: los ejecutó el diestro como mandan cánones; lo muestra el video.

Olvida el aficionado que el toreo no es sólo técnica, que la técnica de torear no es sólo desnuda ejecución mecánica para calcar un patrón inamovible, que el toreo ni siquiera debe ser sólo perfección aunque a ella aspire. El toreo tiene una determinante emocional que muere en cuanto aquél se ha producido. Cualquier momento de la lidia es la técnica y la estética con que se ejecuta, mas también es la incertidumbre de cada embestida. Cuando se contempla el video, esa incertidumbre ya no existe y la suerte que nos repite tiene perdida por lo menos la mitad de su valor y casi toda su razón de ser.

Una de las faenas cumbre de estos últimos años en Las Ventas la protagonizaron Ruiz Miguel y un Victorino reservón y difícil. Cuando Ruiz Miguel instrumentaba el segundo derechazo ya la plaza se había puesto en pie, y al tercero, la multitud le aclamaba con gritos de ¡Torero, torero! Tan hondos pases como esos tres de Ruiz Miguel era difícil recordarlos, y en el momento en que los ejecutó parecía imposible darlos mejores. Pero luego le echaron el video al suceso y reveló que aquellos muletazos no eran bellos, ni tan profundos como se pensó, ni la faena merecía tanta pasión y grito. Entre otras razones porque la maquinita no reproducía ni el ambiente, ni la emoción, ni el propio peligro del Victorino (para entonces todos sabíamos que había sido dominado), ni, en definitiva, la inquietud de lo imprevisto, que era en realidad lo que había sucedido en la plaza.

La verdad no era en esta ocasión (ni será nunca) la fría y detallada versión del video. Si pasáramos por video los momentos estelares de la fiesta, desde sus orígenes, casi ninguno resistiría la crítica. En la verdad del video, ni Belmonte habría sido Belmonte.

El éxito y la psicosis colectiva

Exitos rutilantes, sobre todo los de toreros artistas, hay quien no los valora en absoluto -pues el video le da la razón- y explica que se produjeron por psicosis colectiva. No es eso, aunque algo de eso pueda haber, pues así es la lidia. La lidia es el toro, el torero y el público, y es más. Cada suerte es ella misma, pero también el entorno, su precedente y su consecuente. A veces dicen: «Con ese toro tan bueno otro torero habría estado igual de bien». Es una hipótesis gratuita, porque lo probable es que no ya otro. sino el mismo torero, con el mismo toro, pero en otra circunstancia, habría estado peor, o quizá mejor, pero jamás igual.

Emoción, técnica y espectáculo

En definitiva, el toreo, conformado de emoción y técnica -y espectáculo, no debe olvidarse- es también comunicación, la cual constituye un valor positivo; y es arte, el cual está por encima (y frecuentemente al margen) de la perfección. Cuando el torero comunica ese arte al tendido -transmite, se dice en -la jerga- y el tendido se identifica con él, la fiesta se engrandece; un característico fenómeno extrae del tiempo y de toda circunstancia material la creación artística. Ahora bien, esa creación artística se produce exclusivamente para quien la ve y sólo en el momento en que la ve; es irrepetible, su imagen -la foto, el cine, el video- ya no es la creación artística. Aplazar el juicio de lo que se ha visto en la plaza para estudiarlo en el video y descubrir allí que en el segundo pase de la tercera serie y en el tercero de la cuarta hubo incorrecta posición, y que, por tanto, si el público se estremeció no se debió estremecer, son vacía erudición, ocioso empeño y obtuso hallazgo.

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