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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Consumo y politica económica

Los análisis de previsión en cualquier actividad económica se concentran en mucha mayor medida en la estimación de la demanda que en la oferta para abastecer aquélla. En energía está sucediendo justo todo lo contrario, quizá por el gran susto que planteó un posible embargó del petróleo. Pero la experiencia de estos años nos muestra que, cualquiera que sea la solución de la oferta, sólo a través de una progresiva reducción de la demanda o del consumo se puede aliviar el grave condicionamiento de nuestra economía al suministro exterior de energía. Para confirmar estas afirmaciones conviene repasar algunas cifras.Entre 1973 y 1980 el consumo físico de energía ha aumentado en España un 26%; si se compara esta cifra con el crecimiento de la economía a precios constantes -un 19%- se observa una proporción muy elevada de energía: 1,37 unidades por una unidad de producto. Esta relación o elasticidad de demanda de energía con relación a la producción total se mantuvo alta en los años sesenta, y hasta la crisis, pero esto sucedía con unos bajos precios de aquélla y en un contexto económico mucho más favorable. En los años de crisis se ha añadido al encarecimiento externo del coste energético el componente interno: una intensificación del consumo.

En el período de la crisis, con fuertes tensiones en los precios, el consumo de crudos creció en España más del 27%, lo que supone que un 1% de aumento en la demanda de energía lleva a algo más de otro 1% en el consumo de petróleo para abastecerla. Así pues, tanto desde el lado de la evolución de la demanda como desde la participación del petróleo como energía más cara, se puede decir que los resultados de nuestra política energética han sido más bien pródigos.

Pero ¿cuáles son las causas de esta desfavorable evolución de la demanda de energía durante la crisis?

Productos petrolíferos

Un análisis de la demanda/consumo de las distintas formas de energía desde la crisis exige distinguir: ¿qué se está consumiendo? y ¿quién está consumiendo? Contestadas estas dos preguntas, se puede entrar ya en el tema de las probables causas que han determinado el rápido crecimiento de la demanda de energía en nuestro país. Los productos derivados del petróleo y la energía eléctrica suman conjuntamente la casi totalidad de la energía final utilizada, tanto el gas natural como el carbón no termoeléctrico, incluidos también en las estadísticas de energía, representan un porcentaje mínimo de ésta.Por tanto, solamente se hará referencia a los dos primeros, derivados del petróleo y la electricidad, como indicadores globales de la evolución del consumo. Se van a comparar en uno y otro caso los años 1973 y 1979, ya que no se dispone de datos tan completos y detallados para 1980 y a los efectos buscados es suficiente. Los productos derivados del petróleo se agrupan entre «usos domésticos o finales», «transporte» y «usos industriales y otros». Para nuestros fines esta clasificación es suficiente. Dentro de los consumos domésticos a personales se incluyen los gases licuados (butano y propano), gasolinas y gasóleo C para calefacción. El transporte recoge fundamentalmente el gasóleo A para automoción, el queroseno de aviación y los carburantes para usos marítimos. Por último, los usos industriales recogen el resto de los hidrocarburos refinados, desde el gasóleo B, hasta el fuel industrial, pasando por los autoconsumos de las refinerías, naftas y productos petroquímicos, etcétera.

En 1979, el consumo interior de productos del petróleo ascendió a 40,9 millones de toneladas, excluido el fuel para la producción de electricidad, lo que supuso un 28% más que en 1973 y nueve millones de toneladas de hidrocarburos más que seis años antes. Un resumen de esta evolución se recoge en el cuadro número 1. Los usos domésticos absorbieron casi el 44% del mayor consumo de petróleo en el período 1973-1979 (cuadro número 3); seguidos por el transporte, con el 32%, y la industria, con el 24%.

Los usos domésticos (+ 58%) aumentaron relativamente más que ningún otro consumo; todos sus componentes crecieron mucho entre 1973 sobre 1979. En cifras absolutas, en primer lugar la gasolina pasó de cuatro millones a 5.7 millones de toneladas. Pero el gasóleo para calefacción triplicó su consumo desde 0,75 a 2.2 millones de toneladas, y en 1979, junto con el butano, superaban ya el consumo de gasolina.

También el consumo de carburantes para el transporte aumentó mucho en estos años (+ 44%); hubo alzas espectaculares en las utilizaciones marinas (+ 75%), en el queroseno de aviación (+ 51 %) y el gasóleo A para transporte por carretera (+ 47%).

La industria registró un crecimiento mucho más moderado (11,5%), y este hecho es todavía más significativo si se tiene en cuenta una doble circunstancia:

a) Que el sector químico aumentó su demanda de materias primas de origen petroquímico en un 69%: 1,4 millones de toneladas.

b) Que si se consideran el fuel para la industria y el gasóleo B, como demanda industrial propiamente dicha (excluida la industria petroquímica), resulta que para estos fines el crecimiento del consumo no alcanzó el 2% seis años más tarde. En resumen: la demanda de hidrocarburos se dirigió principalmente a los usos domésticos y personales, al transporte, y solamente al sector químico dentro de los usos industriales.

Energía eléctrica

El crecimiento del consumo de petróleo en la crisis ha sido incluso relativamente bajo, si se compara con el de la electricidad. En 1979 se suministraron casi 2#7.000 millones de kilovatios-hora más que en 1973 lo que supuso un aumento del 44%. Es cierto que, tradicionalmente, las tasas de crecimiento de la electricidad han ido por encima de las restantes formas de energía, pero en la crisis los porcentajes del consumo han sido un 70% mayores que los aumentos de energía en su conjunto.Las estadísticas anuales de energía eléctrica publicadas por el Ministerio de Industria se presentan con un gran detalle de sectores y usuarios, que se han resumido en el cuadro número 2. Los abonados domésticos aumentan su consumo un 63%; el comercio, el 58%; los «otros servicios», el 40%, y la industria, el 39%.

En definitiva, los abonados domésticos han registrado un aumento medio anual de más del 10%; este porcentaje es muy alto, aunque se partiese en 1973 de bajos consumos, ya que se ha producido en una época de elevaciones de precios importantes. El comercio aumentó su demanda eléctrica en un 58%, en cuya cantidad se incluye también, seguramente, la electricidad utilizada en servicios administrativos. El sector transporte -prácticamente, Renfe- registró un aumento del 17%.El sector industrial, en conjunto, registró un 39% más de electricidad que en 1973, es decir, 16.000 millones más de kilovatios-hora. La importancia del aumento de electricidad industrial se ve en el hecho de que, para producir ese aumento de consumo sobre 1973, los 16.000 millones más de kilovatio-hora, serían necesarios cuatro millones de toneladas de fuel para su producción.

En cuanto a la evolución del consumo de electricidad industrial, el cuadro número 3 incluye los siete sectores mayores, cuyo consumo supone las dos terceras partes de la electricidad industrial y más del 70% del aumento en este período. La metalurgia no férrea casi duplicó en 1979 su demanda de 1973 (+ 92%), seguida de. la siderurgia, con el (46% del aumento); ambos procesos industriales registraron un mayor consumo de 6.000 millones de kilovatios-hora: el 38% del incremento de electricidad para usos industriales en el período. La importancia de esta cifra se aprecia al considerar que, para alcanzar esa producción de electricidad con petróleo, son necesarias un millón y medio de toneladas de fuel.

¿Quién está consumiendo más?

Esta exposición, a pesar de sus excesivas cifras, era necesaria para contestar a aquellas preguntas: ¿qué energías estaban aumentando en el consumo final y quiénes las demandaban. Si se traduce la electricidad a petróleo -necesario para su producción-, y se suma los aumentos de energía eléctrica y de los derivados del petróleo, resulta que el mayor consumo de energía en 1979 que el registrado en 1973 se distribuyó así: consumo doméstico, 43%; transporte, 21%; industria, 36%.De la intensificación del consumo de energía en la crisis ha sido responsable en primer lugar el consumo doméstico y personal. Sin olvidar que, dado el contenido estadístico de las cifras utilizadas, una parte corresponde a energía destinada al sector terciario, si se puede afirmar que una mayor disponibilidad de renta personal, junto con una preferencia en el gasto de energía -o condicionamientos ligados a estas preferencias, como la calefacción- y una intensificación del proceso comercial, ligado también a esa mayor disponibilidad de renta, han sido los factores que en último término han contribuido al crecimiento de la demanda e intensificación del consumo energético en estos años.

El consumo de energía para usos domésticos o personales posiblemente ha estado más vinculado a decisiones sobre el gasto ante una mayor disponibilidad de renta o una alteración en la composición de aquél que a la variación relativa de los precios. En efecto, se ha interpretado que la aceleración del consumo de energía tras la crisis ha obedecido a una caída relativa de los precios de la energía, con relación al nivel general de precios. Pero, en una primera observación, sin duda muy poco refinada, de los datos no parece confirmarse esta hipótesis, al menos en el consumo de energía doméstica y personal. Por ejemplo, en el trienio 1174-1176, la electricidad para usos domésticos creció, un 30% en esos años, en que los precios de los suministros a los abonados crecieron prácticamente igual que el índice general de precios al consumo. En los tres años siguientes, el consumo aumentó el 25,6%, mientras que el índice general creció muy por encima de los precios de la electricidad para usos domésticos.

Los precios de la gasolina, segundo producto de mayor consumo, siempre fueron entre un 25% y un 35% por encima del índice general. Ahora bien, a excepción de 1974, en que sólo aumentó el tonelaje consumido en un 2,1 %, todos los años mostraron alzas importantes: 9,7% (1975), 6,8% (1976), 4,6% (1977), 8,00% (1978) y 5,2% (1979). El gasóleo C, el tercer producto de mayor crecimiento de consumo, registró dos alzas importantes de precios en 1975 y 1977, que se anticiparon ampliamente al aumento del IPC; no obstante, el consumo creció 650.000 toneladas en 1977, 380.000 en 1978 y 370.000 en 1979.

En cuanto al consumo industrial cabe insistir en dos tipos de consideraciones. La primera es una desviación del consumo de energía industrial desde los hidrocarburos hacia la electricidad. La segunda es una fuerte concentración (siderurgia, aluminio, industria química).

En tercer lugar, la utilización de energía del sector transporte parece que excede al desarrollo de este sector en los últimos años. Ni el crecimiento general de la economía ni el desarrollo de los distintos subsectores de transporte justifican el crecimiento del consumo que de los datos se desprende. De las cifras de tráfico parece desprenderse que entre 1973 y 1979 ha crecido bastante el tráfico aéreo, tanto en términos de pasajeros-kilómetros como de toneladas-kilómetros, mientras, que estas mismas magnitudes han descendido en el tráfico de ferro carril. Para que hubiese la misma eficacia de combustible. el tráfico por carretera debería haber aumentado un 47% en estos seis años por unidad-kilómetro transportada. No parece que haya sido así, en cuyo caso habría que pensar en una pérdida de eficacia energética en el transporte en estos años.

Política económica y demanda de energía

El fuerte crecimiento del consumo de energía después de la crisis no se ha frenado mediante ninguna política de rentas, industrial y de precios; más bien parece que ha sucedido lo contrario.El crecimiento de las rentas personales, junto con una voluntaria moderación en las elevaciones de los precios de la energía. ha sido una de las causas del aumento en el consumo de ésta en usos domésticos y personales. No es necesario decir que, cuando se establecían los precios de los distintos productos energéticos, nunca se consideraron -ni antes ni ahora- su incidencia en las rentas personales. Así se comprueba la correlación de las alzas de precios entre 1977-1979. con unos efectos negativos en cuanto al consumo. En efecto, con el fin de evitar su repercusión en el coste de la vida, se trató siempre de atenuar las alzas de precios. Parece ob vio que, si se pretendía frenar el consumo, la forma de actuación debió ser justamente la contraria: elevar fuertemente los precios con el fin de contrarrestar la ya de por sí elevada propensión, el gasto en energía de los consumidores finales. La estrategia no fue muy eficaz, en términos de inflación, y tuvo un elevado coste en el crecimiento del consumo de energía.

Esta experiencia de la relación renta-consumo de energía debería aprovecharse también cuando descienden las rentas reales. Así, hoy se observa que, tras el fuerte aumento de los precios en el pasado mes de abril, aún no se ha recuperado el consumo de productos energéticos finales. Probablemente obedece a que las rentas personales están disminuyendo o no crecen: de aquí que las próximas elevaciones deban tener en cuenta esta situación, si no se quiere incidir fuertemente sobre el propio consumo de energía o, si se mantiene éste, sobre la distribución del gasto personal.

Los usos industriales de la energía han registrado un importante aumento debido al desarrollo de ramas industriales con alto consumo; por ejemplo. el sector químico, y al mantenimiento o ampliación de sectores con fuertes consumos -cemento, metalurgia, siderurgia- En estas condiciones, la demanda industrial de la energía tiene necesariamente que aumentar. Pero ¿está justificado hoy un apoyo a estos sectores intensivos en energía? O bien, ¿habría que reducir progresivamente su producción, dado el alto componente de consumo energético que incorporan?

Por otro lado, al estar considerablemente subvencionado el precio de la energía para usos industriales, habría que preguntarse también si este es el mejor procedimiento para fomentar la eficacia energética en los procesos industriales. A veces se tiene la impresión de que, desde la política industrial, el tema energético se aborda en estos términos: hay que subvencionar la energía, porque, en otro caso, estas industrias no serían competitivas. Pero cabría preguntarse si esas industrias son competitivas a pesar de todo, y si se justifica ese coste, porque esa subvención la paga el resto de la economía, con mayores importaciones de energía que en último término condicionan una política estabilizadora con sustanciales costes indirectos.

Una revisión crítica de la política de transporte es asimismo necesaria. El transporte privado por carretera probablemente está empeorando en consumos carburantes, en la misma medida que envejece el parque de camiones y, por los datos disponibles parece que el ferrocarril ha elevado sus consurnos específicos. Por otro lado, se sigue distribuyendo un volumen elevadísimo de productos petrolíferos refinados en cisternas; sólo contamos con un oleoducto, construído por los americanos; se sigue distribuyendo casi dos millones de toneladas de butano-propano en bombonas.

La tercera explicación al aumento de la demanda de energía después de la crisis se encuentra en la alteración de precios entre energías sustitutivas, que ha provocado un desplazamiento del consumo entre ellas.

El crecimiento del precio de la electricidad de alta tensión para usos industriales ha sido, según los años, entre un 20% y un 40% inferior al del fuel-oil, cuando en determinados usos son cIaramente sustitutivos. En esta evolución de los precios del fuel-oil con relación a los de la electricidad reside en buena medida la explicación del crecimiento del consumo de electricidad industrial frente al estancamiento del consumo de hidrocarburos para este mismo Fin a los niveles de 1973. ActuaImente, el precio del kilovatio-hora en alta tensión, para un gran consumidor, está en torno a las 3,50 pesetas por kilovatio; si este abonado decidiese quemar fuel-oil para producir su propia electricidad, solamente el combustible le costaría 5,25 pesetas kilovatio-hora. Esto lleva incluso a desincentivar las medidas de conservación de energía

Otro ejemplo explica el excepcional crecimiento del consumo de gasóleo para calefacción. En 1974, la termia (mil calorías) en calefacción con gasóleo costaba, a los precios de entonces del combustible y con rendimientos normales, 1,45 pesetas, -mientras que la termia eléctrica costaba 2,26 pesetas; es decir, era un 56% más barata la calefacción central con gasóleo que la individual eléctrica. Actualmente, tras cambiar la relación de precios, por haberse elevado mucho más el gasóleo que la electricidad, resulta que ambas termias tenían un coste equivalente de 6,50 pesetas, e incluso favorable a la termia eléctrica. Si se inclinan las ventajas en favor de la calefacción eléctrica, se estimula el cambio en el sistema de calefacción, qué se hace entonces con los cientos de miles de instalaciones de gasóleo.

En realidad, en estos últimos años se ha modificado la estructura de precios de la energía y no se ha producido por una decisión de política económica. Ha sido el resultado de sucesivas decisiones de fijar los precios de los productos energéticos a unos niveles tales que cubriesen las cuentas de explotación del sector de hidrocarburos, por un lado, y, del sector eléctrico, por otro. Puesto que los años 1977 a 1979 fueron muy hidráulicos y se redujo el coste medio de la electricidad, ésta se abarató con relación a las otras energías, sin pensar que una decisión así conducía a una alteración de los consumos.

Y es que, en el fondo, ni la política de rentas, ni la industrial, ni la de precios, se han encaminado hacia unos objetivos precisos de política energética .

J. Rodríguez de Pablo es economista. * Este trabajo es una reelaboración completa de la ponencia que sobre La crisis energética y la política económica española desarrolló el autor en el curso de política económica de la Universidad Menéndez y Pelayo el día 30 de julio del año en curso.

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