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Heberto Padilla aprende a vivir "en el vacío del exilio"

El escritor cubano publica en España su novela "En mi jardín pastan los héroes"

Juan Cruz

Heberto Padilla, cubano de 48 años, autor de cinco libros de poemas y perseguido en su país por uno de ellos, vive desde hace un año la aventura de «acostumbrarse al vacío del exillo» en Nueva York, donde ejerce como profesor universitario, escribe y traduce. Llegó a Estados Unidos después de una larga aventura dramática que se conoció en todo el mundo como el caso Padilla, que enfrentó a la revolución cubana, cuyos hábitos él desafiaba, con un gran número de intelectuales de todo el mundo. El escritor pasó un tiempo en la cárcel. Ya en el exilio, acaba de publicar en España la novela En mi jardín pastan los héroes, una reflexión mitad real y mitad onírica de sus últimos tiempos en La Habana. Ante otro reciente aislado cubano, el también escritor César Leante, asesor del Ministerio de Cultura de su país, Padilla habIó ayer en Madrid de su huida y de su obra.

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Heberto Padilla tiene una pequeña cicatriz en la frente -(«¿No la ves?»)-, que le fue causada por el funcionario policiaco cubano que le interrogaba en La Habana hace años sobre sus supuestas actividades contrarrevolucionarlas. En un momento determinado, el policía se enfureció tanto que arremetió físicamente contra el autor de Fuera del juego con lo que tenía más a mano: la carpeta («de fabricación soviética», recuerda hoy Padilla), en la que se guardaba la copia del manuscrito de En mi jardín pastan los héroes, una novela que, según el funcionario no había agradado a Fidel Castro.Hoy, ya en el exilio, Padilla tiene la novela publicada y conserva su cicatriz, que ayer exhibía sin ostentación ante un excepcional testigo: César Leante, escritor como él, asesor del Ministerio de Cultura cubano y, desde hace unos días, asilado político en España.

La coincidencia de ambos fue propiciada por el Pen Club Español, uno de cuyos dirigentes, J. J. Armas Marcelo, acudió con Leante al hotel donde Padilla se hospeda en Madrid. Los recuerdos familiares y la consideración de Leante sobre épocas pasadas («Nosotros fuimos amigos durante muchísimos años, pero no puedo negar que muchas veces discrepábamos») marcaron el encuentro.

A Padilla le sorprende la coincidencia con Leante y comparte con él una preocupación que éste tiene: cómo vivir asilado. Le hace elogios de la ciudad («Este es el bellísimo Madrid de siempre») y le comenta sus primeros sentimientos del exillo: «Lo primero que se tiene que hacer es aprender a vivir con la desilusión. Tenías el corazón lleno, a lo mejor tenías el corazón lleno con una mentira, y entonces te vas y te quedas vacío. Y te tienes que acostumbrar a vivir con ese tremendo vacío».

No les importa posar juntos («¿Por qué nos iba a importar,.) Ahora somos libres», comenta Padilla), o más bien se olvidan de la máquina de fotos, mientras relacionan los nombres de sus recuerdos («¿Tú qué conoces de G ... ? La vida que yo ignoraba», dice Padilla en algún momento) y Padilla describe la personalidad del agente que se convirtió en su sombra en La Habana: «Era de mi pueblo, de Pinar del Río, y le pusieron a vigilarme porque se suponía que era el experto en mis debilidades, el mejor conocedor de mi pierna coja».

"Todo es Político en Cuba"

Cuando Padilla comenzó a plantearse la vida en la revolución cubana como una misión imposible fue cuando, a mediados de ladécada de los sesenta, regresó de Checoslovaquia y de la Unión Sovietica. «Sé que las experiencias no se pueden comunicar, pero yo traía experiencias muy fuertes de esos países y sabía que lo que había visto no era bueno para Cuba y lo dije. Y entonces me llamaron ambicioso, comemierda, y empecé a darme cuenta de que me ocurría lo que a Carlos Franqui, que llegó de un viaje similar y fue diciéndome lo mismo: que aquello no podía ser, que ese no era el camino. Había que prepararse para huir».Era 1966, recuerda hoy Padilla. El regresaba de Checoslovaquia y de la URSS y se integró «con entusiasmo» como director gerente del Instituto del Libro. «Me dieron la confianza y no me la merecí nunca». Franqui le decía que su entusiasmo iba a chocar con la realidad, «que todo había cambiado, pero yo me di cuenta después de que, en efecto, Franqui tenía razón y aquello era imposible».

En 1968, la publicación de Fuera del juego desencadenó la tormenta, pero las cosas son más simples, o más remotas. Heberto Padilla recuerda el punto de partida de su caída en desgracia. El periódico de la Juventud Rebelde organizó en su suplemento literario, El caimán barbudo, una encuesta sobre una obra de Lisandro Otero, un funcionario de la revolución. «Yo dije que aquella obra, una novela, me parecía un salto atrás objeto de una publicidad desmedida, mientras que Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, no merecía ni el más leve eco. Me acusaron, en principio, de preferir, frente al escritor que vivía en Cuba, al que residía en el extranjero, y yo respondí que no me interesaba el escritor como geografía, sino que frente al escritor malo prefería el escritor bueno».

¿Fue, pues, una querella literaria la que desencadenó la persecución política de Heberto Padilla hasta la cárcel, la represión ideológica y el exilio? «Lo fue, y eso ocurrió porque todo lo que pasa en Cuba es un problema político. No se escribe un libro para comunicar una idea, sino para acumular méritos con los que acceder a los puestos de poder».

En mi jardín pastan los héroes confunde la realidad con la ficción, el sueño con el relato lineal de los hechos, cuyas claves «no hay que explicar necesariamente, porque yo no he escrito una novela para describir mi experiencia, sino para sugerir un mundo», dice Heberto Padilla. «¿Y por qué se mezclan en mi libro la realidad y el sueño? Porque no hay frontera en esta literatura de esquizofrenia que se vive en Cuba, donde los hombres desdoblan su personalidad, y en mi novela pasa eso; y, claro, en medio de esa esquizofrenia Marx y Engels terminan siendo, en mi libro, dos individuos que se apedrean mutuamente en una playa.

Padilla cree que en su libro hay burla y hay amor, «y ternura, sobre todo por las mujeres que aparecen en la novela» e incluso por los que fueron sus perseguidores. «El ejemplo de una vida bajo la dictadura ayuda a ser comprensivo de las discrepancias. Siempre hay un último minuto que conceder a aquel que parece más ortodoxo. Hegel decía que todos los personajes tienen su parte de razón, y razón viene de ración, justamente; cada uno tiene su pedacito».

Poeta en Nueva York, donde ejerce la docencia y aprende a vivir en el exilio, Heberto Padilla piensa ahora, fuera de su país, que Diderot tenía razón: «Diderot decía que había un momento en que los pueblos no quieren mandar ni obedecer, sino huir, escapar». Cuando huía definitivamente de Cuba, recordó en el avión estos versos de Keats: «¿Fue aquello una visión, o había soñado despierto? ¿Estoy despierto o duermo?».

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