La larga lucha de los nuevos realizadores
Es evidente que lo mejor del Festiva¡ de San Sebastián es el clima familiar en que se desenvuelve todo. La cotidiana fiesta nocturna agrupa a todos los invitados que, además, suelen coincidir en los restaurantes más conocidos. Este ambiente tan relajado, sin embargo, no viene acompañado de una promoción suficiente de las películas que en el festival se proyectan y que, por lógica, deberían ser las auténticas protagonistas.La sección dedicada a los Nuevos realizadores es, en este sentido, la mayor víctima. A pesar de que. precisamente, en esa sección se encuentra lo más interesante del festival y, lo que aún es más importante. la posibilidad de que San Sebastián encuentre en los nuevos realizadores la temática fundamental del festival que fue, además, la recomendada por la Federación Internacional de Productores cuando le retiró a este festival la calificación A, esta sección no cuenta con el cuidado que sería lógico prestarle. Las películas se proyectan a muy temprana hora de la mañana, en locales que no están cerca del lugar de encuentro de los invitados al festival.
Hoy, por ejemplo, está prevista la proyección de la película española Siete calles, de Javier Rebollo y Juan Ortuoste, aún no estrenada en España y, por tanto, de gran interés para el festival. Sin embargo, la proyección de este estreno coincidirá, a la misma hora de la mañana, con la mesa redonda que Ricardo Muñoz Suay ha organizado en torno al tema de la literatura y el cine. Mesa a la que acudirán, entre otros, figuras tan notables como las de Guillermo Cabrera Infante o Fernando Savater.
Es evidente, pues, que la sección Nuevos realizadores está descuidada. Si no valora la proyección de películas desconocidas, no ha encontrado su auténtica entidad. Es una larga lucha que los nuevos realizadores establecen desde hace años con el festival donostiarra. Y que deben ganar, porque, como al principio se señalaba, en esta sección o en otras similares, tiene esta convocatoria cinematográfica su mejor futuro. Tratar de competir a estas alturas con festivales tan apoyados como los de Cannes, Berlín o Venecia, es perder de antemano una batalla. Atender, sin embargo, los huecos principales de esos festivales que, en su mayoría, son sólo portavoces de las multinacionales, sería una operación inteligente y útil.
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