El Teleno, de cima tutelar a campo de tiro
La noticia nos la transmitió hace algunas semanas el corresponsal de este periódico en León; noticia que nos ha dejado consternados: diez pueblos de nuestra provincia (León), terrenos con una extensión de sesenta kilómetros cuadrados, van a ser expropiados para destinarse a un gigantesco polígono de tiro. La noticia podía haber pasado inadvertida de ser otro el lugar a expropiar, y otras las dimensiones; pero, de entrada, diremos que para algunos leoneses esos sesenta kilómetros cuadrados son algo así como el corazón de nuestra tierra, la esencia de nuestros paisajes, todo un resumen de historia viva. Esos diez pueblos están presididos, ni más ni menos, que por nuestra cima tutelar, por el monte Teleno -el Tilenus de los romanos-, una mole azulada de más de 2.000 metros de altitud que, en los días claros, puede divisarse desde cualquier punto de la provincia. No en vano se trata del pico más alto del noroeste español.Hace ya algunos años que, desde estas mismas páginas, llamaba la atención sobre la necesidad urgente de proteger esos lugares vírgenes y humanizadísimos, a un tiempo, de nuestra tierra, e incomparables por más de una razón; esa zona triangular que viene determinada por tres vértices o cimas: la ya citada del Teleno, la de Peña Trevinca y la de la Guiana; zona que agrupa a las dos Cabreras y a parte de la Maragatería y de la Valdería. Recordábamos entonces su reclusión de siglos, la ausencia, sí, de población, que hacía inútil todo desarrollismo a ultranza, pero que, para todas aquellas personas que se habían negado a la emigración, constituía todavía un equilibradísimo marco agrícola y ganadero. Hablábamos de las especies animales y vegetales que pueblan sus montes, algunas únicas en el mundo, y que incluso una universidad inglesa había comenzado a estudiar. Y subrayábamos, sobre todo, la urgente necesidad de declarar parque nacional a todo el conjunto. Los principales recursos -la madera, los pastos, la ganadería- no se verían en modo alguno afectados por esta solución. Pero no hubo respuestas en este sentido. Y, ahora, parte de esa zona parece abocada a un uso mucho más radical.
Viejos temores
Hoy se confirman muchos de nuestros temores. Lo que ha sido paisaje entrañable desde la infancia para tantas miradas puede ser pasto de la desolación. Es, por ello, natural que los afectados se pregunten de entrada, lógicamente: ¿es que estas tierras no han pagado ya con creces su tributo acogiendo desde hace años a otro polígono de tiro, aunque éste fuera de dimensiones más reducidas? ¿Es que no existe en este tantas veces árido y desértico país nuestro otra zona más estéril de barranqueras y pedregales, otros arenales y parameras donde se puedan llevar a cabo esas, sin duda, necesarísimas prácticas de tiro? Porque según el ya citado corresponsal; la zona a expropiar no es precisamente un árido y estéril desierto, sino que abarca «doscientas hectáreas de pastos, 1.200 de prados, 3.000 aprovechables para la ganadería, y, el resto, 17.000, de pinares y monte bajo», algunas protegidas ejemplarmente -si mal no recordamos-, por el mismísimo Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona).
Los pinares de Priaranza y de Tabuyo... Allí hemos estado, como todos los años, este verano. Y en las honduras de Filiel y de Boisán, ya camino del valle del Silencio, de la Tebaida leonesa. Zona, además, arqueológica de primera categoría, de actualidad precisamente en este año de 1981, en que conmemoramos el bimilenario de la ocupación de esos territorios, el 19 antes de Jesucristo, por las tropas romanas. Recordemos a este respecto los dos volúmenes publicados recientemente por Claude Domergue sobre sus excavaciones en estos parajes y la obra insustituible de Valentin Cabero (Espacio agrario y economía de subsistencia en las montañas galaico-leonesas), libro precisamente premiado y editado por la Diputación leonesa, imprescindible a la hora de tomar cualquier determinación socioeconómica sobre esa zona. La misma revista de la Diputación, Tierras de León, ha dedicado muchas páginas al estudio y a la exaltación de ese lugar impar de nuestra geografía. Lógico debe ser, pues, el interés en preservar unos valores económicos, culturales y paisajísticos de primer orden.
Camino de Santiago
Recordemos también que el futuro campo de tiro está cruzado por el primitivo camino de Santiago, que tiene en su ascensión hacia Foncebadón uno de los tramos más llenos de tradición y de encanto. Pero, ¿qué vamos a decir del significado cultural de todos y de cada uno de los rincones a expropiar? En Santa Colomba de Somoza, el doctor Carro descubrió toda una villa y adelantó la tesis, cada día más confirmada, de que hombres de Oriente ascendieron, valle del Sil arriba, hasta el corazón de estas montañas, ya atraídos entonces por su riqueza minera. ¿Y qué decir de ese monumento en piedra dorada y viva que es Castrillo de los Polvazares? ¿Y del ancestral mercado de Luyego? Los restos de La Corona, en Quintanilla, están en vías de ser declarados monumento histórico-artístico, etcétera. El proyecto, más allá de valoraciones culturales, daña gravemente uno de los complejos hidráulicos más ambiciosos y más ansiados por los campesinos de estas tierras, el del pantano de Chana, que si, al fin, un día se construye, fertilizaría notablemente miles de hectáreas desaprovechadas o sedientas de la zona. ¡Qué lejos queda de esta realidad amada, crecida a lo largo de los siglos con laboriosidad, la vivificadora idea del pantano, de ese desarrollismo tan iluso como catastrófico que, para algunos, traería consigo las expropiaciones!
Ayer fue el desafortunado intento -dentro de la creciente y, al parecer, irresistible fiebre nuclear que nos invade- de instalar una central de este tipo en Valencia de Don Juan, en el centro de una de las comarcas agrícolas, fluviales y turísticas -junto a la del río Orbigo- más ricas de la provincia. Afortunadamente, el mal sueño quedó atrás. Hoy, este nuevo proyecto hallará, sin duda, con serenidad, con tino, con diálogo, una mejor solución.
Una vez más, como en tantos otros lugares del planeta, parece como si la naturaleza virgen y los espacios agrarios fundacionales tuvieran que buscar su salvación por sí mismos, desesperadamente, y no gracias a los hombres que, durante siglos, los han habitado. Naturaleza de excepción la de esos bosques, valles y lomas de las laderas del monte Teleno, de nuestra cima tutelar, la de esos sesenta kilómetros cuadrados de nuestra geografía que algunos leoneses consideramos -como aquellos romanos que hace ahora 2.000 años nos trajeron la cultura- sagrada.
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