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BILBAO: QUINTA CORRIDA DE FERIA

Cuando a los Buendía se les caen las orejas

Con los Buendía, mucho cuidado, que unas veces se les caen las orejas y, otras lo que se les cae es los machos a los toreros. Son toros de casta, y ahí está el detalle. Ayer salieron en Bilbao unos Buendía a los que se les caían las orejas, y, naturalmente, los toreros que gozaron de su lidia pudieron tocar pelo, y salieron otros de signo contrario, y al espada de turno se le aflojaban los machos.Este espada de turno fue Antoñete, que, ya se puede suponer, no anda, a sus años, con el ánimo dispuesto, estilo legionario, a dejarse matar. Lo suyo es la torería, y con la torería, un respeto y un reposo.

A quienes saben cómo está de vulgar la fiesta y saben también del toreo y lo degustan, Antoñete no les defraudó, porque en todo momento exhibió su torería. Fue lo que llamaríamos un torero de los pies a la cabeza en una mala tarde. Y no pasa nada. Malas tardes las tiene cualquiera.

Plaza de Bilbao

20 de agosto. Quinta de feria. Toros de Joaquín Buendía, desiguales de presencia, sospechosos de pitones, encastados. Antoñete: cuatro pinchazos y, estocada caída (pitos). Pinchazo, estocada enhebrada y otra ladeada (bronca). Paquirri: pinchazo y estocada desprendida (oreja). Estocada caída (ovación y salida al tercio), Dámaso González: dos pinchazos y estocada corta (oreja). Tres pinchazos. Estocada caída y dos descabellos (gran ovación).

Antoñete sacó a su primero a los medios mediante dobladas maestras, dio distancia y ligó muy bien dos naturales con el de pecho. Volvió a dar distancia, instrumentó un solo natural y lo remató con un trincherazo, con la izquierda, que fue el muletazo de la tarde, un muletazo para Madrid, para Sevilla, para cualquier plaza donde el toreo se aprecia y se saborea detalle a detalle. Bilbao, en cambio, no lo apreció o lo apreció poco. Y se lo perdió.

Después, con la derecha. Antoñete va no quiso complicarse la vida, y lo que de verdad hacía en cada muletazo era quitarse de en medio. La casta del Santacoloma le venía ancha. Igual ocurrió en el cuarto, que además tenía genio y era gazapón. Más que a parar, templar y mandar estaba pendiente de rectificar. Por añadidura mató pésimamente y le abroncaron con la potencia y la entonación que son características de las privilegiadas gargantas vascas.

Toro de orejas caídas el segundo (y de brazos caídos también: no tenía fuerza alguna el pobre), Paquirri le hizo lo que acostumbra; a saber: largas de rodillas, verónicas de tentadero, galleo por chicuelinas, banderillas a cabeza pasada.

Hay que precisar, sin embargo, que los naturales llevaban al toro muy toreado, frecuentemente muy buen toreado, templado el viaje, ritmo a los pases. Pues así lo vimos, así conviene proclamarlo, que el toreo reposado y de gusto es novedad en este diestro de todas las aceleraciones.

En el tercero, que derribó y era de excepcional nobleza, Dámaso González armó un alboroto. «¡Ay mi madre, si le sale este toro a Antoñetel», habrían dicho en Madrid, como es moda. Antoñete estaba allí, pendiente del suceso, pero le salió a Dámaso González, ese desgalichado espada cuya rara técnica convierte en un solo e interminable muletazo todo un rosario de pases. Con la izquierda, menos, pero con la derecha sus series son monolíticas, cosidas y adheridas, se le devuelve el dinero al que sea capaz de despegarlas. Y luego, los circulares, por delante, por detrás, de pie, de rodillas, a gusto del consumidor. Lo dicho: que armó un alboroto, y porque pinchó, pues si llega a acertar la primera estocada le dan el rabo.

En el sexto, también manejable, volvió a arrimarse, tiró en engaño, se descaró cogido a los pitones y el público bilbaíno se sintió damasista hasta la médula. La afición cabal -que la hay aquí y muy buena- habría preferido toreo como el de Antoñete en aquel trincherazo; pero la vida es así. Para Buendía, a los que se les caen las orejas, existe una rica tauromaquia que sólo habíamos podido entrever.

Aclaración

En el titular de la crónica correspondiente a la corrida del pasado miércoles se decía, por error: «Un pase de Paula enmudece a los vizcaínos». Lo que en realidad enmudeció a los vizcaínos fue un quite de este torero, como podía colegírse del contexto de la referida crónica. El quite había sido fuera de serie.

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