Pequeño y pretencioso

Algunos jóvenes directores norteamericanos están empeñados en recordar sus propias biografías, insistiendo en la importancia histórica de la década de los sesenta sobre la evolución de su país. La guerra de Vietnam y el descubrimiento de la droga, las revueltas universitarias y los primeros amores son mezclados en crónicas que en excepcionales ocasiones -Tal como éramos, de Sidney Pollack- se convierten en películas interesantes, pero que en la mayoría de los casos no pasan de croniquillas intrascendentes y pretenciosas, aunque contengan momentos aislados defendibles.Es el caso de este Pequeño círculo de amigos, demasiado parecida, demasiado igual a tantas y tantas películas de los últimos años, donde un amor a tres (que el espectador conoce mucho antes que sus protagonistas) sirve de débil hilo conductor a una retahíla de recordatorios históricos que no vienen analizados ni ofrecidos en términos distintos a los de cualquier titular vulgar de un periódico del momento.

A tanta reposición como estamos sufriendo en estos momentos se añaden películas de memorias. De alguna manera, parece que el cine que se nos ofrece se niega a mirar simplemente el presente, a reaccionar de acuerdo a los tiempos que ahora vivimos. La memoria es, sin duda, importante; imprescindible una reflexión sobre el pasado, pero probablemente peligrosa cuando suple la del hoy mismo... No se trata, claro está, de culpar a Pequeño círculo de amigos de la existencia de las demás películas que se le parecen. La culpa de esta obra de Bob Cohen se limita a su confusión, su vulgaridad y su escaso interés.