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Tribuna
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La vigencia de un novelista clásico

Como iniciación a un hipotético debate, pudiera definirse la novela de este modo: obra literaria en prosa, de necesaria extensión, que mediante la narración, la descripción y la interlocución desarrolla una historia formalmente fingida a través de la cual se manifiesta a la conciencia del lector todo un mundo en la complejidad de sus relaciones individuo-sociedad desde una actitud crítica orientada a mostrar los valores de esas relaciones en busca del sentido de la realidad. Cuando tal obra persigue por condensación el realce intensivo de un carácter o destino -melódicamente- se produce la llamada «novela corta». Cuando se intenta, sin perjuicio del relieve de uno o varios personajes, recrear una totalidad extensiva compleja -sinfónicamente-, se da la «novela».Clarín publicó nueve novelas cortas, entre ellas las tres del volumen Doña Berta, Cuervo, Superchería (1892), temáticamente concertadas: rescate del amor a costa de la vida; inherencia de la muerte a la vida; relación de la conciencia con el mundo perceptible y con el misterio. Esta trilogía pudo servir de estímulo a Unamuno, a Pérez de Ayala (y a otros después) en el perfeccionamiento de un género que algunos consideran el equivalente burgués de la tragedia.

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Entre la melodía y la sinfonía puede situarse la segunda de las dos novelas mayores de Clarín: Su único hijo (1891), tragicomedia del hombre pusilánime que, en el ambiente provinciano donde se marchitan las postreras ilusiones y se agotan los últimos ecos de un romanticismo trivial, aspira a forjarse un nuevo entusiasmo a través de la proyección y perfecta educación de ese «único hijo» cuya paternidad recaba el protagonista por un acto de voluntad fidencial, testimonio del espiritualismo del fin de siglo: inventar una fe, crearse uno a sí propio.

Pero es en La Regenta (1884-85) donde el novelista logra, a los 33 años de edad, su obra maestra. La casada adúltera y el sacerdote inconforme, realidades de época, simbolizan el ansia de libertad y la necesidad de elevación dentro de un mundo de convenciones opresoras y creciente hastío. El mal aparece en esta novela como «pro sa»: Ana Ozores y Fermín de Pas, para sustraerse a la invasión de la prosa, huyen a su intimidad, solitaria o compartida. Cada uno a su modo, buscan ambos un amor per fecto, levantado hacia la ilusión religiosa, arraigado en una simpatía erótica dignificadora. El medio quiere degradarles a su medianía y envolverles en su mecánica establecida. Tras larga resistencia, el confesor y su «hermana del alma» parecen ceder a la prosa ve tustense, pero en verdad resultan ser tan inadaptados como inadap tables (supravetustenses). Ana asume el aspecto emocional y Fermín el intelectual del romanticismo superior de Clarín: la inspiración a vivir creativamente el amor, en conflicto con la sociedad gregaria, que existe en la inercia. Los demás están conformes con su ambiente o (como. Fortunato, Frígilis y Benítez) al margen. Precisamente, la captación del medio ambiente con una técnica en su mayor parte naturalista (documentación, mimesis, totalidad social, acción sencilla, personajes concretos, composición abierta, impersonalidad narrativa, lenguaje modesto) confiere a La Regenta su condición de novela sinfónica.

La más distintiva de estas notas (para su época) es la interioridad (el monólogo indirecto es el más frecuente molde expresivo en Ana y Fermín), pero siempre en contraste con el mundo exterior en que esas almas saben que nunca podrán realizarse y hacia el cual, sin embargo, se ven arrastradas. Aparece así, La Regenta, como el primer modelo español de la novela del «romanticismo de la desilusión», según la tipología de Lukacs. La tensión entre poesía y prosa, reflexión y conversación, elegía y sátira, retrato y caricatura, tragedia y comedia, búsqueda personal e inercia masiva, dolor e insensibilidad, soledad y sociedad, responde a aquel tipo de novela cuyo dechado es La educación sentimental, de Flaubert: el alma es ahí más amplia que los destinos que la vida pueda ofrecerle y su interior riqueza la disocia del mundo; la composición de la novela tiende a disolverse en estados de ánimo y reflexiones y a reemplazar la trama por el análisis psicológico; el protagonista -contemplativo- se alimenta de su subjetividad, que nada exterior parece capaz de interrumpir.

Si de La educación sentimental arranca Proust para su reconstrucción musical del tiempo perdido y en Proust está aún la raíz inmediata de la novela de hoy, bien puede estimarse La Regenta el ejemplo español más temprano y fecundo de esa línea de la novelística que cobra nueva fuerza a principios de nuestro siglo con Camino de perfección o La voluntad y que, transformada, pero no invalidada, llega hasta novelas actuales como Makbara, Saúl ante Samuel Teoría del conocimiento. Nada tiene de extraño que, tras medio siglo de injusta desmemoria, La Regenta, como libro de bolsillo, haya alcanzado doce ediciones entre 1966 y 1981, ni que su autor sea ya un clásico entre los escritores de todos los tiempos. El nuestro -nuestro tiempo- sigue padeciendo aquel conflicto entre poesía y prosa, creatividad e inercia, como un conflicto entre soledad individual y sociedad de consumo, desamparo y tecnocracia, deseo y mercadeo, y aunque parezca mentira, todavía quedan «últimos románticos» héroes imposibilitados para un heroísmo que, derribando los claustros de la soledad, trascienda a acción colectiva digna de cumplirse.

Gonzalo Sobejano es profesor de Literatura y autor, entre otros libros, de Forma literaria y sensibilidad social, y de una edición de La Regenta.

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