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Escribir para comer

William Saroyan, hijo de inmigrante armenio que alcanzó gran popularidad en los años treinta, murio anteayer a los 73 años de edad en un hospital de Fresne, casi olvidado (véase EL PAIS de ayer).

Su carrera como escritor comienza en 1933, cuando la ya desaparecida revista Story aceptó y le pagó diez dólares por un cuento: El joven osado en el trapecio volante, que refleja los pensamientos de un joven escritor que se muere de hambre.

En los siguientes treinta días Saroyan envió otros treinta cuentos a la revista que había aceptado el primero, y se autoproclama «el mejor escritor del mundo».

El hombre en el trapecio volante y otros cuentos es la primera serie de obras cortas de Saroyan, que las produciría luego por centenares, al igual que ensayos, novelas, obras de teatro y escenarios para el cine.

Más información
La sospechosa inocencia de William Saroyan

El propio Saroyan, que abandonó los estudios a los quince años y trabajó como mensajero de una compañía telegráfica en San Francisco, con un salario de quince dólares por semana, se dedicó a vender personalmente su obra en los muelles de esa ciudad para poder comer.

Poco antes de estallar la segunda guerra mundial, las obras de Saroyan copaban los teatros de Broadway, y en cierto momento había cuatro de ellas en escena simultáneamente, y era casi imposible abrir alguna revista norteamericana sin encontrarse un artículo, cuento o ensayo de su fecunda pluma.

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