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Un maestro cansado

Dizzy Gillespie, el trompetista técnicamente más notable del jazz moderno, está cansado. El hombre que creó la escuela que sucedió a Armstrong está cada vez más cerca de ese exhibicionismo que caracterizó al gran Satchmo a partir de los años cincuenta. La otra noche, de vuelta a casa, estuve escuchando dos de las melodías que tocó en el concierto: A night in Tunisia y Salt Peanuts; aquella prodigiosa fluidez sobre los agudos, aquel fraseo incomparable de altos, estuvo ausente esta vez; incluso los agudos del leit motiv de Salt Peanuts se los hizo Ed Cherry con la guitarra; hasta su desbordante jovialidad ha perdido fuerza. Pero es un maestro.Ya desde el comienzo, con St. Louis blues, dio la tónica de lo que iba a ser la sesión; como en la segunda pieza, Con alma, sin Curtis Fuller, en la que Dizzy trabajó sobre todo en tonos medios, haciendo pocos solos y muchos solitos, v dando lo que siempre le ha caracterizado y caracterizó a su escuela: ese frasco, que en su trompeta es inigualable y lo sigue siendo; sólo que las facultades ya no le dan para sostenerse en todos los tonos. Conectó muy fácilmente con el público e incluso, tras hacer repetir a los miembros del grupo una divertida serie de skats, hizo lo mismo con el auditorio, que tanto ahí como en el batir de palmas demostró tener mayoritariamente un oído de cuero; quizá sea por la diferencia que hay entre marcha y swing.

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Curtil Fuller, trombón, tuvo una excelente actuación. Toca con una gran capacidad de modulación, cambia muy bien de sonidos, creando espléndidos contrastes, en tonos medios hace sonar el trombón casi como un saxo, de una manera asordinada, y sube con mucha fuerza. Hizo un solo con Lover man (la primera propina), apoyado en los soberbios acordes de la guitarra, realmente extraordinario; en Night in Tunisia, doblaba con el tema principal el solo de Dizzy como lo hubiera hecho Don Byas con el tenor; y, en general, sus coros fueron espléndidos.

Ed Cherry, guitarra, es un fuera de serie. Con una digitación portentosa lograba cascadas de notas que conmocionaron al público. Su actuación no solamente fue emocionante como solista, sino que, además, hizo la labor del piano, toda clase de coros y acordes llenos de inventiva. Al final tenía que relajar el brazo izquierdo de tanto en tanto. Estuvo magníficamente asociado con el bajista Mike Howell -que realizó un trabajo sobrio, seguro y de muy bella sonoridad-, y ambos realizaron diversos solos. Cherry brilló especialmente, si es que algo puede destacarse en un músico tan bueno, en un par de blues,- es un bluesman de pies a cabeza.

Y, por último, Tommy Campbell. Es uno de esos bateristas que dividen su cabeza en cuatro partes, una para cada extremidad, y la reúnen de nuevo en la batería. A diferencia de Billy Higgins (el baterista de Montoliú), dominó el bombo a la perfección; es más duro, menos matizado que Higgins, menos claro quizá, pero su golpe, muy ligado, tiene un swing tremendo, de una gran precisión. En la última pieza de la primera parte, el charleston, perdió la sujeción al suelo y, manteniéndolo con el pie para que no se le fuera, hizo un solo de batería que puso los pelos de punta a todos.

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