El "Diccionario histórico" del español: ¿2.500 años?
«Al ritmo que se lleva, harán falta 2.500 años para terminar el Diccionario histórico de la lengua castellana». Esto ha dicho, según el diario Ya del pasado 29 de marzo, el profesor Vidal Lamíquiz, de la Universidad de Sevilla, en el coloquio subsiguiente a una conferencia pronunciada en Roma. Como conozco bien la seriedad científica del profesor Lamíquiz y la calidad de sus aportaciones a la lingüística española, me niego a creer que haya emitido una afirmación tan alegre (alegre, por supuesto, no en el sentido de optimista). Sin duda alguna ha habido error en la transcripción de sus palabras, y él mismo habrá sido el primero en sorprenderse al verse citado como autor de tan monumental frase.Pero el hecho es que la frase se ha publicado, y destacado en titulares, y por un periódico muy formal, y puesta en boca de un prestigioso profesor universitario. Y el lector culto, el único que se interesa por estos temas, la lee y se queda estupefacto. «¿Dos mil quinientos años para hacer un diccionario? Verdaderamente, siguen existiendo cosas en que los españoles somos campeones mundiales». El lector culto toma luego un lápiz y un papel y hace una sencilla cuenta: «Si el Diccionario de la Academia registra unas 90.000 palabras, y dividimos esas 90.000 palabras entre los 2.500 años profetizados, hay que entender que la redacción del Diccionario histórico, "al ritmo que se lleva", es de 36 artículos al año, o sea, de tres artículos al mes. Los redactores del Diccionario histórico, evidentemente, viven en un remanso de paz, exentos por entero de la agitación y de la prisa del mundo de hoy. ¡Felices ellos! ».
Me creo en el deber de desengañar al lector culto. La redacción del Diccionario histórico español no es exactamente una isla de sosiego, ni la noticia que sobre ese diccionario le han servido es un modelo de buena información.
Obra ambiciosa
El Diccionario histórico de la lengua española es una ambiciosa obra que la Real Academia Española tiene en publicación desde el año 1960, en fascículos de unas 140 páginas de gran formato y densa tipografía. Los diez primeros fascículos completaron en 1972 el tomo I, con un total de casi 1.500 páginas. Actualmente, la publicación va por la mitad del tomo II. En conjunto, unos 15.600 artículos estimados, frente a los aproximada mente 6.500 del bloque correspondiente en el diccionario común.
La preparación de este Diccionario histórico corre a cargo de un organismo fundado en 1946 en el seno de la Academia: el Seminario de Lexicografía, cuyo creador y primer director fue Julio Casares, secretario de la Corporación y autor del excelente Diccionario ideológico de la lengua española. Le han seguido en la dirección Vicente García de Diego, el ilustre etimologista y dialectólogo, y Rafael Lapesa, maestro de filólogos y autor de la mejor Historia de la lengua española. Por el Seminario de Lexicografía han pasado, como redactores o colaboradores, figuras de tanto relieve en la lingüística española como Samuel Gili Gaya, Carlos Clavería, Salvador Fernández Ramírez, Alonso Zamora Vicente y Fernando Lázaro Carreter, por no citar sino cinco entre las más renombradas.
¿Por qué emprendió la Academia Española la publicación de esta obra? Porque comprendió que para el conocimiento profundo del léxico español era necesario empezar por catalogar sus palabras en una perspectiva histórica, trazando la evolución de cada una de ellas, tanto en su forma como en su contenido, desde la primera aparición hasta la última registrada, con textos acreditativos del uso y el sentido en las distintas épocas y en las distintas tierras. Una tarea semejante había sido ya llevada a cabo con notable éxito para la lengua inglesa, cuyo famoso Diccionario de Oxford, en doce grandes volúmenes, se había terminado en 45 años. Otras empresas estaban entonces en marcha, o se pusieron en marcha después, respecto a otras lenguas europeas. Para nosotros, como españoles, tiene especial interés el admirable Diccionari catalá-valenciá-balear, de Alcover y Moll, en diez volúmenes, terminado en 1962, a los 35 años de su primer fascículo.
Perfecto conocimiento
Todos los pueblos cultos tienen conciencia de que en la base de su cultura está el perfecto conocimiento de su lengua, y de que es ingrediente fundamental de este conocimiento el estudio a fondo de su léxico; para lo cual es pieza clave la compilación de éste sobre su documentación histórica. España, que tiene una de las cinco grandes lenguas del mundo, no puede inhibirse de actuar en este sentido, ni tampoco las veinte naciones que con España la comparten.
La labor de la Academia al editar el Diccionario histórico de la lengua española es, pues, de verdadero interés nacional y aun supranacional. Entendiéndolo así, la Academia solicitó y obtuvo la ayuda del Estado, que desde el primer momento financia la publicación del Diccionario histórico a través de una consignación anual del Ministerio de Educación. Desgraciadamente, el Estado, tan espléndido a la hora de financiar otras actividades supuestamente culturales, se ejercita en la virtud de la más severa austeridad cuando se trata de fomentar la investigación. Como consecuencia de este ascetismo, el Diccionario histórico ha vivido y se va publicando en medio de grandes dificultades que le impiden desarrollar sus planes incluso a media máquina. Como ya señaló Rafael Lapesa, muy pronto hubo de quedar arrumbado el proyecto inicial de Casares de terminar la obra en un plazo de 38 años. En este momento, la meta que se considera alcanzable es la de cien anos: aproximadamente, lo que tardó en publicarse el Diccionario alemán iniciado por los hermanos Grimm en 1852.
La venida del Anticristo
Nada, pues, de 2.500 años, que situarían la conclusión de nuestro Diccionario para mucho después de la venida del Anticristo. La Academia aspira a hacer el diccionario histórico de una lengua todavía viva, y en el plazo más corto posible, para que los países que hablan español dispongan pronto del inventarlo más extenso y documentado del léxico de esta lengua. Pero para ello -como ya dije en otra ocasión- es necesario que nuestros gobernantes se den cuenta, de una vez, de que la lengua, la lengua oficial, tiene un papel vertebral en la vida de una nación, y que cuanta más atención se dedique a los trabajos orientados a su mayor difusión y a su conocimiento más profundo, mayores serán los beneficios para la comunidad a la que esa lengua sirve. Y es necesario también que nuestros gobernantes recuerden que la lengua española es lo único que de verdad nos une radicalmente con una veintena de países, cuya cooperación estrecha, cuya hermandad con el nuestro, es uno de los bienes más deseables hoy para todos nosotros.
Babelia
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