"Más vale un pensamiento que una onza de oro"
«Declaro que el libro es de las pocas cosas regaladoras que quedan, puesto que el deleite de acariciarlo y leerlo no tiene precio ni aun posible tasa, y más vale un pensamiento soplador de vida -cogito, ergo sum- que una onza de oro. Y si mi amor al libro es síntoma de manía, que los clementes dioses me perdonen». Con estas palabras empezó Camilo José Cela su pregón de la quinta edición de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión.Camilo José Cela siguió enumerando los títulos de algunos libros muy especiales que consiguió encontrar en sus correrías por las librerías de lance: una primera edición del Quijote de la Academia, la de 1780, en cuatro tomos, por Joaquín Ibarra; la Vida, de Torres y Villarroel impresa en Sevilla, sin precisión de año, por Diego López de Haro o «el misterioso número XXIII de la revista Hora de España, que todos dudaban de que existiera, del que tantas necedades llegaron a decirse y escribirse y que yo presté a los alemanes para su edición facsímil».
«El libro es herramienta que envejece con nobleza, como el vino, como la madera y como las mujeres, que no crían excesivas arrobas ni peor intención de la tolerable y precisa», pregonó Camilo José Cela tras aludir a su nostalgia por el «libro esquivo y a sus fintas de liebre montaraz» que se le escapa por vivir en las «benéficas afueras de España».
«Los árabes del califato pensaban que el paraíso sobre la tierra podía estar en las mórbidas y nacaradas y túrgidas mollas de una mujer cachonda, a lomos de un caballo corredor o entre las páginas de un libro de buen provecho», refirió Camilo José Cela, entre otros epígrafes y anécdotas
«Confieso mi amor sin reservas por el libro (en este trance me abstengo de opinar sobre féminas y équidos) y mi gratitud a quienes lo compran para venderlo y lo venden para vivir y seguir comprando y vendiendo y viviendo», añadió. «Contra lo que se supone, en las librerías de lance quedan todavía verdaderos tesoros que, en todo caso, siempre valen más que los cuartos que pagamos o que prometemos pagar por ellos».
«A los libreros de ocasión debemos los amigos del libro el acto heroico de salvar los libros de las piras familiares, cuando las hacendosas viudas se vengan de sus maridos muertos pegándole fuego a los libros que tanto amaron en vida».
«Para quienes rescatan los libros de las iras, de los olvidos y de los desprecios domésticos y depredadores, pido el respeto y la gratitud de todos los que sabemos que el libro -y la palabra que en él se dice- ha de sobrevivimos».
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