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URSS: el precio de la intervención en Polonia

Ha llegado el momento final de peligro para la rebelión polaca. El espíritu herético se está imponiendo en el partido comunista polaco; los hombres del Kremlin saben que no pueden posponer por más tiempo lo que podría resultar la decisión más «histórica» de su vida.Ya ha quedado claro que si la Iglesia y los dirigentes sindicales pueden fácilmente controlar a sus elementos radicales, el Gobierno y los dirigentes del partido no pueden ya detener el «movimiento revisionista» que está cobrando fuerza en el seno del partido: puede que incluso hayan decidido unirse a él y dirigirlo. De esta manera, Polonia se encuentra en la actualidad én la situación de Checoslovaquia en 1968. Un «cóngreso extraordinario» podría pronto hacer irreversible el proceso de «renovación socialista ». Los soviéticos no permitieron la realización de un congreso similar en Praga: antes de su comienzo invadieron el país.

¿Hay alguna razón para esperar que se vayan a comportar de manera diferente en el caso de Polonia? Ciertamente no hay ninguna. Los dirigentes soviéticos no pueden tener ya la mínima esperanza de que los «duros» del partido comunista polaco recuperen el control del partido y «hagan retroceder» el proceso revolucionario. La -estrategia desarrollada por el Kremlin hace unos meses ha fracasado rotundamente. No hay nadie en Polonia que vaya a hacerle el trabajo a la Unión Soviética.

Su anterior estrategia ha empeorado incluso la situación. Retrasando la intervención, al tiempo que no dejaban de amenazar, los dirigentes soviéticos han elevado sus costes, en caso de que se llegara a dar, permitiendo que sus enemigos se fortalezcan y estén más alerta. Cuanto más se retrase la invasión, más altos serán los costes y los peligros de la represión militar. Si hay que llegar a la intervención, cuanto antes mejor... para los soviéticos.

Alto precio

No hay duda de que los riesgos que conlleva una invasión y el precio que tendrían que pagar después será mucho mayor actualmente en Polonia de lo que lo fue en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968. El retraso de la decisión y los intentos de apagar la rebelión «indirectamente» demuestran claramente que los soviéticos se dan perfecta cuenta de estos peligros. Pero no sabemos nada sobre los dirigentes del Kremlin, sus principios y sus pasadas actuaciones, que nos permita tener muchas esperanzas de que por fin las cartas estén sobre el tapete.

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¿Confían los soviéticos en poder al menos detener el contagio de la infección si deciden tolerar la existencia de la herejía polaca? Probablemente sí, al menos durante algún tiempo; al fin y al cabo, los dirigentes comunistas de los otros países del Este temen igualmente el contagio y lucharían por evitarlo.

Con un control total sobre la opinión pública, los dirigentes soviéticos podrían también llegar a la conclusión de que a plazo corto y medio les sería mucho más fácil cubrir los costes de la intervención que los de la no intervención, ya que en este segundo caso las consecuencias serían inmediatamente visibles. Puede que para los ancianos del Kremlin sea esta una razón poderosa para no tomar ninguna medida.

Saben que tendrían que- pagar ellos mismos el precio de una invasión; una prueba tan dramática del fracaso de su política tendría consecuencias de alto nivel en el Kremlin. O puede que, por el contrario, el precio, de su pasividad lo pagaran únicamente sus sucesores. Y esta puede ser muy bien la razón de más peso para concebir alguna esperanza, aunque los dirigentes soviéticos no han dicho ni hecho nada que justifique tales esperanzas desde el comienzo de la crisis Todo. lo contrario: han repetido una y otra vez que los principios seguidos en el pasado son inalterables.

Hay que recelar especialmente de las «tranquilizadoras» señales que suponen la reducción de la tensión militar: la invasión no iría jamás precedida por la salva de amenazas que acompañaron y apoyaron la estrategia de «intervención indirecta».

Dificil situación

Los dirigentes soviéticos se encuentran, quizá por vez primera,en una situación de la que no pueden salir ganadores. La intervención debilitaría el bloque soviético tanto como la no intervención. Una Polonia ocupada haría que la vanguardia militar soviética en Alemania del Este diera la impresión de fragilidad, igual que sucedería con una Polonia «revisionista». En cualquiera de los dos casos ha cambiado el equilibrio de poder en el centro de Europa, y de momento no hay nada que puedan hacer los soviéticos para solucionarlo.

La rebelión polaca, independientemente de cuál sea su final, ha alterado el equilibrio de poder en Europa y, aunque quizá no represente la «crisis del sistema soviético», parece probable que va a originar una crisis definitiva para los actuales dirigentes soviéticos.

Comparando situaciones, las disputas entre los aliados atlánticos resultan insignificantes. Pero no podemos permitirnos estas disputas, siendo testigos mudos e impotentes del drama polaco. Si no podemos ayudarles, al menos permanezcamos unidos, seguros y fuertes.

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