La conciliación entre la ciencia y la religión
Teólogo, geólogo, paleontólogo, naturalista, filósofo y místico, Teilhard es una de las grandes figuras de la ciencia y el pensamiento de este siglo. Este insigne jesuita, demócrata y republicano convencido, próximo al socialismo y víctima de la intolerancia de las autoridades eclesiásticas, nació el 1 de mayo de 1881 en Sarcenat-Puy de Dome.. Discípulo en un colegio de jesuitas, en 1899 entra en la Compañía de Jesús. De 1912 a 1914 se consagra, en París, al trabajo científico, visitando las grutas de Altamira (Santander) en 1913. Obtenida la licenciatura en Ciencias Naturales, defiende su tesis doctoral el 22 de marzo de 1922, y bien pronto llega a profesor del Instituto Católico de París. Enviado a China en 1923, descubrió, con el padre Emile Licent, herramientas paleolíticas en Mongolia. A finales de 1929 realiza su gran obra: contribuye a demostrar el carácter humano del sinántropo (Homo erectus pekinensis).
Durante la guerra mundial reside en Pekín. Al regresar a Francia es elegido miembro de la Academia de Ciencias (1950); pero, víctima de las censuras que originaba su obra científica, se exilió en Estados Unidos, donde falleció en un accidente, un día de Pascua de 1955.
Su visión del Mundo parte de que existe una dialéctica de la Naturaleza (intuición de Engels), entendida como interpenetración o conexión de los fenómenos, que lleva a un monismo, a una coherencia de la realidad como un todo unitario. De esta concepción del Uno como Todo procede su Mística que establece las relaciones de Dios con el Mundo, del Uno con la diversidad y de una Multiplicidad Mundanal que revela al ser o Dios escondido.
Así desaparece la oposición entre el ateísmo budista (panteísmo de confusión, pero visión materialista (te la unidad del Mundo) y el monoteísmo judeo-cristiano que se esparce en la riqueza multiplicadora del ser real y testimonio de la convergencia hacia un centro irradiador (foyer spirituel). En consecuencia, «pluralité et unité, probleme, unique», dice Teilhard.
Sin embargo, sólo el hombre llega a la conciencia de esa unidad del universo a través de una paulatina evolución. El resultado es la verdad. Por consiguiente, su progresismo optimista le lleva a excluir de su filosofia lo negativo como exterior a la positividad. La realidad es una dinámica continua de sucesivas realizaciones. No cabe, pues, la dialéctica satánica de Hegel y Schelling, quienes consideran el mal radical como etapa necesaria para alcanzar el bien.
Para Teilhard, el Bien es la unidad existente, única categoría del Mundo que se escinde para volver a conjugarse; división o negatividad ilusoria, irreal porque es momentánea. La negatividad es lo efímero, el paso fugitivo a la unidad trascendente. La dialéctica es así cualitativa, no conflictiva ni desgarradora como en Kierkegaard, porque no se produce nunca una lucha u oposición radical entre la negación y la afirmación, el bien y el mal. Todo se concierta en un acorde final, el divino. Porque el Uno es el Todo, el Bien es universal.
Pero ¿cómo se realiza esta unidad suprema? Es lo que nos explica su teología: paso a paso, desde la materia más simple que podamos imaginar, pluralidad, unidad, energía, dice Teilhard, es decir, la previda precede a la vida, que es el crecimiento incesante hasta un polo superior del Mundo, el punto Omega. La vida, que empieza en la célula, termina o se remata en el espíritu, creación de la materia. Del uno simple llegamos, a través de un proceso de complejidad creciente, al uno real o complejo._Al término de esta trabazón de sutiles y diversificados tejidos de las ramas de los seres vivos alcanzamos la totalidad real que buscamos.
El universo, para Teilhard, es una araña cósmica que hila y deshila la vida. Al final, después de esta darwiniana selección de las especies, se encuentra Dios, centro poderoso e infinito de complejidades.
Igualmente el hombre es una materia viva que llega, mediante una lenta progresión, al espíritu, a la conciencia. En este sentido, su antropología es evolucionista, dialéctica, pues el hombre es también un resultado del poder de autocreación de la vida. El hombre erecto se creó por el trabajo que reúne y la palabra que asocia. Por consiguiente, el futuro humano es la socialización completa, el superhombre, que Teilhard no interpreta, como Nietzsche, un ser supremo, sino el hombre común que lucha todos los días para superarse y llegar a ser realmente «el hombre total». Claro está que en este evolucionismo científico, al confluir en el punto Omega, el hombre real desaparece al divinizarse.
Babelia
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