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Hollywoody Truffaut

Los caballeros del rey Arturo, con la que esta tarde, a las 15.45 horas, comienza el fin de semana cinematográfico de Televisión Española, es la típica producción en la que ahora parecen ponerse de acuerdo los detractores del más tópico cine americano con sus defensores incondicionales. De un lado, se respeta la narrativa tradicional puesta al servicio de un cine de aventuras sin, aparentemente, mayor pretensión que la de entretener. De otro, se mitifican las posibilidades económicas de las grandes productoras de Hollywood que justamente en el momento de esta película -1954- se encontraban rebosantes de medios para devolverle al cine un público que comenzaba ya a desertar, atraído por otras formas de ocio. El cinemascope, en este sentido, sería una medida espectacular, de la que, entre otras, se aprovechó básicamente Los caballeros del rey Arturo, película un tanto obvia, pero que, por las razones antes dichas, quizá continúe siendo terreno fácil para todos. A las sorprendentes dimensiones de la nueva pantalla se añadía el valor de algunas de las grandes estrellas de la época, discutibles actores y actrices, pero rebosantes de popularidad y de fascinación: Rober Taylor y Ava Gardner son en esta ocasión los protagonistas.Pero más estrellas habrá en El mayor espectáculo del mundo, la película de esta noche, con la que Cebil B. de Mille, el director grandioso por antonomasia, quiso recuperar para ese público ausente a Charlton Heston. Gloria Grahame, James Stewart, Dorothy Lamour, Cornel Wilde y Betty Hutton; componen un panorama brillante que añadía al cinemascope, ya de por sí extraordinario, el valor de la fama que para ellos había inventado el propio Hollywood. Película, pues, de efectos, que hoy puede traernos el recuerdo de una época cinematográfica no tan pasada, pero que interesará probablemente a los necios ante todo, que a un público ajeno a las triquiñuelas de Hollywood. Los llamados valores humanos con que De Mille quiso ilustrar su espectáculo puede que permanezcan, sin embargo, para quienes se conforman aún con esquemas.

Mañana, domingo, un Hollywood muy distinto. Se sumará a nuestras pantallas la coproducción anglo-americana Funeral en Berlín, dirigida por Guy Hamilton en 1966, carente de aquella fascinación que tampoco supo reemplazar con rigor suficiente. Aventuras por aventuras, en esta ocasión se tiñeron de intenciones políticas objetivas, que, si bien conformaron una obra de cierta dignidad, no llegaron a la altura de la información que otros medios daban en esa época sobre la realidad del muro de Berlín.

El plato fuerte, por llamarlo de alguna manera, no llegará hasta el próximo lunes, cuando comience el cielo dedicado a François Truffaut. La noche americana, elegida como película inaugural, ha sido vista recientemente en Televisión Española; el regreso de esta semana no se debe a que signifique un punto importante en la filinografía del autor, si podemos olvidar el oscar que consiguió por él. Homenaje al cine dentro del cine, representaba el principio de una decadencia en el autor de Los 400 golpes, condicionada seguramente por la industria, pero también -¿por qué no?- por las exiguas bases desde las que Truffaut dijo que se planteaba un rompimiento con el cine tradicional de que nunca, por otra parte, ha llegado a desprenderse del todo. Habrá que esperar a la semana siguiente para comenzar a encontrarnos con obras más sólidas. La noche americana es un divertimiento ingenioso que no se exige demasiado a sí mism y, quizá por ello, pueda aceptárselo como es: pequeño y entrañable.

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