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Colombia, un país desengañado de las urnas / 1

En Bogotá se vive una psicosis de golpe militar

Un brevísimo artículo del general Fernando Landazábal, comandante en jefe del Ejército, ha sido suficiente para conmover a la clase política colombiana, como si un compló militar estuviera en ciernes. La suspensión, «por razones de interés público», del viaje que el presidente Julio César Turbay iba a efectuar este mes a Moscú y Pekín no ha hecho sino reforzar la hipótesis del golpe, que, según todos los indicios, contaría con el beneplácito de los principales grupos económicos. El general Landazábal, que hasta hace unos días estaba fuera de toda sospecha, no ha hecho sino repetir un tópico generalmente aceptado: «El Ejército puede destruir militarmente a la guerrilla, pero la subversión seguirá mientras no haya cambios en el campo social, político y económico». Como nada hace prever que tales transformaciones vayan a producirse, el general concluye que «la subversión subsiste hoy con mayor vigor» y presiente que se avecinan tiempos peores.

La respuesta de Turbay ha sido inmediata: si la subversión se justificase exclusivamente por cuestiones sociales, dos terceras partes del mundo estarían alzadas en armas contra sus respectivos Gobiernos. El ministro que Defensa, general Luis Carlos Camacho, que hace unos meses reclamó un mayor protagonismo militar en la conducción de su país, vino esta vez en socorro del primer mandatario: «Quien manda aquí es el presidente, y hasta ahora no se puede demostrar ningún hecho que no sea el acatamiento total de las Fuerzas Armadas». El titular de Defensa matizaría luego que el comandante del Ejército no había pretendido otra cosa que llamar a todos los estamentos del país para que contribuyeran al desarrollo social.Lo curioso de esta tormenta política es que sólo los sectores más inmovilistas de los dos partidos tradicionales, liberales y conservadores, han visto intenciones golpistas en el artículo del general Landazábal, que desde su punto de vista supone el incumplimiento del artículo constitucional que prohíbe a los militares ser deliberantes en cuestiones políticas.

Los senadores Rodrigo Lara (liberal disidente) y Humberto Criales (comunista) coinciden en señalar que en el fondo de todo este embrollo no hay sino una gravísima crisis social que sólo Turbay se empeña en no querer ver. «El presidente está convencido», dice Rodrigo Lara, «de que la conformidad nacional se mide por la satisfacción de los políticos en el reparto burocrático que con tanta maestría sabe hacer. Pero él no tiene ni idea de cómo hacer frente a la descomposición que amenaza las estructuras de nuestra democracia».

El sistema más estable de América Latina (sólo dos Gobiernos militares en más de 150 años) ha dejado ya de interesar al 60% de su población, que hace tiempo decidió desentenderse de las urnas. Al contrario que en el resto del mundo, el porcentaje de votantes es mayor en el campo, donde los caciques se juegan sus prebendas con el Voto de los campesinos.

El absentismo electoral tiene su explicación en un sistema político que del bipartidismo de liberales y conservadores, muy a la usanza decimonónica española, ha virado hacia un sistema de partido único. Una reforma constitucional introducida en 1968 obliga a que el Gobierno sea compartido por liberales y conservadores, de acuerdo a los votos obtenidos. La victoria de Turbay por un estrecho margen en las elecciones de 1978 no ha apeado del poder a los conservadores, que tienen sólo dos carteras menos que sus teóricos oponentes.

Este compadreo gubernamental entre los dos partidos mayoritarios arranca de la década de los cincuenta, de la necesidad de derribar la dictadura del general Gustavo Rojas, que en 1953 intentó por la vía del golpe militar un ensayo populista a lo Perón. Liberales y conservadores, que desde el bogotazo (1948) habían mantenido una auténtica guerra civil, con un saldo de 200.000 muertos, crearon en 1957 un frente nacional para sacudirse al dictador y repartirse el Gobierno al 50%, mientras se alternaba en la Presidencia cada cuatro años.

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Este andamiaje, que tal vez fue necesario para superar la violencia, nombre que se le dio a la época, se ha revelado inútil para dar respuesta a los actuales requerimientos del país.

El general retirado Alvaro Valencia, candidato presidencial en las últimas elecciones, opina que institucionalizar este reparto del poder ha sido el mayor error político. «Los partidos han perdido su identidad, han dejado de ser corrientes de pensamiento para convertirse puramente en máquinas electorales burocratizadas y corruptas. El sistema sólo sirve para garantizar la permanencia de los políticos. Ya no importa tanto ganar o perder unas elecciones, porque en cualquier caso se sigue en el poder».

De ahí que un liberal de tendencia socialdemócrata, como el senador Luis Villar Borda, hable de una desestabilización crónica del sistema y de una «democracia enferma». «Si mañana hay un golpe militar», dice con escepticismo, «aquí no hay nadie que se rompa un puño por defender esto que tenemos. Aun en la convicción de que no resolvería nada, mucha gente lo recibiría con alivio». Tras el intento golpista de Tejero, el general Valencia escribía: «¡Qué colombianos se están volviendo los españoles! ».

Interrogante militar

Sólo los sectores alineados más a la izquierda temen de verdad el golpe y están convencidos de su inminencia. Uno de los abogados, que defienden a los guerrilleros del Movimiento 19 de Abril (M-19) opinaba que el compló ya estaba ultimado y que la represión iba a ser feroz. Villar Borda agregó que, si finalmente se producía el levantamiento militar, Colombia iba a entrar en una fase «a lo Pinochet, muy en la línea de los regímenes más represivos del Cono Sur».

Aunque la mayoría de los políticos confía en la profesionalidad de un Ejército que salió escaldado de la experiencia de Rojas Pinilla, incluso el ex presidente liberal Carlos Lleras, quizá el más respetado de los políticos tradicionales, ha manifestado, que el túnel colombiano sólo tiene tres salidas posibles: la dictadura militar, la revolución violenta y la renovación democrática. A esta última, cuyo contenido no ha explicado, se ha apuntado el líder liberal, actualmente de viaje en España.

El eterno candidato a la Presidencia, Belisario Betancurt, que el año próximo va a intentar la elección por quinta vez, admite que la vida pública del país se ha ido militarizando en los últimos años, «pero siempre porque los civiles les hemos transferido determinados poderes». «No creo», añade, «que exista un riesgo inmediato de golpe, a menos que los políticos terminemos entregando el Gobierno por nuestra ineptitud».

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