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Un artista en plena forma

Había finalizado el primer concierto y Art Blakey oteaba desde una escalera la salida del público. Me situó a su lado y de pronto un brazo fortísimo me inmoviliza no sólo física, sino también mentalmente. Art Blakey me mira y sonríe para, de repente, soltar su presa y bajar corriendo (a su edad sigue estando en forma) en busca de una joven, a la que propina el mismo tratamiento. Todo son sonrisas y felicitaciones mientras la procesión se dirige a una habitación reservada que pronto deja de tener todo tipo de reserva.Comienzan a aparecer jóvenes americanos de California y de Boston, pero Blakey se fijaba más en ellas, incapacitadas como todos para evadirse (caso de que lo desearan) de sus enormes, tiernos y divertidos achuchones.

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Eso sí, por encima del pescado frito que sostenía con una mano imposible (las otras, como digo, estaban ocupadísimas), Blakey decía cosas como que el «jazz es la verdadera democracia y al mismo tiempo el verdadero socialismo».

Su buen humor y sus bromas no chocan con el rigor que mantiene en el grupo: « El músico debe darse cuenta de que esto es un trabajo y de que él es un trabajador. Sin disciplina no hay nada». Por mucho que esa disciplina parezca ahora haberse ido de vacaciones. Da moral verle, porque acaba de llegar de no sé dónde, ha dado un gran concierto; dentro de un rato, otro, y a las siete de la mañana vuelve a la carretera.

Son 62 años y un espíritu envidiable. Este sí que es un mito viviente.

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