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Enrique Tierno: "Para cambiar el sistema educativo había que haber hecho una revolución"

«Para cambiar el sistema educativo y para cambiar a los educadores había que haber hecho una revolución. No la hemos hecho y no queremos hacerla, pero créame usted que hacer las revoluciones tiene un precio, pero no hacerlas también lo tiene, y muy alto», dijo a EL PAIS Enrique Tierno Galván al término de la conferencia que sobre Los objetivos ideológicos de la educación en el franquismo pronunció el jueves pasado en el Colegio Mayor Santa María del Espíritu Santo.

«Hay que distinguir entre educación y entrenamiento», empezó diciendo Tierno Galván, «porque educación es aceptar críticamente la información sobre un conjunto de valores aceptados universalmente, conquistados por el hombre a lo largo de la historia. Valores tales como el respeto a los demás, a la vida, al cuerpo y al espíritu. Y entrenamiento es adquirir mecánicamente respuestas a estímulos dados, ciegamente, obedientemente, sin crítica. El entrenamiento nos animaliza, niega la libertad. La educación exige espontaneidad y nos pone en la línea del progreso. En el corazón de la educación está el hombre libre, pero el entrenamiento destruye la educación».Los 250 estudiantes que escuchan expectantes -muchos en pie, algunos tomando notas, como en clase- tenían solamente doce o quince años cuando murió Franco. Lo que el profesor les cuenta es quizá cosa de otros tiempos. «Los que tenemos más de cuarenta años tenemos que hacer un pequeño psicoanálisis y decir: he pasado por la experiencia de un sistema que estaba al margen de la crítica, que entrenó en lugar de educar. Pero tengo que superarlo». Pero no, no eran cosas de otros tiempos; también a ellos les tocó lo malo: «Por que ustedes, los más jóvenes, están sufriendo las consecuencias de esa experiencia».

La mano del «viejo profesor» sube y baja como bendiciendo, y es quizá ese vaivén el que mantiene en éxtasis a los oyentes, como el péndulo del hipnotizador. «¿Y qué sistemas políticos son los que entrenan en lugar de educar?» , se pregunta. Y él mismo responde: «Los totalitarios». Ahora les cuenta una anécdota -«aunque no me gusta contar anécdotas»- de cuando era profesor en Salamanca y el decano descubrió en su mesa un célebre informe americano sobre la sexualidad. «Usted no puede leer eso», le dijo, «y voy a guardarlo ahora mismo en mi armario de los libros prohíbidos». Y sacando efectivamente una llave de algún lugar recóndito, abrió un armario, guardó el libro pecaminoso y lo encerró para siempre. Hay risas. «Ustedes, afortunadamente, pueden reaccionar con risas; pero antes se reaccionaba con miedo», les dice paternal y sonriente.

"Perversa educación"

«¿Y qué se leía entonces?», vuelve a preguntarse. «Pues los universitarios leían a Pereda y a Azorín, que estaban permitidos. De Palacio Valdés y Baroja leían algunas cosas, las que les dejaban. De Galdós sólo podían leer los Episodios nacionales, pero no las novelas, y de Valle-Inclán no podían leer nada porque estaba prohibido. A los niños se les censuraban hasta los tebeos, pero no la violencia, que se exaltaba». Los estudiantes piensan que es verdad, que cuánta violencia había en aquellos guerreros del antifaz de su cercana infancia. De las otras censuras no pueden acordarse. En todo caso, las sufrirían sus hermanos mayores. «Fue aquella una perversa educación», dice Tierno; «en los libros de texto se defendía una seudomoral que no era la de la Iglesia; se hacía una exaltación lineal de la historia, en la que los que obedecían ciegamente al poder nunca se equivocaban y siempre vencían a los malos; Carlos V era un antecesor providencial del caudillo y el Imperio era el modelo histórico-político que había que recuperar».Les explica después la diferencia entre un instrumento y una herramienta: «El instrumento es el medio que elegimos para actuar sobre el medio exterior; la herramienta sólo sirve para lo que ha sido diseñada. En el entrenamiento sólo se dan herramientas; en la educación se dan instrumentos. Y en la dictadura no se educaba, se entrenaba: las excursiones, los museos, los libros de texto, todo eran herramientas. Por eso, cuando un profesor quería instrumentos en manos de los alumnos -bibliografía, ideas-, éstos se desconcertaban: Déme un libro de texto para que me lo aprenda y que me aprueben, decían». A alguno de los oyentes le da la risa floja, la risa de la mala conciencia, aunque seguramente no es suya la culpa si sus ideales académicos son tan parecidos a los que acaba de describir el profesor. Está claro que están «padeciendo las consecuencias».

«Y por eso, actualmente, los caminos de la creatividad española son sobre todo aquellos en los que mejor puede objetivarse el rencor y la agresividad», dice el conferenciante. «Piensen en las mejores películas españolas que hayan visto recientemente, en las mejores novelas que hayan leído y verán cómo son, la que objetivan mejor, el rencor». Todos piensan. Y el profesor termina: «Ojalá que ustedes, los que ahora estudian, cuando se pongan a crear no tengan que objetivar el rencor, sino la confianza y la generosidad».

Sale en olor de multitud, algunos le piden, como a un concertista, que les firme el programa. Una señora joven se atreve, un tanto nerviosa, a saludarle, a estrecharle la mano. «Maestro», le dice una y otra vez sin soltarle y andando de espaldas. El maestro le dice algo con aire preocupado y ella asiente, gozosa. Más tarde, en la calle, contaba su hazaña a un grupo de envidiosos: «Y entonces el profesor me dijo: "Señora, tenga usted cuidado con los escalones"».

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