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Helmut Schmidt en la conmemoración del segundo centenario de la "Crítica de la razón pura", de Kant

Hace ahora dos siglos que Emmanuel Kant, el filósofo de Königsberg, escribía La crítica de la razón pura, uno de los libros capitales de la filosofía de todos los tiempos, cuya influencia sobre el pensamiento contemporáneo ha sido extraordinaria. Con este motivo, la fundación socialista Friedrich Ebert organizó, en la República Federal de Alemania, un foro sobre aquella obra y su autor. Además de los filósofos kantianos participó el canciller Helmut Schmidt, cuya presencia no extraña si se tiene en cuenta lo que Ebert decía sobre la raíz de los socialdemócratas alemanes: «Nuestra República nace bajo el signo del concepto kantiano de libertad. Nosotros queremos aportar nuestra parte para que así siga».

Paul Lorenzen, miembro fundador de la teoría constructiva de la ciencia, se preguntaba, en su lección inaugural, qué puede significar la revolución kantiana en el modo de pensar a la hora de desarrollar un principio moral que pueda valer a la ciencia moderna. Kant pretendió hacer una crítica de la metafísica clásica «tomando por ejemplo al matemático y al científico de la naturaleza». Hoy había que traducir esa preocupación en estos términos: cómo superar el desconcierto existente teniendo presente la crítica del lenguaje de un Wingenstein, pero llegando a construir un concepto racional normativo.El anhelado principio de una razón práctico-política cree descubrirlo Paul Lorenzen en el concepto de transubjetividad decir, en el principio básico según el cual las decisiones políticas no deben tomarse en base a opiniones subjetivas ni a la dictadura de los medios. En un tiempo como el nuestro, en el que los sistemas normativos clásicos, como la religión, no pueden ya garantizar los juicios sobre la justicia y la libertad, debe la política buscar esos fundamentos en la ciencia. De lo que se trata es de resolver un problema normativo, es decir, de hacer posible el diálogo político mediante una reconstrucción lógico-crítica de la ética.

La ponencia de Helmut Schmidt llevaba por título Moral, deber y responsabilidad del político. Por supuesto que el lenguaje del canciller alemán, estaba más cerca de la experiencia política del hombre de Estado que del filósofo de gabinete. Pero el político se sentía interpelado por el filósofo, por eso traducía el imperativo kantiano en los siguientes términos: que su acción política tenga en cuenta sus consecuencias entre los demás. Pero el político señalaba que la dificultad de la decisión racional reside en la diversidad de intereses y responsabilidades, que no le permiten decisiones unilaterales.

El pragmático Schmidt ponía a la responsabilidad como piedra angular de la ética política. Los filósofos pueden entretenerse en la consideración de principios fundamentales, el político tiene que fijarse en las consecuencias de su actuación. Para los complicados años ochenta, el político necesita, más que principios fundamentales normativos, un tipo de razón valorativa. Tras criticar los límites burgueses de la ética política de Kant, Schmidt reconoció que no se puede dejar en manos del Estado y de los ayatollah políticos la tarea de definir las líneas maestras de la acción y del pensamiento político.

La discusión consiguiente puso de relieve la incomunicación entre el lenguaje científico y el político.

Para los políticos, la teoría constructiva de la realidades una jerga ininteligible. Desde el momento en que la ciencia trata de fijar los principios éticos, añadían, tampoco hay sitio para una construcción humana de la historia.

La Prensa alemana se preguntaba si la incomunicación entre la filosofía y la ciencia no queda ejemplificada con Helmut Schmidt, que por su cargada agenda de trabajo no pudo oír a sus otros componentes. Los políticos no tienen o no saben darse el tiempo necesarid para reflexionar sobre los principios filosóficos que su actuación, dicen, exige perentoriamente.

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