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Símbolo de una cultura libre, humana y gozosa

Cuando Virgilio muere en Brindisi, el año 19 antes de Cristo, volviendo de un viaje a, Grecia que no llegó a concluir y retorna con el propio emperador Augusto, es ya un símbolo: el del genio, el poder, la grandeza, el mito de Roma, expresado en las palabras de una epopeya, La eneida, que no llegó tampoco a ver corregida a su gusto.Muere Virgillo con 51 años -en éste celebramos el bimilenario, cifra grandiosa-, y es también la imagen del poeta, del poeta por excelencia, refinado e hipersensible, femenino casi, al que Mecenas y Augusto protegen y sobre cuyo viaje a Grecia Floracio escribirá una espléndida oda (I, 3) pidiendo a la nave que cuide la mitad de su alma, y a los dioses- que protejan al amigo. Ese signo simbólico y sublime es el que Ya acompañará siempre la obra y la figura del poeta de Mantua.

La antigüedad consagrará su fama -verídica- de espléndido poeta, culto y nacional al mismo tiempo. En la Edad Media, Virgilio será un profeta -figura en muchas catedrales, porque se consideró que su Bucólica I Vera un anuncio de la venida de Cristo- y, sobre todo, el nombre que encierra la sabiduría conocida y oculta de la antigüedad, prestigio que le hace ser el guía de Dante, y a quien éste calificará de honor y luz de los demás poetas.

El Renacimiento, más tarde, buscó no sólo a ese Virgilio simbólico, sino al Virgilio real, y los humanistas exultaron de gozo cuando se encontró el sepulcro virgiliano en Nápoles. A partir del Renacimiento, Virgilio no será ya el mago y el profeta medieval, pero persistirá como símbolo del saber y de la cultura latina antigua, por ese simbolismo, como uno de los grandes nombres pilares de la cultura toda de Occidente.

Habrá poetas de esa antigüedad que hoy nos emocionen o nos gusten más que Virgilio (el mismo Horacio, y, entre los griegos, Safo y acaso Calímaco), pero sólo Homero es comparable con él en función de símbolos. Su obra, indudablemente, es ingente y hermosa, pero su nombre es más, porque cifra y resume una cultura de la que somos hijos.

Por lo demás, el bimilenario de la muerte de Virgilio -acercando ya mucho el enfoque- nos halla culturalmente en España, y con más motivo en lo que a la poesía se refiere, en una nada tímida efervescencia clásica. Una vez más -y cada una de esas veces, cuando es auténtica, es nueva-, intentamos ir al origen para vivir más hoy y para saber llegar a mañana. Lo que alguna poesía española se plantea ahora -por supuesto desde ángulos muy distintos- no es ningún neoclasicismo, ningún uso marmóreo de esquemas prefabricados, sino encontrar la equivalencia actual de aquella actitud grecolatina.

Sentir un aire nuevo, al enfrentar sin tabúes morales y sin dogmatismo de escuela la vasta realidad cultural y vital (para nosotros nutricia por origen) que fue el mundo clásico.

Virgilio, pues, hoy sigue siendo también un símbolo, como lo fue para los humanistas. El de una cultura más libre, más humana y más gozosa. Quizá el que tan impecablemente cinceló el emperador Adriano y que no hemos superado todavía: humanitas, felicitas, libertas.

Luis Antonio de Villena, poeta y ensayista, ha publicado recientemente los relatos de Para los dioses turcos.

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