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El conocimiento del arte

José María Moreno Galván era uno de los últimos intelectuales cálidos de este país, uno de los pocos que se habían negado a asesinar al niño interior: la capacidad de instinto, la prodigiosa intuición de acercarse a las cosas e n una visión sin prejuicios, siempre como por primera vez. Su posición ante la vida -y no sólo ante el arte- era ésa. Llegaba a Triunfo -donde desarrolló la mayor parte de su enorme laborsiempre con preguntas: no tuvo nunca el rubor de no saber o no entender algo, y -siempre como un niño- se lo preguntaba a los demás. Ahondaba en las explicaciones que se le daban: era profundamente receptivo. Era sorprendente esa mezcla que había en él de un alma ingenua, infantil, con el aspecto de los últimos tiempos, en los que una vejez prematura -prematura para su edad real- le iba dominando ya.Esta condición de hombre que sabe conservar el niño interno -es decir, la capacidad de asombro, la capacidad de aprendizaje y de visión directa de cada cosase conjugaba con una entereza a la que nunca traicionó: su decisión de compromiso. Obedecía, como tantas cosas en él, a un impulso, a un sentimiento, más que a un análisis frío; quizá por eso mientras otros se escindían, se dividían o se transformaban, él siguió eternamente fiel a algo que tenía dentro de sí mismo: la idea depueblo, la necesidad de la reparación de injustiicias seculares.

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Falleció José María Moreno Galván, crítico de las últimas vanguardias artísticas españolas

No se desprenda de aquí que José María Moreno Galván fue solamente un intuitivo: era un hombre de cultura, de bases amplias y serias. Pero tenía en sí mismo la capacidad de sacar de su cultura bien aprendida todo lo humano, todo lo sincero, to o lo directo.

Con esas virtudes se acercó al arte. Su crítica fue innovadora. Vio lo que los otros no sabían ver: no se equivocó probablemente nunca. Y supo, algo más difícil que saber ver: saber explicar lo que veía, saber traducir en el lenguaje -también cálido, también humano- para que los otros vieran lo que no sabían ver. Quería un mundo repartido, un mundo de iguales, y él supo repartir entre todos lo que había sido patrimonio de pocos: el conocimiento del arte.

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