Alemanes en Washington
LA VISITA que una importante delegación ministerial alemana comienza hoy en Estados Unidos -como preludio a la que debe hacer el canciller Schmidt a finales de mayo- continúa las ya realizadas por Margaret Thatcher y por el ministro francés de Asuntos Exteriores, François Poncet. Oirá la conocida filosofía de contención de la URSS en todo el mundo y la necesidad de solidaridad de todo Occidente. frente a lo que Reagan considera como un peligro de descomposición que ha llegado a una situación límite. Tiene, sin embargo, unas características distintas. Mientras Thatcher representa un poder que ejerce con la entereza de su personalidad, y François Poncet representa la monarquía presidencialista de Giscard, con sus peculiaridades y con sus vísperas electorales, los alemanes occidentales acuden dentro de una crisis interna de Gobierno, que puede amenazar con la ruptura de la coalición entre socialdemócratas y liberales; probablemente con tenida ante el riesgo de la pérdida definitiva de poder de los dos partidos en unas elecciones, pero que les separa en cuanto a una serie de problemas que, evidentemente, están referidos en gran parte al conjunto de temas a tratar con Reagan.Uno de ellos es de índole económica, y de ahí la presencia del ministro de Economía, Lamsdorff, junto al de Asuntos Exteriores, Genscher -el de Defensa llegará más tarde-. Se trata de la pérdida de valor del marco alemán frente al dólar -un marco por 53 centavos de dolar, en noviembre; un marco por 44 centavos, en la actualidad-, que tratarían de fortalecer, solicitando de Estados Unidos la reducción en las tasas de interés, lo cual no parece ser del agrado de la Administración Reagan. Pero esta misma cuestión es muy debatida en el seno del Gobierno federal de coalición; los liberales parecen inclinarse por la fortaleza del marco, alegando que la mayor parte de los gastos de importación -petróleo- se contrata en dólares; los socialdemócratas prefieren una devaluación real del marco para que sus exportaciones sean competitivas, especialmente en un momento en que sube el yen. Otra presión económica de Washington sobre Alemania Occidental es la de los presupuestos de armamento: Reagan pretende una elevación considerable, basada, en parte, en la moral de la nueva situación y, en mucha parte también, porque desea que los presupuestos militares de sus aliados en este continente le descarguen de algunos de los gastos suplementarios de la defensa de Europa.
El tema no es sólo económico: se presenta en medio de una gran polémica interna sobre la posibilidad alemana de recibir o no los famosos cohetes nucleares de alcance medio y aun las armas ide neutrones, en la que no hay sólo diferencias conla oposición democristiana, sino también dentro de la coalición. Problema que, a su vez, está ligado al de la coexistencia y su posible ruptura. A partir de la apertura al Este iniciada por Schmidt, los negocios de Alemania Occidental con la URSS son múltiples y considerables. Uno de éstos, tema de importancia en las conversaciones de Washington, es el del gas siberiano: una fuente de energía que la URSS puede vender a Europa a través de Alemania Occidental -privilegiada en este caso-, pero sólo a cambio de que la RFA venda a la URSS el material para el pipe line y la tecnología necesaria. El tema estaba prácticamente resuelto hasta la llegada de Reagan al poder, y Reagan no lo acepta. Entiende que no se puede hacer depender a Europa occidental de una fuente de energía soviética -aunque sea mínima en su consumo-, y menos facilitarle un material que va a fortalecer, al mismo tiempo que la distribución de su gas, una fuente de ingresos importantes en divisas. El intento de Schmidt será, principalmente, el de conseguir de Washington algo en por lo menos alguno de esos tres temas: tasas de interés, presupuesto militar, comercio con la URSS. El interés general de la nación podría hacer borrar las diferencias en la coalición; pero el hecho es que hay muchas maneras de definir el interés nacional, y no todas están conformes. La de la oposición al Gobierno con cuerda totalmente con Reagan y trataría de deshacer los acuerdos paneuropeos de Schmidt con Giscard, presentándolos como una herida grave en el costado occidental; mientras, los liberales vacilan. Una concesión de Reagan podría favorecer a Schmidt; pero no hay ninguna sospecha de que Reagan trate de ayudarle.
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