La euroizquierda
La euroizquierda, que no es nada, sino una bella palabra, o una bella fusión de palabras, podría serlo todo para Europa y para la izquierda.La euroizquierda sería el proyecto sugestivo y orteguiano/dorsiano de vida en común que convirtiese a Europa en estatua de sí misma, península autónoma, tercera potencia cultural y fáctica entre URSS/USA. La euroizquierda es hoy la utopía que sueña una Europa de derechas. Raúl Morodo saca una Revista de Política Comparada, desde su Universidad Menéndez Pelayo. Yuri Dubinin, embajador de la URSS en Madrid, se pregunta en esta revista cómo es que hemos ido perdiendo el clima de distensión que soleaba Europa y el mundo hace unos años. Yo le diría al señor embajador que ese sol de mediodía lo oscurecieron los tanques rusos en Checoslovaquia, patrullando por las calles más estrechas de Praga, donde sólo cabe el sol o un tanque, pero no las dos cosas. Yo le diría que ese sol acaba de oscurecerlo, en Madrid, una sombra en forma de tricornio. Me lo explicaba el otro día el capitan Pittarch en un café del Rastro:
-En los reglamentos de guerra figura el que, cuando se hayan acabado las balas, las cadenas de los tanques deben ser armas que pasen por encima del enemigo, exterminándolo.
Nada, pues, que no esté en los reglamentos. León Cubero y Juan Antonio Areste, dos lectores, me cuentan las respectivas guerras civiles de sus pueblos. Qué lejos de la euroizquierda estos carpetovetonismos en que aún comercia el editor Lara. Cuánta guerra civil en la correspondencia que recibe el columnista. Hasta que todo cuaja en el esperpento centralista de las Cortes manos arriba. La euroizquierda -le digo a la Prensa extranjeras que me visita estos días- supone la educación política e histórica de las masas, cosa de que nunca se ha ocupado la derecha, y esto salta crudamente cuando un guardia le dice a Adolfo Suárez: «Se siente, coño».
La euroizquierda querría salvar lo viejo, esos trastos de antiquité que son ya Voltaire y Diderot, frente a la barbarización tecnosoviética o tecnoamericana de lo nuevo. Dice Theodor W. Adorno que «el arte es lo contrario de la mercancía». Europa ha sido la península asiática del arte, mientras Norteamérica y Rusia se convertían frenéticamente en el reino estatalista o capitalista de la mercancía. Suspiraba Walter Benjamín, uno de los últimos humanistas de la euroizquierda:
-Va siendo imposible soñar como es debido con una flor azul.Salvar lo viejo, el encaje antiguo de la abuela (como lo salva Clavé pegándolo en sus cuadros), salvar Europa no sólo por antigua, sino también por vieja. Entre los árabes y las grandes potencias han hecho de Europa un mercado de frutas y petróleo. Desde que el mercado parisino de Les Halles fue derruido, se diría que toda Europa es un inmenso Les Halles. Se cierran reductos tan ilesos de la euroizquierda como Liberation. Madrid pierde otro teatro, el Eslava, convertido en discoteca (anoche fue la inauguración, todavía con el champán perfumado de pólvora). Salvar lo viejo, conservar, que parecía labor de los conservadores, se ha convertido en utopía de los progresistas. Recibo el calendario Anarquista y socialista revolucionario 1981, donde se repite la lámina ilustrada, romántica, popular, de todas las revoluciones de la modernidad. Jorge Herralde publica un libro sobre Berlanga con prólogo mío. Los autores le llaman a Luis «el último austrohúngaro». Todos somos el último austrohúngaro frente a la Europa/ mercancía. El cine/mercancía de Hollywood presenta en Pachá El lago azul. Contra la mercancía, la euroizquierda que ha leído a Adorno quiere salvar el arte. Contra el golpismo atómico, la libertad.
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