Datos de la nueva era
EL BLOQUEO de la Conferencia de Madrid, la reaparición del tema de la bomba de neutrones en Europa y la, por ahora, discreta alarma de Francia y la República Federal de Alemania por el porvenir político de Europa son indicios ya avanzados de lo que puede ser la nueva forma de las relaciones mundiales después del cambio de poder en Estados Unidos: una paz fuertemente armada y una disminución del peso de los países aliados que, según se desprende de las acciones y opiniones de Washington, deben entender la alianza con un sentido realista. Así la planificación de la defensa occidental dependerá de quien tiene las armas y el poder, y a él corresponderán los términos políticos.Lo que está empezando a significar esta serie de acciones y decisiones es el regreso a una política hermética de bloques. En 1918, cuando se inició la era que iba a configurar al mundo en las décadas siguientes y hasta nuestros días -la entrada de Estados Unidos en la guerra de Europa, la revolución soviética, los catorce puntos de Wilson y el manifiesto bolchevique-, un socialista sindicalista francés planteó el tema de esta forma: «Hay que elegir entre Wilson o Lenin» (Albert Thomas, que eligió a Wilson), Todos los esfuerzos posteriores de Europa, incluyendo la segunda guerra mundial, han tendido a evitar esa elección y a mantener su propia personalidad. Todavía se centra en esa esperanza -expresada en forma de decisión- la reunión de París entre Valery Giscard d'Estaing y Helmut Schmidt; políticos, sin embargo, en vísperas electorales y con algunas dificultades interiores, pero que en este caso parecen representar el grueso de las opiniones públicas de sus paises, salvo la de sus extremistas.
No hay que ocultarse tampoco ciertas pretensiones hegemónicas de Europa que puedan tener los dos países en conjunto, y aun por separado; pero tampoco una profunda aspiración de todos los países, menores o mayores, incluidos a su pesar en un bloque o con sus reticencias en el otro, a decidir por sí mismos y no sólo a desear que la guerra no llegue -no hay indicios de que se aproxime, a pesar de todo-, sino de que la paz no sea un espectro amenazador. La vocación de los países en cuya zona nos encontramos, y es la vocación que compartimos, es la de que una serie de valores que hemos dado en llamar occidentales, sin que sean nuestra exclusiva (porque no parece que sea otra la de los habitantes del mundo soviético de hoy, incluyendo a los de la URSS), prevalezcan claramente. Lo que se duda es si una contracción excesiva, una resignación máxima o una falta de abanicos de opciones políticas forman parte de esta forma de civilización que hemos escogido.
La Unión Soviética está todavía defendiendo, en la Conferencia de Madrid y en la intensa labor diplomática que realiza, la extensión de las responsabilidades y de las decisiones al mayor número posible de países: no puede, ni quizá intenta, ocultar que esa política tiende a la división de la fuerza de Estados Unidos, convencida como está de que los aliados de Washington no comparten el nuevo esfuerzo militar e imperial de Reagan.
No es a ese juego al que se deben prestar los países europeos, sino al de recuperar para ellos un peso dentro de la alianza con Estados Unidos y una capacidad de influencia en la visión del mundo contemporáneo y en las posibilidades de futuro para todos. La política de bloques no conviene a Europa del Este, como no interesa a la occidental ni, desde luego, a ningún otro país del mundo. Dentro de las contracciones, dentro de la esquematización negro-blanco, seguirán perdiendo todas las opciones sobre las que nos asentamos: la pluralidad de opiniones, el respeto a la idiosincrasia de cada país y la esperanza de que la paz no se construya como en un campamento, sino como en una ciudad.
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