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El presidente López Portillo se opone a la política de Reagan sobre Centroamérica

México no admite zonas de seguridad que vayan más allá de las fronteras de cada nación. Estas palabras del presidente José López Portillo revelan una primera y radical discrepancia con la política exterior norteamericana, cuyos nuevos protagonistas entiende que la seguridad de Estados Unidos puede estar en juego allí donde haya una fuerza revolucionaria en ascenso.

Para la Administración Reagan no hay revoluciones autóctonas; hay una única revolución a escala planetaria, cuyos hilos se mueven desde Moscú. Por eso, cualquier revolución triunfante supone en última instancia una amenaza directa de Moscú a Estados Unidos. Por eso, también, los nuevos mandatarios anuncian que no admitirán la implantación de ningún nuevo Gobierno comunista en el continente americano, al que consideran su cinturón de seguridad.López Portillo opina, por el contrario, que las revoluciones de América nacen de problemas políticos internos, y que cada país tiene derecho a elegir su forma de Gobierno sin injerencias extrañas. Añade el presidente mexicano que sólo así puede el continente superar su secular inestabilidad.

Desde la lejana India, que visitó oficialmente durante la pasada semana, el primer mandatario mexicano no dejó pasar una sola ocasión para reiterar su tesis de que Centroamérica no puede convertirse en escenario de combate entre las grandes potencias. Con la esperanza de ser oído en Washington, López Portillo manifestaba: «Me preocupan muy gravemente las declaraciones provocativas y los aprestos bélicos que realizan Gobiernos y grupos extranjeros interesados en los sucesos de El Salvador».

No a las superpotencias

El presidente de México ha respondido al tono belicista de Haig con un llamamiento a todos los países para que rechacen las presiones de las grandes potencias, que tratan de comprometerles nuevamente en la guerra fría y en una peligrosa carrera de armamentos.Termina así el buen entendimiento que, al parecer, existió entre López Portillo y Reagan durante la entrevista que ambos políticos mantuvieron el pasado día 5 de enero. Lo que se ha dado en llamar «espíritu de Ciudad Juárez» ha durado un mes, el tiempo justo que ha tardado Reagan en explicitar su política exterior. El propio López Portillo ya había anticipado que su mayor divergencia con Reagan iba a estar probablemente en torno a Centroamérica. Este presagio, que sorprendió en boca de un político tan prudente como él, no ha tardado en cumplirse.

A la política de seguridad nacional de Reagan, que puede justificar cualquier intervención, responde López Portillo poniendo el acento en la ya clásica teoría mexicana de que ninguna nación tiene derecho a inmiscuirse en los asuntos internos de otra. Esto vale también, y muy especialmente, para El Salvador, donde se desarrolla un proceso de guerra civil.

El verdadero riesgo

Desde las páginas del Washington Post se le aconseja a México que reduzca sus diferencias con Reagan, porque la revolución de Centroamérica puede en última instancia poner en peligro el propio destino mexicano. México entiende que el verdadero riesgo está en que Estados Unidos quiera ejercer de nuevo como gendarme de América. López Portillo desecha por simplista la teoría del dominó, que parece ser el nuevo dogma de la Administración Reagan, y afirma que en ningún caso México se siente amenazado por el posible triunfo de regímenes izquierdistas en Centroamérica.

Neutralidad mexicana

Las diferencias entre los dos Gobiernos no se limitan, por lo demás, al terreno de las declaraciones teóricas. Estados Unidos ha restablecido ya una ayuda en gran escala a El Salvador y Jamaica, como los dos soportes frente a la «subversión que se exporta desde Cuba y Nicaragua». México firma, por su parte, un acuerdo petrolero con Cuba, y colabora con Nicaragua en la renegociación de la deuda exterior.Al final de este muestrario de discrepancias, sólo queda saber hasta dónde está dispuesto a llegar México para frenar el intervencionismo estadounidense en el continente americano. La crisis energética ha aumentado el peso específico de este país, que exporta diariamente a Estados Unidos 730.000 barriles de petróleo, un porcentaje reducido del consumo interior norteamericano, pero difícil de obtener en otros mercados.

Lo que parece evidente es que México no está dispuesto a cruzarse de brazos ante la política del garrote, que su poderoso vecino trata de imponer en el continente americano. El nacionalismo mexicano, que es probablemente el rasgo más destacado de la política de este país, reacciona con dureza ante el nuevo expansionismo estadounidense. No se olvide que los políticos mexicanos han convertido el antiguo grito de Monroe, «América para los americanos», que sirvió para justificar cualquier intervención, en una frase mucho más precisa: «América Latina para los latinoamericanos».

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