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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La semántica de Reagan

DESDE QUE tomó poses ón oficial de la Presidencia de Estados Unidos, Ronald Reagan ha comenzado un asalto verbal a la Unión Soviética que no tiene precedentes. Los soviéticos, «criminales, mentirosos y tramposos», intentan el dominio del mundo, y ha llegado -dice- el momento de detenerles.. Reagan está realizando el trabajo que le ha sido encomendado y que los electores de su país han preferido. Pero seria un error pensar que este lenguaje representa una novedad; el enfrentamiento con la URSS es tan lejano como la historia contemporánea sabe perfectamente. Sin remontarse demasiado lejos, y solamente teniendo en cuenta los acontecimientos de los últimos años, el proceso ha tenido momentos mucho más trascendentales que la verbosidad actual. Las adminístraciones anteriores han conseguido una neutralización casi completa de la URSS en la zona del oriente árabe y de la influencia que llegó a tener en el Mediterráneo, una limitación a la «vía cubana» de entrada en las revoluciones latinoamericanas; una contención considerable en el revolucionarismo africano. La elaboración de la política de relaciones con China se completó al comenzar el año 1979 y se reforzó en agosto pasado, con un carácter netamente antisoviético, en la visita del vicepresidente Mondale; el proyecto del despliegue de mísiles en Europa (108 Pershing-2 y 464 Cruise con alcance de 2.000 a 2.500 kilómetros de la URSS) pertenece a la época de Carter, y Moscú lo ha considerado cómo el hecho más grave de la posguerra. La campaña de los «derechos del hombre» ha alentado felizmente la oposición interior en la URSS. y ha perjudicado notablemente su imagen mundial, incluso por parte de numerosos intelectuales y partidos comunistas que habían tranquilizado su conciencia con la desestalinización. Una política que ha permitido la lenta salida de Rumanía del bloque del Este y sin la cual, sin duda, no habrían sido posibles los acontecimientos de Polonia y la solidaridad y la ayuda mundial que han producido.Todos estos hechos primordiales pertenecen a una línea política continua. Esa política la han llevado personajes como Kissinger y Brzezinski, que ahora tienen su continuación en Haig: por debajo -o por encima- de las anécdotas y de los rasgos de carácter y temperamento de los presidentes que han ido transcurriendo. Han tenido la virtualidad de convertir -a la fuerza-, la política expansionísta de la URSS en una política defensiva. Incluso un movimiento tan salvaje y torpe como la entrada en Afganistán fue convertido por Carter en algo mucho más beneficioso para el mundo occidental (por lo que ha contribuido de aislamiento de la URSS en el Tercer Mundo y, sobre todo, en el mundo islámico) que los dudosos beneficios que haya podido recoger la URSS.

Sin embargo, Estados Unidos no ha conseguido capitalizar directamente en forma de seguridad interior, mejor economía, mayor nivel de vida, más influencia en el mundo esta serie de logros. El cálculo quizá hecho, pero no declarado, es que el mal viene de otros puntos. En la respuesta de la agencia Tass a Reagan se dice que «las transformaciones que se producen en el mundo» tienen «un carácter objetivo e independiente de Estados Unidos y de la URSS». No dice que esas transformaciones se le han escapado, también, a Moscú de las manos; antes, de las manos del Komintern, después del Kominform, y finalmente de las de los diplomáticos, agentes, agitadores y economistas y militares soviéticos. Y China es el mayor y más válioso ejemplo. Se le fueron de las manos en cuanto los movimientos revolucionarios o populares advirtieron que las oscilaciones de la ayuda de la URSS no dependían de una ética universal revolucionaria, sino de unas razones imperiales, y que podían ser vendidos en cuanto las razones de la détente lo aconsejaran, o intercambiados por otros temas. Algo de eso supieron ya los, republicanos españoles -y hasta los comunistas lo llegaron a cornprender, años más tarde- en el final de su guerra civil.

La semántica de Reagan se basa en algo que Carter no había utilizado: hacer como si en efecto ciertos desafíos que sufre ahora Estados Unidos tuvieran una dependencia real de Moscú. Entre ellos, Irán, todo el problema del golfo Pérsico, la economía del petróleo, las insurrecciones populares en América Latina o los intentos africanos. Y hasta el independentismo europeo. La inclusión del tema del terrorismo como procedente de la URSS en los discursos de Reagan -al mismo tiempo que Pertini tomaba como suya la idea- forma parte de esa gran semántica. Todo ello con datos y basamentos reales, pero no suficientes, que tratan de explicar, maniquea y simplistamente, los complejos problemas del mundo.

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La política de contención o de cerco a la URSS va a continuar como no ha dejado nunca de producirse, y al mismo tiempo se van a producir los intercambios o concesiones mutuas a que obliga la situación de guerra imposible -y sigue siendo imposible- y el reparto del mundo entre las dos grandes potencias. Quizá asistamos pronto a cambios de nombres en la URSS que den mayor sensación de enfrentamiento. Pero la semántica de Reagan representa otro papel: aparte del de vigorizar la moral nacionalista de su país, la de proseguir por la vía verbal de antisovietismo y anticomunismo una política global que responda a otros desafíos; una manera de atraer al redil a los aliados díscolos o errabundos, una manera de intervenir en países mutantes; una manera de dominar, al mismo tiempo, revoluciones y precios de materias primas. Reagan está abriendo el terreno ideológico a todos los conservadurismos del mundo, y pronto veremos cómo se atacan y se apartan, por prosoviéticos o por procomunistas, sistemas, partidos, medios de expresión o personas que no lo son. Como en los tiempos de la otra guerra fría.

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