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Tribuna:Los cinco siglos del Renacimiento en España
Tribuna
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El duelo de la lengua

En el principio no fue el verbo, sino la gramática. En el principio del poder, quiero decir. Jamás fue un acto ingenuo, químicamente gramatical, la redacción de una gramática. Lo dicen sin melindres los viejos prólogos y no solamente el de Nebrija famoso, que por intereses claramente políticos justifica el licenciado Villalón su intento codificador, y por razón contraria, anticastellana, utiliza el término vulgar el anónimo autor de la gramática de Lovaina de 1559. Y también el doctor Busto, gran maestro de pajes, el bachiller Thámara, el capellán Pastrana, el preceptor Simón Abril, el retórico Ximénez Patón y el divertido Gonzalo Correa manejan en sus apologías de la lengua castellana similares entusiasmos patrióticos.Pues si la lengua es la compañera del imperio, la gramática es el verbo imperial hecho carne. Sabía muy bien Nebrija la alta misión que se traía entre manos con estas Introductiones que hoy conmemoramos y que, junto con su Gramática de 1492, inauguran brillantemente el espíritu renacentista en este país. Tuvieron que transcurrir varias décadas para que Trissino, en Italia; Meigret, en Francia, y Oliveira, en Portugal, pensaran en la exposición sistemática de sus lenguas maternas, y así les lució a sus respectivas naciones por aquel entonces.

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El humanismo también fue un materialismo. Y si hacemos caso a lo que el propio Nebrija escribe en la exposición de motivos gramaticales a la reina Isabel, un materialismo grosero. La gramática castellana como tundadora de la realidad del imperio, como conjuro de la incertidumbre histórica, como discurso del poder real.

Se extrañan los eruditos de que Nebrija hubiera, en su lingüística empresa imperial, uniformado la pluralidad, simplificando la complejidad y codificando la espontaneidad: todo un programa político de largo alcance -el estudio de la gramática con el de la retórica y la métrica-. Hay algo más que una simpática y oportuna premonición de la modernidad en este hecho -me refiero a las, por lo visto, indisolubles relaciones unisex entre la lingüística y la literatura, que pronuncian los semióticos a la veleta-: hay una decidida voluntad nebrijense de totalización cultural, de poderío social y de manipulación moral -la retórica es el más moralizante de los discursos- en esta genial audacia.

Lo que Nebrija normativiza, con la venia real, no son sólo los principlos del control higiénico y policíaco de las palabras del imperio, sino el mismísimo imperio de la escritura. O sea, la Historia mayúscula. La suya es bastante más que una gramática, es una gramatología coino la copa de un pino derridiano.

Pero tampoco oculta el gramático astuto sus intenciones. Con la era de los Reyes Católicos, dice, tia llegado el momento de regular y estabilizar el uso de la lengua castellana -de regular y de estabilizar el reino, traduzco-, pero también ha llegado la necesidad de referir los «loables hechos» por medio de la escritura para inmortalizarlos en la memoria del mundo. La necesidad de la codificación gramatical, retórica y poética de la historia.

Sería tremendamente injusto que en este frío aniversario nebrijano silenciáramos las protestas ardientes de su gran adversario, de ese también genlal Juan de Valdés que acecha impertinente al otro lado de la gramática oficial. «Las lenguas vulgares», Jice Valdés, «de ninguna manera se pueden reducir a reglas, de tal suerte que por ellas se pueda aprender». O con otras palabras: constituyó una falacia el dogma nebrijense de que el conocimiento de la gramática implique el único conocimiento de la lengua.

Es el eterno duelo entre el valor de uso de las patabras, que siempre defendió Juan de Valdés. y el valor de su legalidad etimológica, que proclama su contrincante. Son, en definitiva, dos concepciones antagónicas de la historia de España porque en esta disputa aparentemente gramatical y, retórica lo que se dirinie es precisamente la historia. El «escribo como hablo» de Juan de /aldés, o el «escribe como te hablo», de Antonio de Nebrija. El poder de la palabra o las palabras del poder. Hace ya quinientos años.

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