Montserrat Roig: "Me da vergüenza que me lean a mí y no a Mercé Rodoreda"
La hora violeta, tercera novela larga de la narradora y periodista catalana Montserrat Roig (Barcelona, 1946), fue presentada en traducción castellana en la discoteca Boccaccio, de Madrid, el pasado lunes. Aparte su obra narrativa, Montserrat Roig es también autora de los ensayos de Tiempo de mujer, del libro documental Los catalanes en los campos nazis, y dirigió en la televisión catalana el programa Personatges.
La pista -de baile- estaba vacía bajo las luces multicolores y alternativas, mientras el público parecía refugiarse en la penumbra de los alrededores acolchados. Tres sillas diminutas aisladas a la entrada, a la derecha, de granate carmesí, con toda la luz enfrente. Las tres mujeres -Mónica Fainberg, Montserrat Roig y Rosa María Sardá- aparecían más pálidas de lo debido, como encogidas por la escasez de las butaquitas. «Nos pareció», dijo Mónica, de Araos Vergara, «que, en lugar de presentar La hora violeta, había más bien que representarla». El rojo oscuro imperante de las luces, las butacas, pantallas art nouveau y sofás prolongados en forma de serpiente sucesiva proclamaban por su parte, la hora carmesí. Mucho público, asimismo carmesí, a la izquierda del PC, feministas, periodistas y escritores más o menos en ciernes, becados o no por el Ministerio de Cultura.La representación fue austera. Rosa María Sardá leyó -bien- los fragmentos que ella misma había escogido de La hora violeta: mucho desencanto, feminista, político y amoroso. En los primeros momentos, una frase -el sabor de los pechos como helado de fresa- atravesaba la concurrencia. «¿Fresas?», señaló una becaria del Ministerio. «No; más bien, frambuesas: son como frambuesas». Montserrat Roig se explicaba, después de cada fragmento, con cierta torpeza y bastante convicción. Escuchar sus textos traducidos al «castellano» le fascinaba: «Es como si fueran de otra, como si no fueran míos».
«Una vez me atacaban diciendo que yo soy una especie de viajante de comercio que lleva en sus maletas un producto que vender: Cataluña. Y eso es para mí un elogio, y lo tengo a mucha honra», decía la ex niña mimada de las letras catalanas. Alguien habla de fútbol, de la derrota del Barcelona, frente al Athlétic de Bilbao de Iríbar, no se sabe bien por qué. A Montserrat Roig no le gusta el fútbol: «Con sus carteles están estropeando todas las fachadas, las esquinas -los chaflanes- modernistas de Barcelona». Pero confiesa su admiración por Schuster. «Ese que ha venido del Norte, ¿cómo se llama?, parece un vikingo, es guapísimo, tiene los muslos brillantes». No es bueno que el hombre esté solo, dice Dios en el Génesis. ¿Y la mujer? «Tampoco, desde luego», suelta, rápida, para dudar después: «Bueno, no sé, a veces, depende...».
Terminada la presentación, la pista quedó otra vez vacía, comenzó la música, pero el público desertor se apiñaba en torno a la barra libre. Montserrat Roig había proclamado al final que no se sentía sola: todo es cuestión de sentimientos -palabra que se le resistió dos o tres veces antes de salir-, de sentir de la misma manera. Las novelas de Montserrat se engarzan unas en otras, salen como las cerezas, enganchadas por los temas y los personajes. Primero fue una narración corta, Mucha ropa y poco jabón, de la que se escaparon algunos personajes para introducirse en su primera novela larga. Ramonal adiós. Otros, a. su vez, reaparecieron en Tiempo de cerezas, y esta Hora violeta viene a resumir, reunir y compendiar de alguna manera todo el mundo de sus libros anteriores. Hay hasta dos genealogías al principio del libro, para mostrar la hilazón de estos tres últimos libros.
«No lo concebí en principio como una trilogía», dice la escritora, «eso lo he visto ahora». Reconoce muchas influencias, como la de Graham Greene, lo cual se advierte en los pensamientos encadenados de sus personajes, pero, sobre todo, confiesa su adm Iración por Mercé Rodoreda, a la que rinde homenaje en un momento de esta última novela. «Me da vergüenza que me lean a mí y no a Rodoreda». El rostro de Montserrat se echa hacia atrás, y quedan sus ojos grandes, agazapados y escrutadores, ojos de tímida que lo aparenta, pero descompensada. Ha pasado -y pasa- por el compromiso político, por la cárcel, por el matrimonio, -por la separación, por el feminismo combatiente. No cree en él, pero sus libros son un testimonio amargo y poético de la revolución imposible y de la condición de la mujer.
Las mujeres se arremolinan en torno a Montserrat Roig: Lola Aguado, Lola Salvador, Rosa Montero, Alicia Cid, Lola Gaos, Isabel Tenorio -qué apellido para una feminista-, mientras Vallejo Nájera, como pájaro fuera de su jaula, departe con Rosa María Sardá. Pero la pista no llegó a ser invadida.
Babelia
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