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Otra vez Pertini: el patrimonio artístico

Ha llegado a las Cortes el proyecto de ley sobre el patrimonio histórico- artístico, un tema que está directamente relacionado con la cultura de los políticos. Desde Roma lo he vivido con especial intensidad: otra vez señalo al presidente Pertini como protagonista. El presidente ha estado en Urbino, esa maravillosa ciudad, y en Imperia. La curiosidad, el pincharle sabiendo que «acude», se han centrado, con toda la televisión pendiente, en el tema horrible de los escándalos, de las estafas. Pues bien: en Urbino, en medio de un largo, abierto y, sincerísimo coloquio con los estudiantes arracimados en el paraninfo, Pertini, seducido por la maravilla artística y humanística de la ciudad, se salió del tema de los escándalos, del terrorismo y de la droga, y al referirse al «humanismo de los estudiantes», puso como capítulo fundamental la conservación «viva» del patrimonio artístico e histórico. Más: un político de silueta tan maciza como Raymond Barre, que parece como congestionado por los problemas presupuestarios, habló por televisión y habló muy bien, con gesto distinto al del ajuste de cuentas, diciendo que la base para la conservación del patrimonio monumental está en añadir más horas al estudio de la historia. Esta afirmación no nos hubiera extrañado en Giscard: no sólo expone con una pizca de pedantería su opinión sobre Maupassant, sino que, en una reciente visita a templo normando sube al órgano y toca un coral de Bach, con alguna nota falsa, sí, pero ya es algo, como no es algo sino mucho que el presidente alemán diga palabras bien justas sobre Wagner. Todo eso pertenece a Europa: esas anécdotas con mensaje dentro no vienen, no parecen poder venir, de los grandes protagonistas de los dos bloques enemigos.Escribo lo anterior pensando en el proyecto de ley sobre el patrimonio histórico-artístico. Si, según dicen, la discusión sobre los presupuestos equivale a una discusión sobre voto de confianza, la del patrimonio va a poner, quién sabe si en berlina, a prueba la cultura de nuestros políticos y no sólo la cultura artística, pues toda una serie de problemas jurídicos, demográficos, de ecología, de urbanismo circundan el meollo del tema. Es obligatorio recordar, en una verdadera «exposición de motivos», la preocupación que sobre esto tuvieron los grandes políticos españoles: es muy significativo que hombres como Cambó y Alba, políticos de la economía, destacaran tanto en esa preocupación. Alba la veía desde la enseñanza, Cambó también, pero acentuando lo de la conservación y restauración -en su breve paso por el Ministerio de

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Fomento hizo restaurar el pala cete de la Moncloa- y lo veía con la espléndida experiencia de lo realizado por la Mancomunidad de Cataluña, la de los tiempos de Prat de la Riba, Azaña y Fernando de los Ríos fueron los protagonistas de la ley todavía vigente o he recordado con motivo de los centenarios y debe recordarlo el Ayuntamiento de Madrid de manera especial, porque Azaña, con una visión muy moderna, no separaba el monumento del «ambiente». Es bueno recordar estas cosas, es importante señalar cor qué respeto mutuo se llevó este tema al Parlamento. Qué digo, si incluso políticos no específicamente «intelectuales» hacían política de buena cultura: el Romanones protector de los maestros, empecinado muy noblemente en el acercamiento a la monarquía de los intelectuales de izquierda, el discretísimo director e la Academia de San Fernando, logró proteger Toledo, el ambente en torno a la catedral y, ojo, la felicitación efusiva iba encabezada por la Casa del Pueblo. Y don Juan de la Cierva, visto tantas veces como energúmeno, cuidó con afán los monumentos y gestionó la primera subvención importante para las orquestas madrileñas.

Atención, pues, a la discusión de ese proyecto de ley, atención a la encuesta que fácilmente podremos hacer. Hasta ahora no se ha presentado en las discusiones del Parlamento un serio proyecto de política cultural: no puede haber serio proyecto si las primeras figuras de los partidos no lo llevan como bandera. El tema es decisivo: en rotunda crisis la sociedad de consumo, desaparecido el mito del desarrollo indefinido, la inexorable exigencia de austeridad tiene que presentar como contrapartida todo un panorama humanista de horizontes para el espíritu: he titulado así este artículo porque lo ha señalado con insistencia Pertini. Está muy bien que a un político, mientras camina por las calles recibiendo ovaciones, interpelado sobre problemas urgentes, se le vayan los ojos, se le frene su rápido andar para contemplar una bella fachada y que luego lo comente en almuerzo con cadetes y con obreros. Eso hizo el presidente y esa es su lección.

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