Reconversión industrial
EL CRECIMIENTO económico de un país exige siempre, y todavía más en situaciones adversas, la continuada reconversión de sus industrias, a fin de adaptarlas a las condiciones cambiantes de la competencia internacional, y la creación de nuevas ramas y sectores que prevean el futuro. En épocas de aguda crisis, como la actual, es preciso, además, establecer una red de salvaguardias para impedir la desaparición de aquellas empresas que, aun situadas al borde del abismo por dificultades financieras, por resultar especialmente afectadas por la mala coyuntura, son viables a medio plazo e incluso tienen un porvenir prometedor. Ahora bien, estas ayudas a industrias en dificultades sólo pueden tener carácter temporal y en modo alguno deberían aplicarse al mantenimiento artificial de actividades con perspectivas sombrías o inseguras. Porque tan absurdo sería que la Administración pública regateara a las empresas con capacidad de supervivencia los auxilios necesarios para capear el temporal, como que despilfarrara los fondos presupuestarios en el saco sin fondo de industrias condenadas, antes o después, a la desaparición.Japón es seguramente el país que ha practicado con mayor inteligencia y eficacia una política destinada a impedir el cierre de empresas en dificultades y facilitarlas un nuevo despegue. Los éxitos conseguidos en Japón no hubieran sido posibles sin la concertación de empresarios y trabajadores, pero tampoco sin una política industrial estatal bien pensada y articulada, cuyas líneas maestras no cambian con la sustitución de unos ministros por otros. Una pieza clave en el funcionamiento de esa estrategia ha sido la existencia de mecanismos institucionales ideados, para garantizar la independencia de criterios e impedir las improvisaciones. Dentro del Ministerio japonés de Industria y Comercio funciona, así, una comisión compuesta por 150 miembros, con una significativa representación del mundo de los negocios y de personas independientes, para analizar minuciosamente cada situación particular y formular las correspondientes recomendaciones. Cuando los dictámenes son favorables, las medidas se instrumentan a través de instancias privadas, que confían en la seriedad y objetividad de esas recomendaciones. Sólo en el caso de las pequeñas y medianas empresas entra en juego la ayuda gubernamental en forma de garantías de los créditos que eventualmente concedan los bancos privados.
En España, los criterios de apoyo a las industrias en dificultades acaban de ser modificados de forma radical. Es de temer que, al igual que en otros terrenos, hayamos salido de Málaga para entrar en Malagón. La política de ayuda en circunstancias dramáticas, ideada y protagonizada por Fernando Abril, ha sido sustituida por una propuesta de terapia global de sectores industriales completos. Asistimos, así, a la resurrección de viejas ideas incubadas en el Ministerio de Industria que reciben ahora el entusiasta respaldo del Ministerio de Economía y Comercio. Este súbito cambio de estrategia y de humor parece más inspirado por el ejemplo de Groucho Marx, cuando voceaba con entusiasmo aquello de «los billetes para el Oeste se despachan en la otra taquilla», que por un estudio a fondo de la situación y de las opciones posibles.
Precisamente en estos días le ha tocado el turno, en la crónica negra de las suspensiones de pago, a una empresa asturiana de ingeniería y montaje eléctrico con tecnología propia, reducida plantilla y fuerte actividad exportadora. Sus peticiones de ayuda estatal para salvar sps dificultades temporales han sido respondidas por la Administración con la sorprendente contestación de que el Gobierno no estudia ya casos particulares, sino sólo sectores completos. El viejo lema del «vuelva usted mañana» tiene, en esta nueva versión, la connotación «vuelva usted cuando todas las industrias de su sector se hallen en suspensión de pagos». En verdad, la política de Abril Martorell de aguardar hasta el último minuto para hacer una espectacular aparición y salvar milagrosamente a las empresas de caer por el barranco, tenía resonancias de Superman y sólo puede ser esgrimida como modelo en las escuelas de artistas de circo. Pero el fatalismo y el aplazamiento de las decisiones hasta que afecten a todo un sector, que parecen proponer Leopoldo Calvo-Sotelo, Juan Antonio García-Díez e Ignacio Bayón, recuerdan algo todavía peor: el nuevo género cinematográfico de las películas de catástrofes.
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