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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La encrucijada polaca

CON EL dramatismo y la espectacularidad de estilo en los regímenes comunistas, Polonia produjo, en la madrugada del 2 al 3, unos cambios cuyo sentido último sería el de apartar un poco más al país de ese régimen que su población rebate tenaz y arriesgadamente. Gierek, que hace unos meses era el hombre fuerte del país y del partido, desaparece del Comité Central, y probablemente de las filas mismas del partido, con otros tres compañeros; asciende, en cambio, el general Moczar, que vive desde hace diez años en el ostracismo. Todo el cambio tiene un significado. Dentro de la ambigüedad inevitable de las figuras en un sistema político donde nadie habla jamás con claridad y con una dirección política clara, la posición del general Moczar fue considerada siempre como muy reticente a la URSS. En los tiempos en que Gomulka le llamó al poder -ministro del Interior, y nada tierno en algunas represiones, especialmente en la de los judíos, y en la universidad, la Prensa, los medios de cultura-, el general representaba el movimiento llamado de los «partisanos», frente a los «natolinianos» (este nombre estaba tomado del barrio residencial en que vivía la nueva clase del poder), es decir, los que habían combatido dentro del país, los guerrilleros contra los nazis, de distintas procedencias ideológicas (formaban la «Unión de combatien tes por la libertad y la democracia», que él presidió) frente a los que se habían formado en el exilio soviético. Todo esto se podía interpretar como un nacionalismo polaco, independentista -dentro del comunismo- frente a los marxistas ortodoxos, prosoviéticos, considerados como internacionalistas. No era una posición meramente teórica: Moczar terminó por anegar la policía, la milicia civil y otros servicios importantes con sus ex combatientes. Esta fue la causa de su caída, con Gierek, y eliminarlo fue una concesión mayor a Moscú. Su regreso al poder significa todo lo contrario. Todas las exclusiones, todos los nombramientos de la madrugada de Varsovia tienen ese mismo sentido. Pero tienen alguno más: Moczar no es hombre débil, y desde su nueva influencia va a tratar de tomar de nuevo en manos oficiales el movimiento polaco: que no vaya más allá de lo posible, que no sirva a otros intereses más que a los que reclaman los huelguistas y están dentro de un reformismo dentro del régimen.Todo esto se está produciendo al mismo tiempo que la ola de advertencias occidentales a la URSS sobre el riesgo de su posible intervención en Polonia. Datos como el cierre de fronteras de Alemania Democrática o como el de unas maniobras del Pacto de Varsovia sirven a Carter y a los jefes de Gobierno europeos reunidos en Luxemburgo, incluso a Kissinger, para advertir de la decisión occidental de no tolerar la intervención. Kissinger fue, probablemente por su falta de representación oficial, el que llegó a mayor dureza en sus palabras, hablando incluso de que la confrontación entre los dos bloques se haría inevitable si la URSS proseguía lo que él llamó su política expansiva.

Aun suponiendo que los datos manejados para hablar de posibilidad de intervención de la URSS estuvieran, por el momento, exagerados, es difícil pensar que Moscú va a asistir, impávido, desmembramiento de la construcción política, económica y militar de Europa en un punto trascendental, como es el país que dio nombre y sede al Pacto de Varsovia. Pero tampoco se imagina fácilmente que en una situación mundial tan delicada como ésta los dirigentes polacos estén llevando la situación más allá de lo para ellos posible. La lección de Dubcek la tienen, sin duda, bien aprendida.

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