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Mompó: "Mis pinturas mas recientes son paisajes optimistas"

El pintor valenciano presenta dos exposiciones en Madrid

En las galerías madrileñas Theoy Celini inauguró Mompó, en la tarde de ayer, una doble muestra de sus pinturas sobre lienzo y sobre papel. En contra de una costumbre muy extendida entre los artistas plásticos, este pintor no habla de sufrimiento a la hora de crear, sino que confiesa pasarlo muy bien. Y añade que sus obras más recientes son paisajes en los que late la esperanza, el optimismo y la alegría de ese claro misterio que es existir.La lengua de Mompó se despereza cuando sus ojos redescubren los signos jubilosos que recorren el blanco espacio de sus cuadros. Pero, antes de que él se adentre en el recuerdo de lo próximo, conviene recordar que este pintor fue premio nacional de pintura (1965), primera medalla de pintura en la Exposición de Bellas Artes (1966), premio de la Unesco en la Bienal de Venecia (1968), y, dispuestos a recordar, señalaremos que nació en Valencia en 1927.

Hace tres años que no exponía en Madrid. Contempla ahora sus obras, momentos antes de ser colgadas: «Yo espero que todo el mundo vea en ellas una sensación imborrable de cambio y movimiento. A mí me interesa plasmar lo dinámico, lo positivo, aquello que constituye el fuego y el juego del existir. De ahí que mi comportamiento ante la tela sea siempre muy espontáneo. Me horroriza el intelectualismo como punto de partida. Yo prefiero la magia a la ciencia. Por supuesto, siempre es la misma mano la que actúa, pero cambia de ritmo, traza signos extraños que no sabe de dónde le vienen, se siente poseída por el más absoluto misterio. A decir verdad, los veinticinco cuadros que presento forman un solo cuadro. Cada cual es un instante, un soplo o un fragmento privilegiado de mi vida.

Mompó vive actualmente en Alaró (Mallorca), rodeado de olivos milenarios: «Es un lugar que propicia el estado de gracia. La ciudad es terrible, al menos para mí. Cuando vengo a Madrid, veo mal cómo podría inspirarme con la Cibeles, Galerías Preciados o el ascensor de un hotel». Señala queen Mallorca pasea, contempla el campo, ve pasar las nubes: «Todo eso, sin que uno se dé cuenta, queda luego en los cuadros. Las hojas que se mueven, las piedras y las plantas reaparecen, despojadas de peso, en todo lo que pinto. Tengo la impresión de estar haciendo naturalezas vivas. Sí, últimamente me siento penetrado por el paisaje. Ya no pinto mercados, charangas o voceadores. Ahora, aunque empiezo a pintar sin ninguna idea preconcebida, al término me encuentro con paisajes optimistas».

El optimismo es previo: «Sí, lo paso muy bien pintando. Yo tengo en mi estudio dos mesas gigantescas con ruedas, repletas de materiales. con un cristal y un sinfín de colores acrílicos. En medio de ambas se encuentra el caballete clásico con una tela. Yo me levanto muy temprano, me sitúo allí, me dejo llevar por lo que veo, caigo en la tentación de utilizar esos colores, de trazar con ellos lo que te sugieren y hasta casi te dictan. Es un continuo partir de cero». Un cero que muy pronto se llena de ramas, cifras indescifrables y aromas de color.

No ignora, en fin, Mompó los riesgos de esa actitud: «Son los riesgos de la honestidad creadora. Porque yo no comparto el juicio de Eugenio d'Ors de que para ser auténtico haya que sentirse preso de la tradición. A fuerza de manejar manuales, suele olvidarse que Goya y Velázquez fueron historias aisladas dentro de la pintura. Hay mucho tópico, mucho cuento, mucho mimetismo y muchas formas caducas por aspirar a tener un lugar bajo el sol de la tradición. Yo construyo el sendero que me gusta, sin monóculo de académico, vaya a dar o no un día a la ciudad tradicional».

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