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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Sandra

Me llamó la pintora Elisa Ruiz, de grandes ojos y lejano recuerdo:-Que a Sandra la opera Barros esta mañana. Tiene hemorragias intestinales.

Sandra, que dio portada y argumento a un libro mío, nada argumental, sobre el Gijón, era, es, fue la metáfora de unos quince o veinte años madrileños de resistencia antifranquista, la rebelde de los rebeldes, la marginada de los marginados, «el parásito del parásito», como hubiera dicho Sartre, y allí donde Buero Vallejo estrenaba obras con sabor a cárcel, donde Cela aportaba sobre el mármol sepultural del café las ediciones extranjeras de sus libros, prohibidos en España, donde Luis Berlanga se vestía de indiferencia y pereza para pasarle a la censura cuchillos como El verdugo, que iban directamente al corazón de la dictadura, allí estaba Sandra, argentina de Asturias, montparnó de oídas, payasito nocturno, conversación que te mataba o te perpetraba (así, en intransitivo), y no sé qué es peor, formando, con Carlos Oroza y algún otro maudit de café con leche a cuenta, el «sector crítico» del sector crítico de la crema de la intelectualidá antifranquista. ¿Amores con Neruda, filialidades con Negrín, trapicheos con Manuel Viola?

Michi Panero me llama mientras escribo, para decirme que Manolo Viola (que en algún punto de la geometría madrileña de hace unos años se dirigía hacia Sandra como una línea del ángulo recto hacia la otra), que Manolo Viola se ha caído, se ha quebrado la cabeza, está asimismo internado, intervenido, grave. Eran los dos protagonistas de la mala novela de unas luces de bohemia ya a media luz, y la vida les pone la zancadilla al mismo tiempo. He estado a ver a Sandra en el mundo quirúrgico y eficiente del doctor Barros (Barros y Caldas, dos grandes médicos de café que iban a salvarnos del franquismo pulmoniaco). Blanca sobre la almohada sólo clara, sin pestañas postizas, sin la boquita pintada y anabolena de Boticelli insidioso, sin siquiera su nombre, que no es Sandra, sino Dolores, ¿quién es esta desconocida a quien están poniendo una transfusión y el termómetro, esta desconocida de la que sé tantas cosas, de la que hice un libro?

-Ya ves qué final, Paco.

No ha podido operarla Barros porque estaba anémica, con sólo sangre pálida de madrugada corriéndole por las finas venas. Primero van a hacerle unas transfusiones. No, Sandra, no es el final, mujer, qué dices, todos hemos tenido operaciones, tienes los ojos vivos, estás bien, Sandra.

-Cuánto tiempo sin vernos, Paco.

-Desde que nos echaron a los dos del Gijón, Sandra.

Y consigo que sonría como cuando entonces. «A ti porque ibas para abajo, Sandra, y a mí porque creían, ya ves, que iba para arriba». Hablamos de Cuco Cerecedo, de Viola, de María Asquerino. Hemorragias intestinales. Tú nos odiabas, Sandra, tú nos odiabas, sí, era tu manera de querernos, y tu odio nos mantenía vivos, hostigados, revueltos, arriesgados, porque, sin saberlo, queríamos ser dignos de ti, como el que ha llegado quiere ser digno del que no ha llegado. Garcia-Luengo, otro ingenio de aquel museo de cera en vivo, hablaba del «resentimiento de los vencedores». Hacíamos antifranquismo de tertulia, pero íbamos a tratar de vencer, y tu sonrisa reticente, sedicente, nos lampasaba de vergüenza propia y ajena. Tú nos odiabas, Sandra, tú nos odiabas y tu odio amantísimo nos salvaba.

Le he dado un beso en la frente y un billete doblado de manera que no se vea la cifra. Tiene vivos ojos de este mundo, no del otro. Personaje menor en la novela tupida, realista y pesada del antifranquismo, ahora está grave, hay que echarle una mano, ahora que, muerto el jefe, se acabó la rabia y Sandra está de sobra y ya no es nada, nadie. Ni siquiera Sandra.

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