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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desprotección ciudadana

EL SECRETO culposo y vergonzante que el Ministerio de Sanidad y el Canal de Isabel II (abastecedor de agua a la ciudad) han mantenido sobre la contaminación del agua madrileña recuerda, como poco, aquellos eufemismos acerca de «procesos diarreicos estivales» con los que el anterior régimen rebautizaba el cólera. Parece que la avería en el suministro de aguas procedentes del embalse de Santillana ha sido subsanada, que no ha existido serio problema de epidemia y que todo ha quedado en las infecciones gastrointestinales que han tenido que padecer, sin conocer su causa, un número indeterminado, pero importante, de habitantes de esta ciudad. No es precisamente poco.Lo más grave del asunto es el desprecio que el Canal, Sanidad y, en menor medida, el ayuntamiento han demostrado hacia la ciudadanía dejándola durante seis días ingerir agua contaminada o clorada en exceso. Y si,este silencio, este temor a informar a los habitantes de una gran ciudad se produce sobre el grado de potabilidad de sus aguas, ¿qué ocurrirá cuando un peligro de mayores proporciones se cierna sobre la población? En este caso concreto, la Subsecretaría de Protección Civil, de reciente creación, y que intenta potenciar Federico Gayo, ha perdido una buena ocasión para estrenar públicamente sus ¡unciones y demostrar su operatividad.

En cualquier caso, la inadmisible actitud del Canal de Isabel II silenciando durante seis días la infección de las aguas que surten a Madrid exige unas responsabilidades y unas explicaciones. Los dos días que el ayuntamiento mantuvo en secreto la noticia tampoco hablan mucho en favor del sentido de responsabilidad municipal. Y finalmente Sanidad, el último organismo en enterarse, ha desempeñado un pápel desairado, incompetente y que evidencia la falta de coordinación administrativa.

A la postre, un suceso menor y de fácil solución me diante la publicidad del mismo ha degenerado en las molestias fisicas de los pobladores de Madrid, en la infla ción de lo sucedido por la vía del rumor, y hasta en la venta del agua mineral almacenada en la ciudad, incluida la caducada para el consumo. Toda una teoría de cómo no se deben hacer las cosas y de esa vieja y curiosa tesis de que los ciudadanos no deben ser alarmados con las noticias desagradables. Lo importante es dar la sensación de que nunca pasa nada inconveniente, aunque cuatro millones de personas estén trasegando la infección del agua de una gran ciudad.

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