Aquelarre valenciano
«Nocturnidad» y «alevosía» no son ya términos relacionados solamente con el Código Pena¡, sino que han venido a incorporarse al habla popular para designar una actuación donde la mala fe resulta evidente. Quizá habrá que ir pensando en acuñar fórmulas parecidas a «estiaje» o «veranía» para designar igualmente ciertas actitudes políticas, a las que suele ser propenso el actual Gobierno UCD, reservando para la impunidad del verano la promulgación de órdenes y decretos que, de otra manera, le resultarían doblemente costosos.En este marco, sin duda, se inscribe la publicación, a mediados de julio, de la «orden» del MEC por la que se desarrolla el real decreto-ley sobre el bilingüismo en el País Valenciano. Dicho texto, que ya amenazaba lo que la «orden» ha venido a confirmar y reafirmar, mereció ya en su día no sólo preguntas e interpelaciones parlamentarias a cargo de los senadores socialistas del País Valenciano, sino también la quizá más grande manifestación popular que por cuestiones liñgüístico-culturales haya tenido lugar nunca en el Estado español. Según cifras plenamente fiables, publicadas en su día por el diario EL PAIS, entre 30.000 y 40.000 personas se dieron cita en Valencia para protestar contra la política lingüística de UCD en el País Valenciano, entendiendo que aquélla atentaba frontalmente contra la identidad cultural y nacional de nuestro pueblo.
La «orden» ministerial recientemente publicada en el BOE no sólo se empecina, insisto, en tales actitudes, sino que las profundiza y amplía. ¿De qué se trata, en realidad? Pues, en realidad, se trata -tal y como ha reconocido un escritor como Juan Beneyto, tan poco sospechoso de izquierdismos- de una política análoga a la francesa de apoyo a los patois, es decir, a aquellas variantes dialectales que vayan parcelando y pulverizando las .áreas idiomáticas supervivientes a la colonización lingüística castellana.
Ello hizo posible el insólito, onírico espectáculo de la publicación del texto de la Constitución de 1978 en las modalidades valenciana y balear del catalán, cuando obviamente a nadie en su sano juicio se le ocurrió su publicación en andaluz, extremeño o panocho. Ello hace ahora posible, con la publicación de la expresada «orden», el intento de erección de una pretendida «lengua valenciana» frente a la lengua catalana común, en una maniobra secesionista doblemente aberrante, precisamente por ser amparada por un Ministerio de Educación y Ciencia (insisto: ¡de Educación y Ciencia!) que se permite tranquilamente entrar en frontal colisión con todos los especialistas mundialmente reconocidos, con los propios académicos españoles e, incluso, con los textos que el mismo ministerio autoriza. Es obvio que, en cualquier lugar donde la cultura merezca algún respeto, y en caso semejante, el ministro de turno hubiese durado bien poco en su poltrona. Es, por lo demás, evidente que al pintoresco señor que, hoy por hoy, rige los destinos oficiales de la educación y la ciencia entre nosotros, estas cosas le deben parecer naderías que a él no le atañen: duerme muy satisfecho por las noches.
Siguiendo apresuradamente los dictados de la «orden» en cuestión, el órgano preautonómico correspondiente hace ahora públicos los nombres de las personas que deben integrar -junto con los designados por el Gobierno- la comisión mixta ad hoc que deberá regular la aplicación del mencionado decreto de bilingüismo. Pero, antes de entrar en ese punto, permítaseme recordar, por si algún lector no lo tuviese claro, que nos estamos refiriendo al Consell del País Valenciano. Un curioso órgano de gobierno ucedo-comunista, del que se retiró -a finales del pasado 1979- el partido mayoritario, el Partido Socialista del País Valenciano (PSOE), que se había visto despojado de toda responsabilidad concreta y reducido a triste comparsa. A la vista de la política antiautonómica, ya que no preautonómica, del Consell, el FSPV-PSOE lo abandonó, y al hacerlo ha dejado de ser un órgano representativo.
La comisión mixta
Es este mismo Consell quien ahora nombra seis miembros de la citada comisión mixta, de los cuales cuatro dependen directamente de UCD. Digamos que, dejando aparte el respeto debido a las personas, desde el punto de vista profesional ninguno de estos cuatro señores tiene la más mínima calificación en materia lingüística, dándose el tragicómico caso de que se sospecha, con fundamento, que alguno de ellos no sabe hablar la lengua que deberá ahora reglamentar y que, por supuesto, ninguno de los cuatro ha escrito una sola obra presentable en tal idioma. Es, sin embargo, probada su adscripción a ideologías de extrema derecha, y su vinculación al tristemente célebre GAV, grupo criptofascista, o simplemente fascista, directamente involucrado en acciones violentas, en desacato a las autoridades democráticas y otros delitos, y cuyo actual presidente fue recientemente condenado por la Audiencia Territorial de Valencia por injurias al decano de la facultad de Filología de la Universidad valenciana.
Vergüenza ajena, podría denominarse todo esto. Vergüenza ajena, ante los extremos a los que ha podido llegar el partido gubernamental en una política de electoralismo ciego que ha ido recogiendo, uno a uno, todos los elementos irracionales y agresivos sembrados por el franquismo y destinados a destruir las señas de identidad del País Valenciano. Y destinados también a quebrar un proceso como el de las autonomías, que fue concebido como un ambicioso proceso de reestructuración del Estado, Pero que quede claro que para los socialistas no podrá existir un clima de compromiso con UCD mientras el partido del Gobierno siga potenciando, directa o indirectamente, este continuo asalto a la razón, mientras se coadyuve a una política de ruptura de la identidad del pueblo valenciano.
La construcción de un estatuto de autonomía, que ciertamente sólo puede ser una obra de compromiso entre las fuerzas políticas y civiles, necesita de un «pacto valenciano» previo. Un pacto cultural, en el más amplio sentido, regido por el raciocinio y la ilustración. Y para ello el «aquelarre valenciano» debe terminar de una vez. Si no es así, palabras como «negociación» y «transición» no llegarán a tener sentido entre nosotros.
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