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Política científica de "ferragosto"

La política científica española está que arde. Casi cuarenta grados a la sombra alcanzaban ayer, en las vísperas ardientes de este puente, que los italianos llaman ferragosto, algunas dependencias del flamante edificio que constituye la nueva sede del Ministerio de Universidades e Investigación, en la madrileña calle de Serrano. Según lenguas maledicentes, desde que se fue de vacaciones el ministro Seara, el aire acondicionado funciona mucho peor, Cosas que pasan.No le funcionan mal, sin embargo, las ganas de trabajar en el tórrido agosto a Narciso Pizarro, estudioso investigador y experto internacional en política científica, que pasó muchos años de su vida en Canadá, donde se doctoró en Matemáticas y Sociología, y de donde regresó a nuestro país, que es el suyo, para, entre otras cosas, aplicarse a la noble y dura tarea de reflexionar sobre los planteamientos globales de la política científica de este país y contribuir a que, de una vez por todas, se dé a la luz ese libro blanco de la investigación en España que nos prometiera, con el entusiasmo que le caracteriza, Marcos Rico, director general de Política Científica, hace un año por estas fechas, en Viena, con ocasión de la Conferencia Mundial de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo.

El propio Marcos Rico está dándole que te pego en este ferragosto de 1980, como tantos otros profesionales de este país, que «hemos escogido la mejor parte (poco tráfico, piscinas desahogadas, mesas libres en los restaurantes, aparcamiento para todos, etcétera). Marcos Rico, que es a la vez director general de Política Científica y secretario de la comisión asesora de investigación científica y técnica, no para ni dentro ni fuera de la sede de su dirección general, en Cartagena, 83, ligeramente distanciada de las instalaciones ministeriales de Serrano. Marcos Rico recibió ayer la notificación del ministro, señor Seara, de que le sustituyese en un acto -¡horror de ferragosto!- en Daimiel, y el señor Rico le traspasó tan conmovedor encargo a la subdirectora general, M. T. Mendizábal, destacada profesional que también pasa su agosto en la sede de política científica. Pero no es que el señor Rico esté de vacaciones, sino que tiene que dar una conferencia en Santander, donde media inteligenzia española pasa su agosto, con algunos grados menos y un mucho más de mar.

Otro tanto se puede decir no ya de los políticos, sino de los estudiosos de la política científica. Juan Francisco García de la Banda, di rector del gabinete de estudios de la mencionada comisión asesora, tenía fuerzas ayer, en un almuerzo de trabajo, para contarnos que su equipo anda muy preocupado estos días con las concesiones de los nuevos planes concertados de investigación. Como se informó recientemente, la concesión de unos apoyos económicos a una serie de proyectos clave de investigación llevados a cabo por algunas empresas españolas en el campo de la electrónica y la automática, ha ofrecido como resultado la creación de productos españoles de alta competitividad internacional.

José Antonio Cordero, miembro destacado del citado gabinete de estudios de la comisión asesora, ha protagonizado buena parte del éxito de los planes concertados. Y tiene motivos para ello. José Antonio Cordero, una de las más brillantes mentes de la electrónica y la automática española, que empezó a trabajar, hace años ya, a las órdenes de Manuel Alique en ese producto productivo del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), que es el Instituto de Automática de Arganda, es uno de los más destacados responsables de que este país comience a disponer de valiosas innovaciones electrónicas.

En fin, entramos en el ferragosto, que es algo así como el merecido parón y puente de quienes trabajan, o incluso trabajamos, en agosto. La política científica de este país sigue en marcha. Política científica que es, en palabras de García de la Banda, eso que en un Estado moderno tanto necesita la política del partido en el poder, con una importancia que viene derivada de la necesidad que tienen los pueblos de disponer de un cierto porcentaje de tecnología propia adecuada a las necesidades y deseos de sus habitantes para lograr un desarrollo económico independiente del país.

Eso es política científica, o sea, dirección política de la ciencia.

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