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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Soria: construir sin destruir

Después de las campañas de prensa y de las dos confrontaciones de las partes contendientes verificadas en el Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos y en el Colegio Central de Arquitectos, el problema de Soria, que no es el de un puente, sino el de la interconexión de los tráficos que en ella confluyen, se plantea de un modo bastante claro:Existen dos soluciones en competencia, prácticamente equivalentes, desde el punto de vista de los valores materiales implicados en ambas.

Consisten esencialmente en una circunvalación del casco urbano común a las dos soluciones y un ramal adicional. La circunvalación o cinturón de la ciudad tiene unos cuatro kilómetros de diámetro, pero puede reducirse a su mitad occidental, dada la distribución de los tráficos. Por esta mitad occidental llega la carretera de Logroño, con dirección casi Norte-Sur; las de Burgos y Valladolid, que acceden reunidas por el eje Oeste-Este aproximadamente, y la de Madrid, que viene del Sur, enfrentándose prácticamente con la de Logroño por las extremidades del mismo diámetro, el cual delimita además el semicinturón. Los tráficos provenientes de la zona oriental, que son los de Navarra y Aragón, se ordenan previamente en un distribuidor (Cadosa), situado casi en el eje oeste-este de nuestro sistema ya cinco kilómetros del centro geométrico de la circunvalación.

La interconexión de tráficos se completa lanzando un ramal de enlace desde el semicinturón para unirlo con el distribuidor de Cadosa. Cuál sea el punto elegido para lanzar el ramal es lo que diferencia a las dos soluciones, la norte utiliza la extremidad septentrional del semicinturón, y la sur, la extremidad meridional. Una observación importante: lo que se ha dado en llamar solución Sur durante toda la polémica es sólo el ramal correspondiente a dicha solución, y le falta, por consiguiente, la semicircunvalación común o los trayectos que la sustituyan.

Decíamos desde el comienzo que las dos soluciones en competencia son prácticamente equivalentes, pues las longitudes totales de carretera o autopista a construir, obtenidas sumando la longitud de la zona común y la del ramal que corresponde a cada una, dan aproximadamente quince kilómetros y, por tanto, tendremos costes análogos de construcción en carretera o autopista y lo mismo en la explotación, al ser equivalentes los gastos extra de combustible en los vehículos que hayan de rodear la ciudad o entrar en ella.

En realidad, nosotros creemos que, aunque las longitudes sean prácticamente equivalentes, en la solución Sur el terreno sería más costoso de transformar, por ser más rocoso, y las expropiaciones resultarían también más costosas, por tratarse de terreno más urbanizado. Desde otro punto de vista, la solución Norte queda algo más alejada del centro urbano actual, por lo cual serían menores las molestias de ruidos y humos, y además se enlazarían mejor los dos polígonos industriales previstos. Por último, existe una diferencia considerable en la importancia de los puentes necesarios para cruzar el Duero.

El puente de la solución Sur tendría 120 metros de longitud, según los planos, longitud que se reduciría a menos de la mitad en el de la Norte, por ser el cauce más estrecho y poder cruzarlo en dirección perpendicular a la corriente. En cambio, al existir ya un puente para ferrocarril en la otra solución, su nuevo puente tendría que adaptarse a él, tomando su misma oblicuidad, que es importante, y quedando además demasiado próximos. Ambas exigencias de oblicuidad y contigüidad condicionarían de tal modo al puente futuro que cualquier solución que se proyectara resultaría necesariamente desafortunada, dando lugar a que se constituyera lo que pudiera llamarse un punto negro estético verdaderamente intolerable, y más en este lugar, de importancia capital en la comunicación vial y fluvial entre S. Polo y San Saturio.

La discordia entre los dos puentes es verdaderamente total; el de ferrocarril, con su fina retícula triangular, de gran transparencia, y el nuevo de hormigón pretensado, con un frente de superficie maciza importante, con una sola pila también importante, atravesada contra la corriente, con asimetría frontal y marcando alturas, niveles y fábricas diferentes del contiguo, y ambos amontonados y atravesados contra la corriente, sin relación alguna de homogeneidad ni entre ellos ni con el río. El puente proyectado, que haría buen papel en un cauce de condiciones normales, no se salva del malhadado destino que le reserva el lugar. Por el contrario, el puente de la solución Norte, que podría ser de una sencillez y humildad verdaderamente franciscanas, materializaría un rectángulo horizontal de espesor constante muy reducido, paralelo a las márgenes y perpendicular a la corriente, que, como escala gráfica al pie de un dibujo, realzaría la majestad y anfractuosidad del paisaje de Peña Mala, que es por donde cruzaría el Duero.

Algo funciona mal

Habiendo llegado a la conclusión de que las dos soluciones son, al menos, equivalentes en la hipótesis más desfavorable para nosotros, no merecería la pena seguir adelante y decidirse definitivamente por la norte, aunque no fuera más que por no enfrentar Ministerio de Cultura y todas las demás instituciones culturales privadas y públicas. Esto resulta paradójico y demuestra que algo funciona mal.

Es preciso no olvidar que todo problema de ingeniería tiene su solución óptima determinada por razones económicas, pero bien entendido, en el balance que ha de establecerse para llegar a ella, deben tenerse en cuenta todas las partidas que intervienen en su realización, y lo que no puede admitirse en una obra pública es que empobrezca a corto o a largo plazo el patrimonio nacional en cualquiera de sus aspectos. Ya tenemos bastante experiencia en el caso de la contaminación material de nuestros ríos, que bien la estamos padeciendo en el momento presente.

Si en el cómputo establecido, considerando únicamente los valores materiales de las dos soluciones, la balanza ha quedado en el fiel, ¿qué ocurrirá si añadimos en el platillo de la solución sur la penalización correspondiente a la destrucción de los valores espirituales que acarrea dicha solución? Pues que, por muy poco que valoremos dichos perjuicios, el platillo descenderá inmediatamente a las regiones infernales.

La actualidad de la solución sur, sólo tendría un sentido racional cuando se hubiera demostrado rotundamente, que no había lugar a otra alternativa para resolver el problema de Soria, problema en el que tenemos tanto interés como el que más en contribuir a resolverlo.

En nuestra defensa de la solución norte no tratamos de evitar la construcción de un puente que tenga una pila sobre San Juan de Duero, otra sobre San Polo y una tercera sobre San Saturio, como nos acusaba, caricaturizándonos en la confrontación de soluciones un acérrimo partidario de la sur. Lo que defendemos es algo más sutil: es un paisaje que se ha ido creando, morosamente, por feliz simbiosis de hombre y naturaleza, en este ámbito de la angostura del Duero, que tan acreditada tiene su fertilidad espiritual al paso de los poetas que lo han vivido, paisaje que se quebraría totalmente si introducimos en él una carretera que lleve sus humos y sus ruidos, sus terraplenes que enterrarán las riberas y sus desmontes en roca que cambiarán la topografía, causando heridas muy difíciles de cicatrizar, y además el altercado de los dos puentes tan mal avenidos.

Una frase muy manida hace medio siglo, pero olvidada en la actualidad. es la de Amiel: «El paisaje es un estado de alma», y yo creo que a nuestro paisaje le corresponde la del ensimismamiento tan caro a Ortega, que nos dejó un bello y profundo estudio en su «ensimismamiento y alteración», quien además vivió nuestro paisaje.

Si analizamos este paisaje en sus notas sensoriales, encontramos una vegetación deliciosa en árboles, arbustos y praderas verdes, que dan transparencia a la luz y reflejos sobre el Duero, que fluye hacia el mar, sombra y frescura en el estío, silencio en unas zonas y soledad sonora en otras, quietud, placidez, armonía y, sobre todo, sosiego del ánimo.

Ha resultado aparentemente extraña la actitud de los sorianos frente a este acontecimiento que tan directamente los afecta, de la destrucción de la zona de esparcimiento de su ciudad, zona que es una de las más bellas y logradas del mundo. Pero es que el problema se planteó sin lugar a elección: o la solución sur o nada.

Así se comprende esta aparente renuncia a lo más valioso de su pasado espiritual, lo que ellos mismos han ido logrando en colaboración con otras gentes que han pasado por su ciudad. Y no sólo renuncia del pasado, sino dilapidación de un patrimonio que han de transmitir a las generaciones venideras, privándoles de las reservas de salud que supone el paisaje, de defensa contra las neurosis y psicosis que les reserva el porvenir, pues lo más probable es que el estrés que les va a corresponder será mucho más intenso que el que nos ha tocado sufrir, que ya está bien. Ya en el Renacimiento, el gran arquitecto y tratadista León Bautista Alberti curaba sus dolencias contemplando bellos paisajes.

Sumergirse en el paisaje que defendemos es encontrarse automáticamente instalados en las dos dimensiones de lo estético que preconiza la inteligencia sentiente de Zubiri, y en ambas al máximo nivel. En la vertiente sensitiva tenemos el deleite del sentido cenestésico al experimentar el bienestar de nuestro organismo completo, y en la vertiente intelictiva, la posesión del espíritu, al entrar en nosotros mismos, para tener conciencia propia y reflexionar.

Carlos Fernández Casado es ingeniero de caminos y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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