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El presidente Carter, dispuesto a comparecer ante el comité senatorial que investiga las actividades de su hermano

En su primera declaración pública, en relación con el escándalo de su hermano Billy, el presidente norteamericano, Jimmy Carter, declaró en Washington que estaba «ansioso de responder en persona» y «cuanto más pronto, mejor», a las preguntas del subcomité senatorial que investiga la actuación de, Billy Carter como «agente del Gobierno libio» y su posible influencia en la Casa Blanca. El presidente quiere zanjar rápidamente el tema. En todo caso, antes del inicio de la convención nacional demócrata que, del 11 al 14 de agosto, en Nueva York, deberá nombrar el candidato del Partido Demócrata a la elección presidencial del próximo 4 de noviembre.

En conferencia de prensa improvisada, el presidente Carter se dirigió a la nación, prometiendo que la Casa Blanca facilitará un amplio informe del tema Billy Carter la semana próxima. Insistió que desea acudir «en persona» ante el subcomité senatorial. Afirmó también que en ningún caso hubo «influencia» de su hermano Billy en las decisiones de la Casa Blanca, respecto a las relaciones de Estados Unidos con Libia. Sin embargo, en su edición de ayer, el diario The Washington Post (que realizó la investigación periodística del escándalo del Watergate, que concluyó en la dimisión obligada del presidente republicano Richard Nixon), abría su pirimera página con una información que aseguraba la existencia de una llamada telefónica de Billy Carter a la Casa Blanca pidiendo que la Administración que preside su hermano desbloqueara el «embargo» para la entrega de ocho aviones de transporte C- 130, encargados y pagados por Libia a Estados Unidos desde 1970.

"Buenos oficios"

Debido a las diferencias entre Washington y Trípoli, originadas por la política del coronel Gadaffi y sus relaciones con movimientos terroristas, los ocho aviones C-130 siguen en suelo norteamericano y, al parecer, su entrega era uno de los principales propósitos que esperaba lograr Gadaffi, gracias a los «buenos oficios» del hermano del presidente Carter, que cobró más de quince millones de pesetas por sus «gestiones».

La «buena voluntad» del presidente Jimmy Carter en querer aclarar «rápidamente» todo el asunto, en el que se encuentra implicado por haber solicitado el apoyo de Billy con el intento de conseguir en noviembre último, a través de los libios, la liberación de los rehenes en Irán, difícilmente podrá calmar las aguas.

En plena campaña electoral, el escándalo de Billy contribuye a deteriorar la débil imagen pública del presidente Jimmy Carter. Aunque nadie lo relaciona abiertamente, dentro del propio Partido Demócrata, cada vez son más los «desertores» que piden una «convención abierta» en Nueva York. El último en sumarse al movimiento capitaneado por el senador Edward Kennedy, ha sido el alcalde de Washington, íntimo amigo de Carter, Marion Barry. «Han cambiado las circunstancias desde las elecciones primarias, que dieron mayoría de delegados a la convención a partidarios de la nueva candidatura de Carter, y la actualidad», según dicen los defensores de una «convención abierta», sin disciplina de voto.

Desde la oposición republicana, cada vez más convencida de sus posibilidades de ganar la elección presidencial del 4 de noviembre, ni el candidato presidencial, Ronald Reagan, ni su vicepresidente, George Bush, quieren «aprovechar», por lo menos de momento, la delicada situación que atraviesa el presidente Carter. «Apruebo la decisión del presidente de acudir personalmente ante el subcomité senatorial», se limitó a declarar Reagan, sin otro comentario.

El grave problema del presidente Jimmy Carter, por encima de sus quebraderos de cabeza «familiares», radica en las encuestas de opinión, cada vez más sombrías para el actual presidente. La última, realizada por el instituto Harris Survey y la cadena de televisión ABC, no puede ser más crítica. Da los resultados de popularidad más bajos de la historia moderna para un presidente norteamericano: entre los 1.458 electores consultados, entre el 18 y el 21 de julio, el 77% consideró «negativa» la gestión global del presidente Jimmy Carter y sólo el 22% opinaba que era «positiva». Idénticos porcentajes, con escasas variantes, se mantienen en el momento de opinar sobre la lucha contra la inflación, el desempleo o las relaciones exteriores.

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