Josep Meliá: "La clase política española vive al margen del proceso intelectual"
El secretario de Estado para la Información publica una novela
El secretario de Estado para la Información, Josep Meliá, acaba de publicar una novela, Les pluges de sal (Las lluvias de sal), en Ediciones Destino. Esta publicación representa el retorno de Meliá al terreno de la literatura, faceta que le convierte en rara avis dentro de una clase política que, como él mismo reconoce, vive al margen del proceso intelectual. Estas declaraciones de Josep Meliá, motivadas por su quehacer novelístico, giran en torno a la cultura, pero, lógicamente, a menudo desbordan ese tema y abordan otros problemas de naturaleza claramente política.
Cuenta Calímaco en uno de sus hermosos epigramas que Eudemo logró sobrevivir a muy turbias tormentas, abrileñas tal vez, comiendo solamente sal. Salvado por la sal, acudió ante los dioses de Samotracia para ofrecerles el salero como ofrenda. La sal que llueve en la novela de Josep Meliá tiene más que ver con una plaga bíblica que con un alimento milagroso. Pero, en alguna medida, la analogía simbólica funciona si alguien piensa que la ficción -salero de los signos- vuelve a situar a su autor en el campo de la escritura, salvándole de la monótona tarea de ser tan sólo el polémico portavoz del Gobierno.
Pregunta. En gran parte de sus escritos, usted se ha dedicado a buscar las señas de identidad del pueblo balear. ¿Hasta qué punto su novela última, Les pluges de sal, es la prolongación de esa búsqueda?
Respuesta. En todo proceso de creación novelística hay una parte de experiencia y una parte de reflexión, más un anhelo de síntesis del cual tiene que hacerse cargo la escritura. En mi novela, desde luego, hay una parte donde se alojan todas las experiencias vitales pertenecientes al mundo de mi infancia. Pero ese mundo se transforma en una especie de mito político, que es la identidad y la personalidad de un país, lo que nosotros llamamos la part forana, la verdadera entraña del pueblo balear. Esto es lo que constituye el esquema vivencial donde se inscribe la novela.
'Mi infancia se transforma en un mito político'
P. Frente a ciertas tendencias en boga, usted ha edificado su narración a partir de una anécdota muy precisa.
R. Introduzco una anécdota histórica muy parcial, pero válida y suficiente como material literario: en los valles de Pollensa llovía sal. Eso tenía una explicación muy sencilla. Existe una zona de acantilados, en el cabo de Formentor, donde el mar golpeaba muy fuerte. Las olas se levantaban, el viento peinaba las crestas de aquellas montañas y esparcía el salobre sobre el valle, destrozando por completo los sembrados. Como consecuencia de esto intentaron hacer varias obras de cobertura, como plantar filas de cipreses, a fin de que la sal no siguiese realizando su obra destructora. Pero, al Final, los habitantes organizaron una expedición para ir a volar una punta, llamada la punta Troneta. que era donde suponían ellos que se rompían más las olas y donde se originaba el fenómeno de las lluvias de sal.
P. Esa anécdota que usted evoca tiene en Les pluges de sal su contrapunto lúdico.
R. Sí, porque yo concebí la novela como un doble carril. Por un lado, las personas y las cosas que desarrollan esa anécdota de las lluvias de sal hasta el desenlace. Por otro, unos documentos históricos antiguos sobre el pasado de ese pueblo. Tales documentos tienen una peculiaridad. En un determinado momento se descubre que el juego es invertido- es decir, que la historieta es antigua, mientras que los documentos son modernos, apócrifos. La caricatura del juego novelesco recibe así toda su luz. A mí se me ocurrió tejer este juego hace más de diez años. He pensado mucho cómo tenía que construirlo. Evidentemente, he tardado más tiempo en diseñarlo que en escribirlo, a pesar de que la novela está muy reelaborada, muy rehecha, pues se trata de una novela difícil que no pretende esconder esa dificultad.
'No soy un escritor vocacional'
P. Usted, que en lo político se ha decidido por un partido, nunca se ha decidido en lo literario por un género. ¿Puede hablarnos de indecisión?
R. Creo ser una persona que no tiene una fácil clasificación. porque, entre otras cosas, yo no soy un escritor vocacional. Soy alguien que se ha encontrado con el drama de la identidad de un pueblo, con su lucha por un proceso de supervivencia, y que ha cogido la pluma, como decía Pla, porque en un proceso de militancia lo que importaba era ir a la procesión, aunque fuera con una cerilla. Es elecir, lo que importaba era el gesto simbólico de acudir. Yo me he encontrado metido dentro de ese mundo, cuando lo que a mí me hubiera gustado. posiblemente, era ser un abogado de provincias, un devoto lector de los libros escritos por los demás. De ahí que mi obra refleje la atención y la pasión de un instante, pero no posea acaso ni el sosiego ni la serenidad que caracterizan a toda verdadera obra de creación. Yo me situaría en las coordenadas de escritores como Pla o Eugenio d'Ors, amantes de la dispersión y de los géneros literarios poco convencionales. Pienso que, por encima de todo, he sido un dietarista, un hombre cuya parte más nuclear de su obra es el análisis que queda en las páginas de los periódicos. Pla señalaba que toda su obra era como una inmensa autobiografía. Yo creo que un periodista que siga la actualidad desde la doble perspectiva de la curiosidad y de la dispersión está haciendo una inmensa autobiografía. Entre mis devociones literarias, como habrá observado, figura Josep Pla muy en primer término. Pero lo que yo escribo es muy distinto y posiblemente peor.
P. El Gobierno al que usted pertenece y la clase política española en general no parecen demostrar un interés excesivo por la cultura.
R. Creo que esa imagen es globalmente cierta. Pero requiere ser matizada. En España no hay curiosidad intelectual fuera del mundo de los intelectuales. Esa es la causa principal de la fagocitosis del sistema. Aquí se ha creado un sistema donde la producción y el consumo se autogestionan. Se ha llegado al sistema perfecto de la cooperativa del autoconsumo, pues las ideas no circulan más allá del cenáculo que las lanza. Y esto es culpa de la sociedad, por supuesto, pero también de los propios intelectuales. Eso hace que la clase política, al igual que cualquier otro sector público de dirección, viva al margen del proceso intelectual. Y cuando hablo de intelectual entiendo por tal a un señor que somete a crítica los principios en los que se funda el sistema; es decir, que, por tanto, vive la inteligencia desde una perspectiva crítica. El intelectual está en la vanguardia de la renovación y del examen crítico del propio esqueleto en el que está configurado el sistema social.
'Tenemos una clase política improvisada'
P. Hay aquí, pues, un divorcio real entre intelectuales y políticos.
R. Hay una incomunicación real, sí, entre la intelectualidad y los estamentos directivos del país. Y esto quizá se note más en la clase política, porque la clase política es la que tiene menos solera del país, es la que ha tenido que ser hormigonada más de prisa; es una clase improvisada, no una clase formada desde la tradición. Yo recuerdo una novela inglesa donde un caballero iba a la India. Al llegar, uno de aquellos mandamases le preguntaba: «¿Qué hace falta para ser un gentleman?» El le respondía: «Por lo pronto, que su familia haya ido a la universidad durante tres generaciones». Esta caricatura, elitista y despreciativa, refleja de algún modo que las grandes culturas son culturas de sedimentos, culturas donde lo que importa son los hábitos, culturas que pasan de generación a generación. Y la improvisación de la clase política española no sólo es grave respecto a lo cultural, sino también respecto a lo político. Porque la clase política española forzoso es decirlo, no está al tanto de los libros políticos, de la sociología política y de las ideas políticas que están surgiendo en el mundo; o sea, no vive la política desde un proceso de creación intelectual. Tenemos una clase política improvisada, incapaz de introducir aportaciones importantes en los debates y de estar a la altura del liderazgo social que le toca asumir.
P. ¿Y no padece usted de esquizofrenia al intentar compaginar su pasión intelectual con su inserción elevada dentro de esa clase política?
R. Trato de ser fiel a una coordinación vivencial. Porque, además, ocurre que, en contra de lo que se cree la izquierda, la aceptación crítica de las ideas no es mayor en la izquierda que en los sectores liberales del país. Yo creo que hay una tradición liberal y que en ese sector es donde ha habido el mayor poso de políticos vinculados con la reflexión intelectual.
P. ¿Le parece saludable que un escritor se dedique a la política?
R. Yo creo que no es bueno que los escritores sean políticos. No hay que transformar a los oficiantes en políticos. Esa no es la manera de resolver el problema del que estamos hablando. El problema se resuelve multiplicando las posibilidades de actuación de esos hombres liberales, que existen dentro de UCD en tanta proporción como en la izquierda, aunque configuren tipos humanos diferentes. Yo vivo este dilema desde una posición algo lúdica y provocadora, con tensión positiva y con toda la honestidad de que soy capaz.
P. Ante ciertos problemas de libertad de expresión, ¿no hay en usted un conflicto íntimo procedente de ser, al mismo tiempo, portavoz del Gobierno y escritor?
R. En modo alguno. No hay más conflicto que el de siempre: el conflicto existente entre los principiosy las realidades, entre el horizonte al que uno quiere llegar y el ansia de perfeccionar esa libertad a la que no se llega nunca. Esa es la tensión liberal, la que tiene que conciliar las angosturas y las estrecheces de la sociedad.
'Tengo una doble piel de elefante'
P. Al ser condenado el director de EL PAIS por un delito de opinión, usted no quiso opinar sobre la sentencia. Se le replicó que ese silencio no lo había respetado en otras ocasiones semejante!.
R. ¡Mentira! Eso era una falta de rigor periodístico, porque lo que se me achacaba era un tema de Televisión en el que no había habido todavía un pronunciamiento de los tribunales. Yo no he juzgado jamás una sentencia como portavoz del Gobierno. Ni pienso hacerlo. Eso que usted evoca era una mala información. Y tengo sumo interés en adjetivarla de esa forma al ser entrevistado para el periódico que la elaboró.
P. Ante los ataques suscitados por sus declaraciones políticas, ¿presenta usted una hipersensibilidad de escritor o la piel de elefante del político?
R. En estos momentos tengo una doble piel de elefante. No me afectan ni me descomponen los ataques. Y no porque sea yo un personaje especialmente resistente, sino porque ya tengo bastante experiencia de encajador.
'Un político no tiene que cambiar de ubicación'
P. ¿No cambiaría, sin embargo, su actual cargo para llevar las riendas del Ministerio de Cultura?
R. Yo creo que un político no tiene nunca que aspirar a cambiar de ubicación. Su deber es servir lo mejor que pueda desde el lugar donde está. Hombre, es evidente que yo tengo algunas propuestas realizables en beneficio de la cultura. Pero no-tengo ninguna querencia especial a ningún cargo concreto.
Sentía apego Meliá, hasta hace pocos meses, por la literatura y las artes plásticas. Sigue sintiéndolo. Pero dice que ya no tiene casi tiempo para leer ni para ver exposiciones. La política impone serios frenos a sus pasiones íntimas. Su meditación sobre el arte ha de llegar por consiguiente, en forma de eco: «Creo que el pueblo tiene el deber de caminar hacia la conciencia de que las fórmulas de arte conocidas y de algunas de las cuales se ha hecho el gran sacerdocio de la cultura superior, no son más que una parte del patrimonio cultural v que al lado de todo esto existen muchas otras formas de arte», algunas de ellas tristemente desapareciendo, como las formas de arte popular, «y otras de arte posible, como es el fenómeno lúdico de la creación espontánea y de la vivencia dentro de una atmósfera artística, dando una vía de liberación a las facultades creativas de la propia persona».
Babelia
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